lunes, 3 de octubre de 2022

EL PODER DE CRISTO

 


        Leo que el 41,7% de los americanos tiene una opinión favorable de Donald Trump. El trumpismo se ha convertido en un culto con millones de fieles. ¿Cómo es posible que tantos ciudadanos acepten que les gobierne un perturbado que durante cuatro años hizo de la mentira y del apoyo a leyes antidemocráticas su forma habitual de gobernar? La respuesta más fácil es que los medios afines a la ultraderecha le ensalzaban y le ensalzan divulgando mentiras a su favor y contra sus adversarios con fervor goebbeliano.

Lo mismo ocurre en la vecina Italia que, el pasado domingo decidió democráticamente que el partido posfascista de Meloni, quien se reclama también cristiana, les gobierne durante los próximos cinco años.

Lo mismo responde el español que intenta explicarse la preponderancia de las derechas en las encuestas españolas. Pero en Estados Unidos abundan los medios, los periodistas y los analistas políticos honestos que cada día difunden la verdad. ¿Cómo es que no logran llegar y penetrar en las mentes de los que viven engañados por el método de la propaganda hitleriana? La respuesta hay que buscarla en el poder de Cristo.

La extrema derecha de Estados Unidos se ha puesto el nombre de «Christian Nationalists». Así se definen muchos políticos del Partido Republicano, partido hoy entregado en cuerpo y alma al trumpismo, que aspiran en noviembre a ser elegidos representantes y senadores del Congreso americano. El «nacionalismo cristiano» predica la santísima trinidad del orden racial, la libertad cristiana y la violencia machista.

        El orden racial significa respeto a la supremacía de los blancos. No se puede permitir que inmigrantes de otras razas y religiones tomen por asalto el país elegido por Dios para ser modelo de cristianismo. La libertad cristiana exige obediencia a las costumbres y reglas de la familia cristiana rechazando la abominación del amancebamiento, del aborto, de la homosexualidad. La violencia machista fue aprobada por la voluntad de Dios dando al macho mayor masa muscular y fuerza gracias a la mayor concentración de testosterona en su sangre, por lo que su preponderancia sobre la mujer obedece a la naturaleza por evidente mandato de Dios. Pero, ¿se justifica la violencia? En una nación entregada al respeto a la ley y el orden, la transgresión no solo puede sino que debe castigarse por todos los medios, incluyendo medios violentos.

¿Hay algún partido o partidos en España que, sin hacer ostentación del nombre de «nacionalista cristiano», abracen y prediquen, abierta o encubiertamente, la misma trinidad que el «Christian Nationalism» americano? ¿Hay algún o algunos partidos que parecen tener empleados con la única función de seguir todos los suspiros del Partido Republicano de los Estados Unidos para repetir su doctrina y sus mensajes en España? ¿Hay algún o algunos que apliquen en España los métodos de la propaganda goebbeliana para divulgar su ideología?

La metáfora de la santísima trinidad aquí no es nueva. Es la doctrina que inspiró al gobierno franquista que se inspiró, a su vez, en el fascismo italiano en el que, a su vez, se inspiró el nazismo alemán. Es la misma doctrina que el gobierno franquista impuso en todos los rincones del territorio nacional empezando por adoctrinar a los niños en los colegios y siguiendo por garantizarse la fidelidad de los adultos mediante un control absoluto de prensa, radio, cine y televisión cuando ésta llegó.

            Los nacionalistas españoles de extrema derecha, como los del partido de Bolsonaro en Brasil, como los del de Orban en Hungría  o los de Meloni en Italia no han inventado nada. Estudiaron del fascismo doctrina y modos como el actor que estudia su papel para una representación, y tan bien lo estudiaron y tan bien lo actúan que han merecido y merecen la ovación de millones. Su papel es incontrovertible. ¿Pero por qué? ¿Por qué ha vuelto una ideología que  crispó a sociedades enteras, que infundió el odio como se contagia una pandemia,  que hizo estallar guerras causando millones de muertos?

En la investigación de ciertos crímenes, para dar con el culpable se dice que hay que seguir al dinero. Solo en la semana siguiente al registro de su casa, Trump recibió diez millones de dólares en donaciones. Hoy por hoy, en los países modernos, el nombre de Cristo ya no tiene el mismo poder que en un lejano antaño aunque se sigue utilizando para dar a quien le hace falta la tranquilizadora sensación de pertenencia a una tribu. El poder supremo y absoluto lo tiene el Dinero. El que se abre paso como una gigantesca excavadora, aquí, en Estados Unidos y en todo el mundo, es el Dinero. ¿Qué llama a ciertos jóvenes a afiliarse a un partido político y a introducirse en sus intríngulis con su ambición puesta en un cargo y, más allá, en verse en una lista electoral? Como confesó un personaje político español de derechas, estaba en política para forrarse.

        Para forrarse estaban muchos del Partido Popular como demostró la retahíla de causas penales que a muchos llevó a la cárcel; y las que faltan. ¿Qué mueve a obispos y sacerdotes a predicar a favor de los partidos que abrazan la doctrina del nacionalismo cristiano? A muchos, más que la fe les mueven las donaciones. En vísperas de las elecciones al Congreso de los Estados Unidos, la petición de donaciones hoy ocupa más tiempo en los medios norteamericanos que las «celebrities».  El éxito de un político y su influencia en un partido lo determinan los millones de dólares que sea capaz de recaudar en donaciones, por lo que en cada vídeo de propaganda electoral, sale el protagonista o una voz en off pidiendo dinero.

A los jueces no se les puede comprar sin incurrir en delito grave, pero el poder permite a los políticos nombrar a jueces dispuestos a vender honra y lo que haga falta por obtener un cargo importante con un sueldo de importancia igual. Los nacionalistas cristianos del mundo entero saben que teniendo de su parte a la iglesia católica y a las iglesias protestantes y a la banca y a los grandes empresarios y a la judicatura tienen despejada la escalinata hacia el poder y garantizada la permanencia en los sillones de mando a menos que los mandatarios se pasen de listos o de tontos como les pasó a Aznar y a Rajoy. ¿Y qué les pasó a los socialistas en 2011? Lo mismo que nos quiere pasar ahora a los españoles.

        Por motivos que a la mayoría parecen no importarle, nos ha caído encima la inflación. Para contener la inflación, los bancos centrales se ven obligados a subir tipos de interés. La subida de intereses lleva a los economistas a predecir crisis. Los políticos del nacionalismo cristiano lanzan gritos de crisis por todo el país y los medios abierta o subrepticiamente afines los repiten con altavoces.  ¿Y qué tiene  que hacer en una crisis un medio pobre, de esa clase que se llama media para hacerse ver? Encomendarse a Cristo y votar por nacionalistas cristianos porque esos tienen el beneplácito del poder divino en el cielo y del poder del Dinero en la tierra. ¿Y qué hacen los totalmente pobres, esos que los nacionalistas cristianos no ven y de los que, por lo tanto, ni hablan? Esos generalmente no votan porque generalmente se resignan a no importar a nadie.

Las elecciones han dado el triunfo a los nacionalistas cristianos en Italia. Las encuestas predicen el triunfo de los nacionalistas cristianos en el Congreso de los Estados Unidos. Las encuestas predicen el triunfo en España de los nacionalistas cristianos si ahora hubiera elecciones generales. ¿Qué hacemos? Podemos resignarnos permitiendo que nos gobierne el Dinero disfrazado de falso cristianismo o podemos entregar el gobierno a los seres humanos que anteponen el bienestar de la gente a todo lo demás. Como siempre, la libertad y la calidad de vida de todos depende de los votantes.                

domingo, 26 de junio de 2022

IGLESIA CATÓLICA, APOSTÓLICA Y ROMANA, S.A.

 


Nos toman el pelo, una y otra vez. Pero es obvio que las enseñanzas del nacionalcatolicismo no han caído en saco roto: la población española tiene interiorizadas a la perfección las «virtudes» católicas: resignación, obediencia, disciplina, sufrimiento. En esta sociedad católica, hemos mamado la sumisión desde la cuna. No así el espíritu crítico, ni la duda metódica. En España, Descartes no hubiera afirmado «Pienso, luego existo», sino «Me resigno, luego existo».

El gobierno presentó el año pasado su informe sobre los bienes inmatriculados por la filial española de la multinacional privada «Iglesia Católica SA» durante el periodo de vigencia de la Reforma Hipotecaria de Aznar (1998 a 2015). Se contabilizaban 34.961 bienes inmatriculados solo durante ese periodo, aunque la plataforma Recuperando reclama que se establezca un listado de todos los bienes inmatriculados desde 1978.

Un año más tarde y tras examinar el informe de la Conferencia Episcopal al respecto, el gobierno «progresista» pone en cuestión la inmatriculación de 1.027 bienes. Redondeando, cuestionan 1.000 de 35.000 bienes y con ello… ¿esperan que la ciudadanía aplauda su valor por plantar cara a la iglesia? ¿Pero qué tomadura de pelo es esta?


La noticia no es que se cuestionen 1.000 bienes, es que se ratifican los otros 34.000, es decir, ¡el 97%! Que ese ínfimo 3% cuestionado haya suscitado titulares, obviando las 34.000 inmatriculaciones aceptadas, me resulta obsceno. Por su parte, los obispos solo se quejan para seguir escenificando el paripé pactado de antemano. Nos toman el pelo. Nos toma el pelo el gobierno, nos toma el pelo la Iglesia.

La piedra angular de este asunto es que la reforma de Aznar concedió a los curas la capacidad de actuar como notarios, de que su palabra fuera ley. Algo inconcebible en un Estado de derecho y que dejó atónitos a los magistrados del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que ya han pronunciado varias sentencias en contra de esta prerrogativa. Gracias a aquella ley, que convirtió por arte de birlibirloque a curas en notarios, el mecanismo para registrar a su nombre las propiedades fue lo más sencillo del mundo: «Esto es mío porque lo digo yo». Según el informe del gobierno, de los 34.961 bienes, nada menos que 30.335 se han registrado mediante «título de certificación eclesiástica». O sea, porque lo digo yo.

Lo que haría hoy el gobierno de un Estado de derecho sería anular directamente esas 30.335 inmatriculaciones. Y desde ahí, empezamos a hablar.


Se suele criticar, con razón, que Iglesia Católica SA no solo ha registrado a su nombre templos, sino que también ha tenido la desfachatez de registrar viviendas, cementerios, solares, instalaciones deportivas, parques, plazas de garaje… todo tipo de terrenos. Pero es que debemos negar la mayor: ¡los templos tampoco son suyos! Hasta 1998 se consideraba que los templos, al igual que los inmuebles públicos, eran «bienes de dominio público», pues fueron erigidos a lo largo de siglos y siglos por los municipios o el Estado y pertenecen a nuestro patrimonio artístico.

Fueron construidos para el catolicismo, sí, por supuesto. Pero es que España en 2022 no es el país que era hace siglos.

En España hoy en día tenemos dos países (al menos) existiendo simultáneamente, y no me refiero a las «dos Españas» de Machado. Me refiero a universos paralelos que inexplicablemente coexisten, estilo Matrix. Uno de esos países está en la mente, es virtual, es una recreación histórica: se trata de un reino católico medieval en el que un rey y un presidente, de la mano de obispos y cardenales, gobiernan a una población fervientemente católica y monárquica. El otro es lo que ves cuando te quitas las gafas de realidad virtual: una sociedad que observa el latrocinio de los Borbones con indignación y de la que, según el barómetro del CIS de julio de 2021, tan solo el 18,6% se define como «católico/a practicante». Hay, desde luego, otro 40% que se declara «católico/a NO practicante», es decir que cree en dios pero no necesita al cura ni el templo. En resumen, una sociedad que pasa bastante de la monarquía y del clero.


El problema, el grave problema, es que esa «recreación histórica» no está solo en las mentes: está en las leyes. Nuestra ley define un país que no existe en el mundo real. Solo así podemos comprender las prebendas de las que disfruta la pederasta y misógina Iglesia Católica SA en un país supuestamente «aconfesional». Así, y teniendo presente que ese «reino virtual» no surge de la nada, sino que procede de una dictadura católica con la que no hemos roto jamás («transición» es lo opuesto a «ruptura»). Iglesia Católica SA, como cómplice oficial del régimen franquista, tuvo carta blanca para apropiarse de bienes, robar bebés, eludir impuestos. Un trato de favor que se mantiene hoy en día.

Los templos catalogados como patrimonio artístico deben seguir siendo bienes de dominio público. Todas las inmatriculaciones “porque lo digo yo” deben ser revisadas. Y en cualquier caso, Iglesia Católica SA debe estar sometida a todas las leyes tributarias del país: que pague el IBI y que pague también el mantenimiento y las reformas de los bienes que sí sean de su propiedad. Vamos a ver si en esas condiciones siguen deseando tener tantas propiedades.

En lugar de esto, el gobierno nos toma el pelo vendiéndonos como un triunfo lo que es un regalazo a Iglesia Católica SA. Confiando en que, como siempre, la población española traga con todo. Resignación, obediencia, disciplina, sufrimiento. Pero cuidado, llegará un día en que se nos acabarán las tragaderas.

domingo, 15 de mayo de 2022

COBARDES Y TONTOS

 


«Solamente los tontos que siguen con la tarifa regulada del Gobierno pagan más luz»

Ignacio Galán, presidente de Iberdrola

 

Por fin sabemos que somos personas tontas, pues seguro que el millonario, insultador y vendedor de luz no se refiere solo a los hombres. Y no lo sabemos porque lo haya dicho él, sino porque Pedro Sánchez no ha salido a dejarle muy claro que las personas españolas son igual de listas, o más, que cualquier insultador.

Entre paréntesis, procede reclamar que el derecho a la luz, natural o artificial, se incluya en la Constitución. Aunque después no se cumpla, pero que figure.

A Pedro Sánchez le convenía salir él, personalmente, a defender la inteligencia y el buen nombre de millones de personas porque las urnas que vienen recibirán muchos votos, pero no para que un millonario se ría de los votantes.

Pero también porque el insultador, 13,2 millones de euros en 2021, gana 150 veces más que Pedro Sánchez, y eso nos recuerda al señorito humillando a Alfredo Landa en “Los santos inocentes”. Un abuso que, con otras maneras como la del “tontos” de moda, sigue siendo el pan de cada día. Algo que, por lo demás, también ofrece muchas más clases y calidades que en 1984. El pan.


Y ni siquiera ha acusado Sánchez, al insultador, de plagiar a los políticos cuando ha pedido disculpas “a quien se pueda sentir ofendido”.

Indefensos frente a insultadores como el de la luz, no es extraño que millones piensen que las urnas no sirven para cambiar a los que de verdad gobiernan.

Y tampoco sorprende que muchos coincidan con el siempre incisivo Matías Vallés cuando afirma que “las vicepresidentas Calviño y Díaz han respondido tibiamente, tal vez porque en el futuro aspiran a un sueldo millonario en el sector energético, como tantos políticos jubilados”. Por tanto, es normal pensar también que, a Pedro Sánchez, aún más cobarde que ellas frente al insultador poderoso, lo que le preocupa es que se le cierren las puertas giratorias y eso le termine obligando a mirar las facturas futuras de su luz particular.

Pero el hecho de que millones que votan y pagan impuestos se dejen llamar tontos, y que su gobierno no los defienda, es algo que viene de arriba y desde lejos en el tiempo.

Por ejemplo, mucho se estará riendo de los tontos españoles el de Abu Dabi, pero no por lo del insultador de la luz, sino recordando aquellos momentos en los que, en algún rincón de la Zarzuela, ponía a funcionar su máquina de contar billetes, ese sonido inolvidable.

No se ríe el de Abu Dabi, se descojona de nosotros, aunque a veces se le arrugue la risa al recordar cómo se reía cuando le entregó los 65 millones a esa Corinna que ahora le ha colocado ante el peor juicio de su vida. No ante un tribunal de su España, que aquí somos tontos.

Pero se reirá el último, porque España terminará pagando esas minutas si antes no decide convertirse en República.


Mucho se rió también de los tontos españoles Felipe VI cuando, hace poco más de dos años, emitió aquel comunicado renunciando a lo que nadie puede renunciar legalmente antes de una determinada muerte, en su caso la del mismo que está esperando el juicio.

Tal parece que se le quedó vieja esa risa de marzo de 2020 a este rey que aún vive en España y necesitaba una nueva, así que no se le ocurrió otra, hace dos semanas, que contarnos que su patrimonio asciende a 2,5 millones de euros.

Permita, majestad, que regrese a Vallés para descojonarme de usted mientras leo, en “Felipe VI el ahorrador”, como le da consuelo al compararle con el más millonario de todos, Elon Musk, porque ni él ni usted declaran tener “propiedades inmobiliarias”. Lo de menos son sus 2,5 millones frente a los 300.000, también en millones, del sudafricano.

¿Cómo ha conseguido usted, rey, que diga hoy estas cosas de usted el mismo Vallés que en diciembre de 2015 escribió “El discurso del rey indignado”? En aquella columna llegó a decir que “El monarca ha llegado más lejos que José Castro en su determinación” o que “España deberá decidir si está preparada para un rey radical”.

Entre paréntesis, otra vez, Matías, nunca me dejaste tan perplejo. ¿O acaso fue tan fina tu ironía que no conseguí descifrarla? Tú sabrás, pero dime, ¿te reconoces hoy en aquel otro tú, aunque solo ante el nuevo rey de ayer?

Usted y su padre se ríen de nosotros cada día gracias al blindaje que les proporciona una inviolabilidad indecente, pero que está escrita en una ley tan vieja como sus risas.


Y hablando de inviolabilidades, otra casualidad. Ayer mismo salió Carmen Calvo, hasta julio de 2021 ministra de Sánchez, intentando apuntarse un tanto, que algo queda. Lo que viene ahora no es opinión, sino información.

El titular de “El País” es claro: “El Gobierno descartó eliminar la inviolabilidad del Rey tras discutirlo con el PP y la Casa Real”, y Calvo aprovechando para adjudicarse la iniciativa, que dice que propuso en 2021.

Entonces, Tezanos del CIS, ¿en qué quedamos?

Resulta que cada vez que te preguntan el motivo por el que llevas tantos años sin incluir la valoración de la monarquía en las encuestas, contestas que se trata de un asunto que “no preocupa a los españoles”.

Además de lo muy dura que tienes la cara cada vez que respondes eso desde lo del elefante de Botsuana, ahora resulta que la inviolabilidad ha estado en la mesa de un Gobierno que se ha acojonado porque el rey, parte interesada y a quien no habría ni que preguntarle, y el PP de Casado estaban en contra.

O sea, que el Gobierno pierde el tiempo con asuntos de los que los españoles pasan, aunque cada día estén en portadas y pantallas.

Se me cae la cara de vergüenza, señoras y señores del PSOE y de UP, al tener que deciros que, para resolver esas dos resistencias, ni siquiera hacía falta imitar al Suárez de 1976 cuando convocó el referéndum de la Reforma Política para que cambiaran de opinión o se fueran los que se resistían.

Incluso antes de recibir esos dos “noes” tan previsibles, y si no después, tendríais que haber ordenado al CIS una encuesta específica y masiva sobre la inviolabilidad con la siguiente pregunta:

¿Está usted a favor de que el rey sea igual que todos los españoles si comete delitos?

Conocidos los resultados de la encuesta, que a nadie le caben la menor duda, estoy convencido de que Felipe VI y Pablo Casado hubieran sido los primeros en mentir como bellacos para proclamar que, por supuesto, para ellos el rey de España siempre ha sido alguien de carne y hueso.

Lo vuestro, señoras y señores del PSOE y de Unidas Podemos, solo tiene un nombre: son excusas de cobardes.

Pues sabed que ningún millonario como el de la luz, salvo empapado en alcohol, volverá a insultar nunca a millones de personas a partir del momento en que vosotros os atreváis a dar la palabra a esas mismas personas, aunque sea con una encuesta, que ya es ponerlo fácil, para colocar al rey como lo que es, uno más, y a la cárcel si le pillan metiendo la mano en la caja.

Lo vuestro son excusas de cobardes, pero peor, en beneficio propio. Y mucho peor, porque os estáis equivocando contra un futuro que no es solo vuestro.

Protegiendo al rey, además de debilitar la democracia y a toda la sociedad, estáis construyendo una autopista para que las derechas españolas, siempre peligrosísimas, vuelvan a gobernar.

Como no soy multimillonario, además de cobardes, hoy también os llamaré tontos.


jueves, 28 de abril de 2022

ESPAÑA YA NO ES LA “RESERVA ESPIRITUAL” DE OCCIDENTE

 


         Odio todas las procesiones religiosas pero, si cabe con mayor inquina, las de Semana Santa. Las aborrezco no sólo por la invasión de muñecos ensangrentados –puro sadomasoquismo- sino por la presencia de niños acarreaditos, de costaleros y nazarenos, de curas engalanados, de vociferantes Novios de la Muerte, de beatas arrepentidas y de autoridades civiles que infligen la sacra Constitución al representar al poder civil en una orgía mística patrocinada por el Vaticano, un Estado extranjero.

Las procesiones tienen un único y dudoso valor: dar a conocer las numerosas variedades de la tortura cristiana. Durante su escenificación hiperrealista, se desata una histeria colectiva ansiosa de más tormentos que alcanza su clímax ante la presencia de muñecos y muñecas especialmente dolorosos –paradigma de la “servidumbre voluntaria” que domina el actual estadio de la civilización occidental.


Probablemente, las flagelaciones son las impías estrellas de estas neurastenias. Ejemplos: los penitentes riojanos, los picaos, se azotan las espaldas en un rito sanguinolento similar al de los chiíes en su Ashura. Pero el ingenio sadomaso no descansa de manera que, en ocasiones, se añade el peligroso azotamiento interno de los empalaos extremeños –más cruel que el de los picaos- y el de los encruzados del mexicano Taxco quienes, de propina, cargan troncos espinosos. Pero, sin duda, la apoteosis llega con anzuelos en los labios y perforaciones sin anestesia o, mejor aún, cuando se crucifica con clavos ‘de verdad’ a los penitentes –en la también mexicana Iztapalapa y en Filipinas. Todo ello sin que podamos saber si, debajo de sus hopalandas, los feligreses se están perforando sus carnes con cilicios u otros suplicios clandestinos.

En estas fechas, con especial significación, podemos comprobar que, en España, hay dos espacios que permanecen demasiado cercanos, confundidos y sin acabar de encontrar su verdadera posición dentro de la constitución. Según lo que podemos leer, somos un estado “aconfesional”, expresión que se utilizó para no terminar de definirnos como un estado laico; no estaba el horno para más bollos en el 78 y ahora, décadas después, podemos ver las consecuencias de esa indefinición y de esa tibieza.



Por toda España se celebran procesiones (estaciones de penitencia para los forofos) en las que la presencia del estado, a través de representaciones de policía, ejército o cargos institucionales, es masiva. Bandas de música, batallones de gastadores, recursos públicos -lo de la Legión en Málaga es un despliegue en toda regla- hacen que todo acabe confundido en un marasmo de indefinición legal que no me gusta nada.

         Nada tengo contra esa tradición -curioso que las nuevas generaciones no tengan ni la más remota idea de lo que ven y lo que significa- pero todos debemos ser conscientes de que hay una institución que si registra, manipula y utiliza esas concentraciones de personas en su favor: la Iglesia.

La Iglesia no desperdicia nada y sigue tensando la cuerda de su teórica influencia social para mantener cientos de colegios en régimen de concertación a cargo del estado; sigue posicionada en la educación haciendo caso de la afirmación de Ignacio de Loyola: darme a vuestros hijos y os devolveré soldados de Dios.

España, hoy, ha cambiado su estructura religiosa y nada tiene que ver con la que, en 1978, tuvo que cuidar a una sola religión tutelada y apoyada por aquellas fuerzas vivas -muy vivas, por cierto- de manera que deberíamos dar el paso que no nos atrevimos a dar y declarar la verdadera naturaleza laica del estado, sin más.


Ya no hay, desde mi punto de vista, ninguna razón que justifique el mantenimiento de ese resbaladizo término y sin embargo, sí hay una enorme población que practica otras religiones que se sentiría mucho más a gusto bajo la asepsia de un estado laico que tratara a todas las religiones desde la misma distancia y con la misma independencia.

No pretendo negar la enorme influencia de la iglesia católica y del cristianismo en la evolución y en la construcción de lo que Europa es y significa -con especial incidencia en España -, pero sí creo que ha llegado el momento de que las cosas se adecuen a la realidad del momento. Hoy, es obvio, la iglesia católica se bate en retirada pues la sociedad ya no le otorga el peso que tenía hace décadas. La semana santa empieza a ser una festividad más cultural que religiosa, como lo pueden ser las Fallas, las piraguas o san Fermín.

Y no me parece mal que todo se gestione desde la perspectiva del inmenso patrimonio cultural que tenemos y me parecería positivo que otras religiones empezaran a construir otras manifestaciones públicas en torno a sus propias tradiciones. Me parecería estupendo celebrar el año nuevo chino, el Yom Kipppur judío o – tras el paso por mataderos adecuados – la fiesta del cordero.


España ya no es una isla, ya no somos la “reserva espiritual” de Occidente o chorradas semejantes: España es una sociedad moderna que debe evolucionar en esa modernidad con todas sus instituciones y además, debemos hacerlo con naturalidad y sin traumas que eleven tensiones o que supongan momentos de enfrentamiento.

Si hacemos caso al mandato, demos a dios lo que es de dios y al césar lo que es  del césar, que ya el propio Jesús, en una época de tensiones entre la religión oficial de Roma y el judaísmo, intentó la fórmula como vía de convivencia.

Hagámosle caso y que no acabemos como la Jerusalén de Tito: arrasada y camino de la diáspora por un quítame allá esos credos.

 

lunes, 18 de abril de 2022

SOSPECHAD, AMIGOS, COMPAÑEROS, SOSPECHAD


Más allá del celebrado periodismo de datos, del fact checking, de las infografías y de los informes oficiales, hay una sana y viejísima forma de interpretar el mundo: se trata de la sospecha. La sospecha como metodología de investigación, la sospecha como incómoda inquietud, la sospecha como ejercicio de resistencia.

Sospechar, dice el diccionario, es “imaginar o suponer una cosa, generalmente negativa, a partir de conjeturas fundadas en ciertos indicios o señales”. Ricoeur hablaba de la “hermenéutica de la sospecha” para referirse a las filosofías críticas que recelaron del orden y las verdades universales que regían el mundo y demostraron así los intereses y estructuras que lo apuntalaban. En algunos casos, además de interpretarlo, lucharon por cambiarlo. Y con ese mismo ejercicio de la sospecha cuestionamos dioses, estamentos, liderazgos, privilegios, géneros, razas o fronteras.

Pero hay otra sospecha más cotidiana, más irracional y mundana, esa que sale de la entraña o de la mosquita tras las orejas, esa que dice “oye, esto no me cuadra”. Y no sé vosotros, pero yo, cuando mis paisanos, mis vecinos, mis amigos me dicen que algo no les termina de encajar, suelo hacerles caso, o al menos, poner en cuarentena la cuestión.  


Precisamente fue mi compañera la primera en decirme que, con esto de Ucrania, algo no le cuadraba. Lo dijo frente al televisor, con el telediario a medias, en lo que acabó siendo una acalorada sobremesa sobre armamento y sanciones, como supongo, ocurriera en muchas casas. También lo he escuchado en la calle, en un taxi, en los grupos de Whatsapp, o en el descansillo. Hay quien plantea bajito esas preguntas, en la intimidad, en la confianza, porque sospecha que, en este tema, precisamente, no hay espacio para sospechas. Aunque nazcan de la experiencia, o del conocimiento, o de la observación. Pero el caso es que hay cosas que no, que no cuadran.

No cuadra que en pocas semanas los Estados europeos hayan sido capaces de construir una admirable arquitectura de acogida para cientos de miles de personas, proporcionando alojamiento, protección internacional, escolarizaciones y servicios con una diligencia ejemplar. Porque, ¿no son esos los mismos Estados que avalan la devolución y rechazo de personas en la frontera sur?, ¿los que tuvieron a miles de refugiados que huían de la guerra en Siria durmiendo durante meses en sus parques y bajo sus puentes, mientras se los repartían como a una incómoda patata caliente?, ¿no son ellos los de la contención frente a la inclusión, los que aumentan el presupuesto de Frontex para blindar de la barbarie las lindes de nuestro europeo jardín?


Tampoco cuadra esta inusitada solidaridad ciudadana, tan coral, tan abrumadora. ¿Quién manda en nuestra compasión, nuestra culpa, nuestra ternura, nuestro dolor? ¿Dónde teníamos guardada toda esa generosidad para abrir nuestros hogares, para poner nuestras manos y nuestros recursos? Quisiera pensar que nos mueve la empatía y no el programa de Ana Rosa, porque nos arriesgamos a padecer de una gran ceguera. Nos requieren con urgencia las ONG, (hasta las que nunca estuvieron allí), la app del banco, el AMPA del cole, el chef José Andrés, mi asociación de vecinos, el espontáneo que se ha ido con la furgoneta a recoger a no sabe quién no sabe dónde, los de la alfombra roja de los Oscar, una empresa de patatas en León, o Cayetano Rivera, que está salvando niños en Polonia. Y por supuesto, respondemos.

Prefiero pensar que no se trata sólo de la empatía de la blanquitud –de hecho, gran parte de Centroeuropa es profundamente racista con las personas eslavas–, sino de una verdadera vocación de ayuda ante la injusticia y quienes la padecen. Pero me pregunto por qué hay dramas que se nos exponen en toda su crudeza, como este, y otros que no queremos, no podemos, o no nos dejan ver, aunque estén bien cerquita, en el Estrecho, o en nuestro barrio. Como esos tres millones de pobres que no veía Ossorio, el consejero de Educación de la Comunidad de Madrid. Ojalá a quienes gestionan tan enorme e inédita solidaridad les cuadren también las cuentas.


No cuadra tampoco –sospecho– que se nos exponga cada día a una épica de honor y valor militar como si se tratara de un parte de guerra del siglo pasado. En nuestro propio suelo bien sabemos lo que significa dar alas a eso de luchar por la nación y alimentar la retórica de la venganza de los señores con pistolitas. No cuadran tantas loas a un ejército en el que los hombres no tienen alternativa a luchar porque una ley marcial así lo impone, y en el que la extrema derecha inflige su discurso que, lejos de ser residual, ha emponzoñado las instituciones y la memoria ucraniana. No cuadra el interés en ignorar deliberadamente el hecho de que una parte considerable del legítimo nacionalismo ucraniano se ha envenenado por el camino, peligrosamente apegado a la ideología nacional socialista, disuelto en un difuso revoltijo de tradicionalismo, patriotismo y supremacismo donde acaban por desdibujarse las líneas de lo tolerable, hasta no saber cuál es el lado bueno de la Historia. Así lo reportaban, hasta no hace mucho, informes y medios de todo el mundo, pero entonces Ucrania era una estepa remota más allá del Muro. Ah, y lo de Zozulya. Eso tampoco cuadra.

No cuadra, por lo tanto, –conjeturo– que la Unión Europea plantee incluir por la puerta de atrás un país que dista de ser una democracia alineada con sus valores (ni siquiera el cacareado índice de The Economist la considera así). El “útero de Europa” que gesta los bebés blancos de occidente a costa de los cuerpos de las mujeres, un país donde las personas LGTBIQ+ son acosadas y perseguidas, donde la población romaní está siendo atada a farolas sufriendo pogromos y linchamientos, donde se multiplican, desde que empezara la guerra en 2014 las razias y las vendettas entre comunidades. Nos suena, ¿verdad? Recordemos que también en el refugio y el exilio operan privilegios, y me pregunto si todas las personas que no pueden salir, que se han quedado a ambos lados del frente, están a merced de la ley de la jungla y qué mecanismos de protección quedan para ellas allí donde no llegan las cámaras.


No cuadra –recelo– que un presidente de gobierno se convierta en una rockstar inmaculada que hace bolos por los parlamentos y videollamadas a famosos de Hollywood, sin poder encontrar en los medios informaciones claras sobre qué decía su programa electoral, quiénes son sus apoyos financieros, o cuáles son los partidos que ilegaliza, que, por cierto, incluyen a todos los de la izquierda.

No cuadra, tampoco (me digo, eh, que quizá me equivoco), que al villano cruel y genocida que es Putin se le hicieran, no hace tanto, amigables visitas privadas, se le aceptasen invitaciones a monterías donde disparar a osos borrachos y hasta casi, casi se le vendiera un tercio de Repsol. Él, que también fue en su día un aliado antiterrorista, allá por 2002, cuando el enemigo era otro y estaba en Afganistán. Enemigo que, por cierto, antes fue también un aliado, un freedom fighter de la Guerra Fría. Qué lío… no me extraña que haya quien prefiera la versión simplificada, esa que nos deja dormir tranquilas. Los “cordones sanitarios” a tiranos, sátrapas y totalitaristas se parecen más a una cuerda de saltar a la comba que a una barrera democrática, tan flexibles, tan versátiles, tan… líquidos.

Diría también que no cuadra que todas las personas que pública y abiertamente opinan diferente a la única línea informativa existente se vuelvan, automáticamente, una amenaza, un enemigo. Conspiranoicos, negacionistas, extremistas o agentes del Kremlin, rusófilos, rojipardos o frikis de internet. Por supuesto que esas personas existen, y que a río Dnieper revuelto, ganancia de pescadores. Pero no, no cuadra que todo el mundo esté siempre de acuerdo en cada mesa redonda.

          


Esas voces discordantes, las que vienen desde el progresismo, el antimilitarismo o el feminismo, no pueden estar todas a sueldo de Moscú. ¿Qué interés personal o genuino puede haber en defender el régimen conservador y represivo de Putin, un régimen que ha vaciado de sentido la memoria histórica para convertirla en un folclore nacionalista al servicio de sus oligarcas? ¿Un régimen que persigue la “ideología de género” y construye su desigual riqueza sobre los valores más conservadores y tradicionalistas? ¿Un régimen que encarcela disidentes y envía a soldados a morir y matar en una guerra que, durante ocho años, ocurrió frente a sus ojos?
 

El pensamiento crítico no es contrapropaganda, es pluralidad, es diversidad, son contradicciones, es la vida misma, la guerra misma, y de seguir ahogándole, brotará en formas mucho más turbulentas y confusas, y es ahí donde nacen los monstruos.

Y por acabar, y disculpad tanto recelo, pero tampoco cuadra que el pacifismo no tenga ningún espacio en los grandes medios, que solo sea ridiculizado, ninguneado o relegado a una postura de idealistas, ingenuos, ni-nis o nostálgicos. Quizá quienes nos creímos el no a la guerra y el desarme, sí que hemos sido ingenuos creyendo en la cultura de la paz, que es un ODS, un principio universal, un valor y un objetivo de la comunidad internacional. Por eso a muchos no nos cuadra eso de llamar insurgencia armada a la gente corriente, o a eso de aprobar gasto público para enviar armamento, y, sobre todo, nos preocupa el incierto destino de esas armas y de sus radicales portadores cuando, dentro de no mucho, vaguen por Europa y más allá.

Sospechad, amigos, compañeros, sospechad. Entre vosotros, hacedlo bajito o en voz alta, como queráis. Desde la sospecha crítica, fundamentada, científica y material; pero también desde la corazonada, desde el agravio comparativo, desde la humildad de quienes no lo sabemos todo: aplicad nuestro digno y necesario ejercicio de la sospecha. Sospechad, porque si no, dejaremos el legítimo derecho a disentir en manos de personajes muy oscuros y siniestros. Sospechad, porque quizá algún día necesitemos que sean otros los que sospechen por nosotros. Porque sospechar no implica dejar de ser solidarios, ni volverse equidistantes. Porque sospechar ayuda a conocer nuestras contradicciones y vulnerabilidades, y de ahí pueden nacer algunas valiosas verdades sobre quién quiere esta guerra y quiénes se llenan los bolsillos, las urnas o la reputación con ella. Porque solo sospechando hemos podido abrir caminos y alternativas al de la violencia, la desigualdad y el silencio.

Cuando se apague esta guerra, cuando llegue la paz, o la victoria, o la silenciosa y larga posguerra, entonces, también, sospechad. Ojo, que yo no digo nada. Pero es que hay cosas que no, que no cuadran.


miércoles, 9 de marzo de 2022

LA ESPERANZA SE LLAMA YOLANDA

 

         Elección tras elección, disgusto tras disgusto. Esta es la verdad de Unidas Podemos, cuya magia tan prometedora en sus inicios se va disolviendo inexorablemente. El momento, su momento, es tan desfavorable que sólo un gesto, unas palabras, de Yolanda Díaz, podrían inyectar esperanza donde hay pesimismo.

Sé que es mucho decir que una figura, aunque sea muy potente, vaya a salvar por sí misma la crisis de Unidas Podemos y sus homólogos. Pero el desánimo es tal que sólo el anuncio de su candidatura haría de la mueca triste una sonrisa de ilusión.

En su entorno se dice que está madurando su decisión de presentarse o no, como candidata de un frente amplio. Es muy respetable, pero además de marcar sus tiempos, algo que es legítimo y hasta conveniente, su entorno y ella misma deben saber que la realidad discurre con vida propia, no espera, es ella la que te llama para conectar. Reconocer en ella las señales que piden a gritos un paso adelante es lo más inteligente para no llegar tarde. En el peor de los casos para clausurar una espera que no tiene fechas y dar espacio a que otras iniciativas quieran y puedan abrirse camino.

        Visto de una manera retrospectiva, hay que reconocer que la decisión de Pablo Iglesias de echarse a un lado, algo inusual en la vida política estatal, puso más fácil la posibilidad de dar por amortizada una etapa en la historia de Unidas Podemos e inaugurar un nuevo tiempo en el que, con la mirada en alto, se vaya construyendo, no un partido más, sino un movimiento más grande, más amplio, más combativo, más diverso, más plurinacional, más feminista, más ecologista. Un proceso que en estos días necesita aunar voluntades de mujeres y hombres que crean que sí es posible reconstruir la esperanza. Comenzar este nuevo camino requiere asimismo comprender y asumir un enfoque que de por superado el debate de qué es primero, si el eje izquierda-derecha o el eje arriba-abajo, pues lo cierto es que los dos se necesitan y deben contemplar una mirada global sobre la sociedad real y sus potencialidades para cambiar las cosas.

Yolanda Díaz afirma que va mucho más allá de la suma de izquierdas, para dar impulso a una mayoría social progresista que, desde su diversidad, reclama un proyecto transversal donde puedan caber gentes reunidas no por una ideología concreta, sino por el afán de un cambio social y democrático, presididos por la igualdad y la justicia. Ella afirma que quiere un proyecto de “muchos”. ¿Esto puede ser un giro sobre lo que fue Vistalegre II? Yo creo que lo es. Debe serlo, en la medida en que Unidas Podemos se enfrentó al dilema “cerrarse” o “abrirse”, dando pasos en la dirección contraria al 15-M.

    Enseguida se fue configurando una alianza preferencial con Izquierda Unida que, con todos los respetos, no despertó el entusiasmo de quienes hasta entonces habían votado con ilusión y querían algo innovador. Y si no hay ilusión falta el cemento que une a un proyecto con sus votantes. La caída electoral fue espectacular, mucho más que un accidente.

Afirma Yolanda Díaz que no quiere regresar a la marginalidad, a instalarse en una esquina del tablero. Ella quiere cambiar, trasformar la sociedad. Y para eso hace falta dirigirse al conjunto de la ciudadanía. No sobra nadie. El proyecto de Yolanda Díaz no discrimina, no elige a unos rechazando a otros. Convoca a toda la ciudadanía que quiera ser protagonista, no va de partidos políticos que, dicho sea de paso, también deben participar activamente en el proceso. En su lógica es la gente la que debe apoyar o no su proyecto. Yolanda Díaz convoca a todo el que quiera ser parte del mismo. Una invitación que debe ir de la mano de la exposición de una causa clara, de un fin claro.

Ahora se trata de la construcción de la transversalidad que pide a gritos otros paradigmas, otros conceptos, otras palabras, otras conversaciones, otras organizaciones, otras referencias. Da la impresión que Yolanda Díaz se mueve cómoda ante lo inédito. Ella habla de una sociedad que sea imprescindible y escuchada, lo que es tanto como decir participativa y con capacidad de crítica y decisión, no simple receptora de mensajes. Para que algo así sea posible, hará falta una arquitectura organizativa realmente novedosa basada en la confianza de las partes y en el talento para consensuar fórmulas satisfactorias. La gran pregunta es: ¿Será viable el proyecto de Yolanda Díaz, o serán tantos los obstáculos que tendrá por delante que lo haga imposible?.

       La viabilidad está por ver dada la magnitud de crear algo nuevo. Pero, sin duda, para otros partidos parece que el proyecto sí es viable y por eso tratan de hacer que descarrile ya antes de que comience a rodar. También desde medios de comunicación que opinan más que informan, que hacen campañas sucias, le lloverán los enemigos a Yolanda Díaz. Pero ¡ojo! también tendrá obstáculos internos. En las izquierdas hay de todo, quienes comprenden que un partido es un instrumento al servicio de la sociedad y prescindible en un momento dado, y quienes hacen de su partido algo así como su patria, su principio y fin de todas las cosas. Los primeros están preparados para fusionarse en una realidad organizativa, los segundos priorizan su lealtad a lo particular.

En esta tensión esperable Yolanda Díaz necesitará una amplia libertad de movimientos, nada parecido a una tutela que le atrape en un bucle no deseado por ella. Si su decisión es favorable a ser elegida candidata de un frente amplio, pronto será inevitable que sienta la presión de una Torre de Babel. Se le acercarán quienes desde una excesiva ideologización pretendan guiarla “por el buen camino”. También quienes tratarán de posicionarse para dar el asalto a las listas electorales. También los que lejos de comprender la compleja relación entre ideología y política, le exigirán maximalismos como si en la política pudieran volcarse las creencias sin adaptación ninguna a la realidad. El hecho es que en las izquierdas no termina de asumirse la idea de que importan los pasos adelante bien orientados, no es tan decisivo si la zancada es más grande o más pequeña. Nada sería peor que la disputa de etiquetas de reformistas y radicales y la lucha por sillas y sillones.

         La asunción de la plurinacionalidad en el modo de organizarse y de distribuir las competencias de un modelo confederal, será asimismo otro de los grandes desafíos. Es posible que haya una tensión permanente entre la necesidad de unidad que requiere de unos instrumentos ágiles para intervenir en la política diaria como en las citas electorales, y los derechos de las bases y nacionalidades y regiones para decidir lo que interese a sus territorios, incluido el derecho a decidir sobre un proyecto de separación del Estado. La complicación surge a partir de dos ideas o principios: nada de hiper liderazgos y trabajo en equipo. La política, con más razón la de las izquierdas, es una actividad de equipo. No será fácil desde luego levantar un proyecto ganador sino se conjugan bien estas variables. Pero se puede.

Yolanda Díaz tiene 50 años. Es la edad perfecta para entender el combate generacional y la necesidad de convertirlo en un encuentro generacional. Debe presentar y explicar a la ciudadanía un para qué y conectar con ella emocionalmente. Propuesta y emoción fueron las claves del éxito electoral de Podemos en 2015.

martes, 1 de marzo de 2022

A DIOS REZANDO... Y CON EL MAZO DANDO

 

El fenómeno de los fascistas manifestándose delante de las clínicas de interrupción voluntaria del embarazo es algo que trasciende nuestras fronteras, por desgracia. Algunas veces adopta la forma de manifestaciones, otras se tumban en el suelo para impedir el paso, en otras ocasiones abordan a las pacientes con rezos, estadísticas o peticiones (incluso con furgoneta de ecografías) y, si nadie les hace caso, ya pasan a las pintadas o a los atentados.

Por supuesto, la sociedad tiende a rechazar esta clase de actitudes. Así que en varios municipios han aparecido carteles que las promueven. «Rezar frente a una clínica abortista está genial. Este mensaje podría ser cancelado por la inminente reforma de la Ley del Aborto». Algunas ciudades ya han retirado esta publicidad; en otras, como en Madrid, la oposición lo está pidiendo, aunque supongo que su dilecto alcalde hará el caso acostumbrado.

De esta campaña me llaman la atención dos cosas. La primera es que está hecha, según sus promotores, para «combatir la corrección política dando voz a las posiciones silenciadas por el pensamiento único». Pero la cosa es que dichos promotores son la Asociación Católica de Propagandistas (ACP), una asociación privada que tiene como objetivo promover el ideal católico en todos los ámbitos de la vida: tienen editoriales, periódicos, sociedades de caridad y hasta universidades.

          La ACP no es una iniciativa que naciera hace cuatro días. Tiene más de un siglo de historia, la mitad del cual se lo pasaron como parte activa del régimen de Franco. Elementos como Onésimo Redondo (fundador de las JONS) eran miembros de la ACP. Más tarde, ya en la dictadura, fueron una de las «familias» más importantes del régimen. Como sabemos, las «familias» eran grupos de personas que se adscribían al régimen en líneas generales pero que tenían cada uno sus propias ideas: estaban los católicos de la ACP, los militares, los falangistas, los carlistas, más adelante los tecnócratas… Franco promovía a unos y rebajaba a otros a su conveniencia. En general, la «familia» de los católicos ocupó los Ministerios de Asuntos Exteriores y, sobre todo en la primera mitad del régimen, de Educación.

Claro, desde la dictadura han pasado ya unas cuantas décadas, pero hay manchas que son para siempre. La ACP es gente que durante veinte años se encargó de la educación del régimen franquista, que representa a una Iglesia que ha sido religión de Estado en este país hasta hace cuatro días y religión predominante hasta hace dos y que tiene una política activa de propaganda de conversiones. Es muy curioso que vengan ahora con que si pensamiento único y no sé qué.

       Creo que no hay mejor ejemplo de hasta qué punto todas estas quejas sobre «corrección política» y «pensamiento único» son dogwhistles fascistas. Propagandistas activos de una religión que cuenta en su haber con inquisiciones y cruzadas varias, que se resiste como gato panza arriba a abandonar la educación de niños, que consiguió un tratado internacional que les reconoce el derecho a impartir una asignatura adoctrinadora durante todos los niveles de educación obligatoria, que condena toda clase de relaciones humanas que no se adapten a su estrecha visión de la vida. Gente que lleva el adoctrinamiento en su ADN considera que la promoción de otros valores que no son los suyos es «pensamiento único». Sí, una buena muestra de lo que han pasado a significar estas palabras en la era de la posverdad.

Tenemos el quién, vamos al cómo, que es la segunda cuestión que me interesa. Y el cómo es: grupos de fuerzapartos rezando delante de clínicas de interrupción del embarazo. Claro, aquí la palabra «rezar» es importante. Rezar es una actividad pacífica, la comunión del ser humano con su dios. ¿Cómo va a estar mal rezar, sea ante clínicas o sea en iglesias? ¿Qué clase de Gobierno comunista puede prohibir los rezos? ¡Rezar es parte de la libertad religiosa, así que claro que puedo decir que hacerlo «está genial»!

   El problema es, claro, que rezar no es nunca solo rezar. Los rezos van acompañados de imprecaciones, de insultos, de intentos más o menos chapuceros de convencer a una persona que es probable que esté en una situación psicológica complicada de que haga lo que no quiere hacer y cargue durante toda la vida con un niño que no quiere tener, de ataques a trabajadores. Incluso cuando son «solo rezos», las cosas tienen un contexto, y todos sabemos lo que significa un grupo de payasos rezando delante de una clínica de IVE. Sabemos quiénes son, por qué están ahí y qué implicaciones tiene ese acto.

Los famosos rezos delante de clínicas son manifestaciones políticas. Tienen motivaciones políticas (llamar la atención sobre lo que para ellos es un genocidio y avergonzar o hacer reflexionar a quienes los cometen), aunque dichas motivaciones tengan base religiosa. La política y la religión no son compartimentos estancos, sino que pueden retroalimentarse. Que unos posicionamientos políticos tengan base religiosa no los hace menos políticos.

Como tales manifestaciones, están amparadas por el derecho de reunión, pero tienen que cumplir las normas que regulan este derecho. Deben ser comunicadas (y estoy seguro de que no lo son, porque son recurrentes), so pena de que sus promotores sean sancionados. ¿Se están instruyendo estas sanciones? Yo supongo que no, porque la autoridad puede prohibir o modificar las circunstancias de la manifestación si las propuestas por sus promotores ponen en peligro a personas o bienes. Aquí la autoridad no parece que esté modificando nada, ya que estas reuniones se celebran en las mismas puertas de las clínicas de interrupción voluntaria del embarazo, en horario de apertura . Es decir, en las horas y lugares donde más peligro de acoso ofrecen. Y si la autoridad no garantiza los derechos de las pacientes y los trabajadores, menos creo que sancione a quienes los vulneran.

            Rezar es un derecho fundamental, pero no convierte lo ilícito en lícito. Un acoso realizado por medio del rezo sigue siendo un acoso, igual que lo es cualquier otro delito. Y esto nos lleva a otro punto importante: estos rezos ¿son delito? ¿Cuál? Bueno, lo obvio parece ser pensar que es acoso, pero no está tan claro: el acoso exige una insistencia y una reiteración que aquí no se da, porque, aunque los rezadores están ahí de forma permanente, apenas ven a cada víctima un par de veces con suerte. No siguen a cada víctima, sino que están plantados en un sitio e increpan a todas las personas que pasan. Quizás cuadre más con el tipo básico de coacciones, que consiste en impedir a otro ejercer una conducta legal o forzarle a hacer lo que no quiere. El problema es que este delito se tiene que cometer con violencia, y aquí entra ya toda la discusión sobre si la presión moral puede o no considerarse violencia.

En todo caso, sea o no delito, está claro que son actos que atentan contra la libertad de las personas que acuden a abortar o a trabajar en una clínica de IVE, conductas ambas plenamente legales. Por supuesto, está muy bien que los fuerzapartos tengan sus ideas y las expresen, pero hay que armonizar los derechos de todo el mundo. En ese sentido, la regulación de esta clase de manifestaciones es lógica: como mínimo, debe obligarse a que cumplan con todos los trámites del derecho de reunión y debe impedirse que sean en la misma puerta de los centros. Unos pocos metros más abajo o en la acera de enfrente cumplen con su objetivo pero no resultan tan perturbadoras.

Aunque, por supuesto, todos sabemos que esta regulación, por muy bienintencionada que sea, es un parche al estilo que nos tiene ya acostumbrados el Gobierno más progresista de la Historia. Porque lo suyo sería acabar de una vez con la objeción de conciencia del personal sanitario y que los abortos se hagan en los hospitales públicos y no en clínicas especializadas. A ver si estos listos son capaces de distinguir, en la puerta del Gregorio Marañón, a la mujer que va a abortar de la que va a operarse de apendicitis, y al médico que practica abortos del que hace neurocirugías.

Así se acabaría con el problema de raíz. Pero claro, los médicos llorarían, y el Gobierno más progresista de la historia no puede permitirse eso.