Lo
segundo que más asombra de la corrupción conductual y moral que significa la
tauromaquia es su desfachatez. El que viola se oculta para violar. El que roba
se esconde para robar. El que mata procura hacerlo sin testigos.
Aquí
se obliga a un herbívoro pacífico a entrar en un ruedo del que no tiene
posibilidad de huir, se le causa un destrozo físico para menoscabar su fuerza y
movilidad, se le tortura, despacito, y al final se le mata cuando hay “suerte”
de un golpe de mano, que las más necesita repeticiones y carnicería añadida
para acabar con su vida. Luego a menudo se le mutila, y se sabe que no pocas
veces cuando todavía no está muerto.
Aquí,
y sigo con lo segundo que más estremece, es que los niños son llevados -sí,
llevados, una niña de cinco años o un niño de ocho van donde sus padres quieren
que lo haga-, a ser espectadores de lo descrito en el párrafo anterior. Y
cuando se hace eso se están pasando por la montera de la patria potestad el
dictamen del Comité de Derechos del Niño de la ONU indicando que la tauromaquia
es violencia infantil, así como todas las leyes y declaraciones de intenciones
europeas, nacionales, comunitarias o municipales jurando que la protección del
menor es algo prioritario, sagrado y en modo alguno inviolable, y que cualquier
conducta que atente contra esos principios será prohibida y castigada su
ejecución.
Lo
primero, lo que más espanta, lo que produce escalofríos en el alma, en la piel,
en la cordura y en la sensibilidad es que ese acto donde se abrazan la
violencia con animales, su maltrato lento, intenso, sin atisbo de compasión, y
la violencia educacional para la infancia, haciéndoles presenciar cómo se hiere
una y otra vez a un toro, haciéndoles beber sus hemorragias por los ojos y
estampando su sufrimiento en la mente de seres humanos en pleno proceso de
formación de sus valores, es que la tauromaquia todavía sea algo legal en
nuestro País.
¿Hay
necesidad de explicarlo?, ¿es que no lo estamos viendo en cada corrida, en cada
toro embolado o enmaromado, en cada toro al agua, del aguardiente o de encierro
de campo perseguido por coches y tractores? Mueren desangrados, atropellados,
ahogados, de golpes contra talanqueras, de infartos, mueren por miles, sufren y
mueren en cada rincón de España con la misma dosis de terror y padecimiento en
su cuerpo, con la misma carga de depravación en el mensaje que se le transmite
a los niños y ante los mismos aplausos y sonrisas de quienes encuentran en
semejante aberración un motivo de diversión.
No,
es que encima esta modalidad de corrupción no se esconde y no es necesario
tener que explicar los motivos como no los sería si alguien es observado
forzando a una mujer o metiendo la mano en el bolso de una anciana, y ya está
bien de ponerla en la estantería del comportamiento decente porque nos la
encontremos en el cajón de lo legal.
Tantas
cosas que lo han sido ya no lo son porque evolucionamos, porque es sabido que
la ley suele ir por detrás del espíritu de los ciudadanos y del progreso hasta
que llega un día en que el hedor de esa basura se hace tan insoportable que,
por muy vistosa que sea la bolsa que la contiene, se lanza al vertedero donde
debe estar: el de lo inadmisible por repugnante y nocivo.
Y
las palabras Tradición, Libertad o Raíces no sirven de nada, sólo son
podredumbre en su interior por real que sea su forma. Una tradición violenta,
la libertad que se usa para torturar o matar o las raíces de las que nace un
fruto dañino son perversiones que encuentran su disfraz en el diccionario.
La
realidad es que esto es maltrato de animales y que esto es lesivo para los más
pequeños y ante eso sólo caben dos posturas: confesar que no importan ni unos
ni otros en aras de un placer y de un negocio malsanos, o abolirlo sin
contemplaciones porque la violencia con un animal y con un niño, cada una en su
vertiente, no se van a consentir.