SON
MUCHAS las vicisitudes vividas por las sociedades occidentales en los últimos
años, sobre las que han percutido corrientes filosóficas, políticas,
sociológicas y económicas, muy seductoras, todas con una finalidad concreta:
crear un prototipo de ciudadano dócil y fijarlo al trapo de una ilusión óptica
de bienestar perdurable.
Al
igual que al asno le colocan una zanahoria delante del hocico, pero a
suficiente distancia para que no la alcance nunca, al ciudadano corriente le
han colocado el señuelo de la riqueza, pero sin advertirle que nunca la
alcanzará por mucho esfuerzo que ponga en el empeño.
Nos
han hecho vivir en una burbuja de bienestar que estaba programada para
estallar, para dejarnos después a merced de los vientos de la indigencia, y sin
haber aprendido a volar.
Aún
nos cuesta asumir el engaño y aceptar que para conseguir derechos plenos en
educación y sanidad, tendremos que comenzar una lucha desigual desde cero.
Venimos de una guerra civil genocida y de una dictadura militar que impuso su
credo político, como una camisa de fuerza, a una España acobardada y
hambrienta.
Mucho
nos costó salir de ese abismo histórico y pronto olvidamos los principios
básicos a respetar para una honesta convivencia en común. Ahora participamos de
una cultura democrática construida a golpes de enredos políticos y engaños
financieros, que tienen como componente básico un severo pragmatismo económico
que, a fin de cuentas, es la filosofía de las multinacionales que nos han
dominado en las últimas décadas.
Del
idealista "Todo por la Patria" de los cuarteles franquistas, hemos
pasado a "Todo por las grandes corporaciones y el dinero", de modo
que hay un evidente cambio en la psicología social y en los objetivos individuales
de los ciudadanos.
El
hombre ya no trabaja por la realización de un ideal, ni por alcanzar la
perfección intelectual o espiritual, sino que lo hace sólo por las cosas que le
interesan y que le reportan un bien material. Es lo que podríamos definir como
el materialismo pragmático. Es decir, que el ciudadano sólo encuentra placer en
la consecución de objetivos que puedan ser contabilizados como beneficio
económico.
El
hombre se ha (lo han) auto programado para adelgazar sus aspiraciones y lo ha
hecho hasta el límite de que ya sólo le interesa el dinero y el poder que, de
por sí, llenan sus expectativas existenciales y justifican cualquier medio que
utilice para conseguir sus espurios propósitos.
Es
obvio que tan altas cotas de imperfección intelectual no se alcanzan porque sí,
exige sacrificios personales -ausencia de vida sentimental, puñaladas, estrés,
rendiciones-y una dureza granítica de carácter
para soportar las críticas y la presión social.
La
biografía de los "ilustres" hombres políticos o de empresas, de este
último cuarto de siglo, no resistiría la prueba del algodón, porque el
meteórico ascenso social de la mayoría está jalonado de mentiras, traiciones,
oscuras operaciones financieras y de acoso y derribo de adversarios.
Es
la pasión por el ser a cualquier precio, de cualquier forma y con cualquier
instrumento, por encima de las posibles excelencias de otras personas con
mayores capacidades y merecimientos.
Al
final lo que vale es el patrimonio y la cifra que dispongas en la cuenta corriente,
porque a partir de ahí es posible comprar un pasado, inventarse una hoja de servicios, adquirir un currículo escrito con
letras de oro y renglones torcidos, lleno de inexactitudes y mentiras, pero que
será divulgado como una verdad incuestionable por los perros mediáticos que
actúan como comparsas al poder.
Hace
mucho tiempo que el talento y la capacidad creativa pasaron a un plano
secundario, enterradas por la audacia irresponsable de los mediocres, por los
clanes políticos, por las mafias empresariales, por los nidos financieros y
todo tipo de lobbies que alimentan su ego con el hambre y la desgracia del
pueblo.