"A
la izquierda de los republicanos no hay ni puede haber nada. Ninguna aspiración
revolucionaria o progresista pasará de ser una utopía infecunda, si no se apoya
en las cuatro columnas fundamentales del estado republicano: el ser humano
libre, la nación independiente, la sociedad justa y solidaria y el pueblo
soberano"
(Fernando Valera
Aparicio, Ex Presidente del Consejo de Ministros de la República Española en el
Exilio) (1978)
Desde
que el Golpe de Estado del General Franco en 1936 interrumpiera abruptamente la
Segunda República, nuestra historia entró, pudiéramos decir, en un declive
democrático. En una primera etapa, surgida de la dictadura franquista,
volvieron a visitarnos los fantasmas del fascismo, de la intolerancia, del
exterminio, del genocidio, del exilio, del hambre, de los trabajos forzados, de
la represión y de la muerte. La dictadura de Franco fue uno de los períodos más
negros de nuestra historia. Pero acabada la misma con la muerte física del
dictador, también se vieron truncadas las esperanzas de muchos republicanos que
confiábamos en la vuelta de un período de recuperación no sólo del aspecto
formal de nuestros derechos y libertades, sino también de un saneamiento
democrático de nuestra sociedad, y de la recuperación y protagonismo de las
clases trabajadoras de aquél tiempo.
Desgraciadamente,
no fue así, y lo que se nos vendió bajo el período denominado de Transición no
fue más que un lavado de cara de la época anterior, despojándolo de su crueldad
y de su autoritarismo, pero en ningún caso retornando a los valores sociales de
la breve etapa republicana.
Y
así, a más de 40 años de la desaparición del dictador, nuestra sociedad
continúa bajo el aparente disfraz democrático, pero sufriendo en realidad las
limitaciones de una democracia recortada y aplastada por las élites dominantes,
esa poderosa trama de poder económico-mediático (con la complicidad de la
Monarquía, la Iglesia y las Fuerzas Armadas) que nos gobierna, aunque no se
presente a las elecciones. La necesidad de la República se vuelve, pues,
imperiosa.
Actualmente,
el Grupo Parlamentario de Unidos Podemos se ha instalado en la postura de
relegar el tema de la República a un segundo plano, pero muchos pensamos que se
equivocan estrepitosamente. Bajo la falacia de que hay que solucionar otros
problemas mucho más urgentes para la ciudadanía, el asunto de la República
queda postergado ad infinitum, cuando en realidad, es la base de todo nuestro
saneamiento democrático, sin el cual, nunca podremos recuperar los valores
sociales a los que aspiramos.
Sin
superar realmente el franquismo (pues los actuales gobernantes son los
naturales herederos del mismo, y prueba evidente de ello son las continuas
trabas y negativas que ponen para condenarlo y respetar la memoria histórica),
la Monarquía nos viene impuesta desde la figura del dictador, sin respetar la
voluntad popular ni organizar siquiera un referéndum sobre el modelo que se
prefiere por parte de la población española.
Y
sin República, nuestra sociedad continuará bajo los mismos moldes
antidemocráticos que la configuran, y bajo la anacrónica arquitectura que la
determina. Porque la República es, básicamente, el cimiento de la democracia.
Se podrá argumentar que la forma o modelo de Estado es un detalle menor, pero
discrepo absolutamente de ese planteamiento.
La
Monarquía es la base de una estructura de poder que consagra y perpetúa la
dominación de la trama político-económica sobre las clases populares y
trabajadoras, y por tanto, desde esa perspectiva, sin abolirla nunca se podrá
construir una sociedad con completa justicia social. Necesitamos imperiosamente
la República, pero tampoco cualquier República nos vale. Necesitamos una
República Socialista, Federal, Laica, Democrática y Participativa. Es decir, necesitamos
una República pensada para las clases populares y trabajadoras. Una República
que vuelva a recuperar los valores que se extirparon salvajemente con el golpe
fascista y la posterior dictadura, precisamente porque atacaban a los intereses
de los grupos fácticos de poder. Una República que sea crisol donde se fundan
las más legítimas aspiraciones de justicia, igualdad, fraternidad, cooperación,
verdad, reparación, equidad y redistribución. Una República del pueblo y para
el pueblo.
Salva
Artacho lo ha expresado magníficamente en un reciente artículo: "Debemos afrontar y dejar claro que la
grave situación económica que padece la sociedad en general, la corrupción y el
trapicheo político, los desahucios, la precariedad laboral, el abuso patronal,
los problemas de la educación pública, la sanidad que nos roban para
privatizarla y convertirla en el gran negocio, el incumplimiento sistemático de
sus leyes, la criminalidad machista sin fin, la fuga de cerebros por falta de
cauces para la investigación, la bula fiscal e impositiva de la que goza la
Iglesia, la parcialidad de la justicia, la nula atención a la memoria histórica
republicana, la burla de la clase dirigente al gobernar sólo para los intereses
de las minorías pudientes...deben ser abordados desde un planteamiento radical
democrático, o lo que es lo mismo, yendo a la raíz de los problemas y esto sólo
se puede hacer desde la República, dejando claro que todo lo que nos proponen
los ex-socialistas, la derecha y los nuevos partidos son "agiornamientos"
o ligeras capas de pintura para disimular la situación de deterioro en la que
está el régimen y de la que ellos son cooperadores necesarios en su
sostén".
Hay
cosas que no se arreglan si antes no se desarreglan del todo, y exactamente eso
es lo que necesitamos, que la República sea el instrumento para derribar tanta
lacra social de tanto gobierno indecente y de tanta casta corrupta, para
levantar sobre ella un nuevo proyecto de país.
Una
República, en definitiva, que se base escrupulosamente en la total y absoluta
garantía del cumplimiento de los Derechos Humanos, reflejados entre otras
fuentes en la solemne Declaración Universal, cuyo artículo 25, sin ir más lejos
(para que veamos hasta qué punto estamos lejos de él) dice lo siguiente: "1.- Toda persona tiene derecho a un
nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el
bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la
asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asímismo derecho a
los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros
casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias
independientes de su voluntad. 2.- La maternidad y la infancia tienen derecho a
cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o
fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social".
Esto
lleva enunciado desde 1948, pero nuestros gobernantes lo siguen ignorando,
condenando a la pobreza, a la exclusión social, a la precariedad o a la miseria
a millones de personas en nuestro país. Necesitamos una República no sólo para
cambiar al Jefe del Estado (que también), sino para que no haya nadie sin
ingresos, sin vivienda, sin luz, sin sanidad, sin servicios sociales, sin
pensiones o sin alimentación. No se trata de sustituir a un Rey por un
Presidente, se trata de construir un nuevo modelo avanzado y solidario de país,
basado en la más estricta configuración democrática.
Necesitamos
la República para desmontar la trama de poder, para bajar de sus pedestales a
la casta corrupta que nos gobierna, que dirige los designios del país, que nos
expolia y que nos destroza la vida. Necesitamos la República para construir
desde los cimientos un país digno y decente, en el que no haya nadie sin
derechos. Porque no se trata, únicamente de un debate entre monarquía y
república, sino de un debate en profundidad sobre los valores republicanos que
determinan la convivencia: la igualdad (ya quebrada desde el instante en que
existe una Institución y un monarca por encima de la ley), la libertad
(entendida también como la libertad material de poder vivir sin el permiso de
otros, es decir, la libertad entendida como la garantía de la satisfacción de
las necesidades materiales), la laicidad (como garantía de que ninguna creencia
formará parte de las Instituciones del Estado, ni se impondrán liturgias como
si fueran actos de Estado), la fraternidad (entendida como todo lo contrario a
la competitividad, al egoísmo y al individualismo, es decir, entendida como la
solidaridad, la cooperación y la puesta en común de bienes y servicios,
redistribuyendo la riqueza), y la defensa de lo público (exactamente lo que
significa Res pública) como algo propio y común que garantiza espacios de
realización de los derechos sociales, y del resto de derechos y libertades. Por
todo ello, y para todo ello, necesitamos la República.