Si
hay algo que repetimos incansablemente en el mundo adulto cuando hablamos de
educación, es que las niñas y los niños aprenden de nuestro ejemplo.
En
las últimas décadas, desde la educación infantil hasta la secundaria no
obligatoria, las instituciones educativas han tomado conciencia de su papel en
la educación moral. Ya no hay nadie que no haya escuchado hablar de educación
en valores, de educación moral o de inteligencia emocional. Desde la prensa, de
forma continuada nos mandan mensajes para educar en positivo, fomentando la
autoestima y la empatía de nuestras niñas y niños.
¿Y
para qué? ¿De qué sirve la empatía? Pues básicamente para dos cosas
complementarias. La primera, para ser más felices; la segunda para crear
sociedades cooperativas, respetuosas de la diversidad y no violentas. O sea,
sociedades más felices. Ser empáticos nos hace madurar, salir del mundo de la
primera infancia donde somos el centro y descubrir que no somos los únicos
seres capaces de tener sentimientos y emociones. Por eso, las personas
empáticas se relacionan mejor con los demás, y eso sucede porque las personas
empáticas son capaces de escuchar sin juzgar.
El
Comité de Derechos del Niño de Naciones Unidas, que es el máximo órgano para la
protección de la infancia, nos insta a preservar la natural sensibilidad
infantil protegiendo a los niños y niñas de la violencia física y mental.
España es uno de esos países que han firmado la Convención de los Derechos del
Niño; y, sin embargo, una y otra vez nos encontramos con iniciativas que
contradicen esa firma. Como estos días en la ciudad de Badajoz, donde nos
anuncian un palco infantil con monitoras especializadas para explicar lo que
está pasando en el ruedo a niños y niñas de 7 a 12 años. O en Coria, donde
promueven “encierros didácticos” para menores de 16 años.
Desde
el comité de Derechos del Niño han llamado a los países donde se permite la
tauromaquia a “proteger a la infancia de la violencia física y mental de la
tauromaquia”. Países como nuestro vecino Portugal, o Colombia, México, Francia
y Perú han recibido comunicaciones al respecto, instando a los gobiernos de
estos países a respetar esta convención y limitar la presencia y participación
de menores en eventos de tauromaquia.
Presenciar
violencia real hacia los animales, como una forma de entretenimiento, es
deseducar la empatía y normalizar la violencia. Una sociedad emocionalmente
sana no puede querer eso.
Vemos
cada día cómo los valores de la violencia y la dominación nos pasan una grave
factura, la violencia hacia las mujeres está enraizada en la falta de empatía,
en la falta de respeto por las emociones y los sentimientos de las otras
personas, que empiezan por romper nuestro vínculo con nuestras propias
emociones. Considerar cosas a las otras personas, comienza por considerar cosas
a los animales.
Quien
me lee puede pensar que no me gusta la tauromaquia porque no fui educado en el
ambiente correcto; sin embargo, yo estuve en Las Ventas cuando tenía 15 años. Y
casi 50 años después aún recuerdo el olor a sangre y arena, la emoción de la
gente cuando el toro era castigado, mi incomprensión al sentir la alegría de la
gente a mi alrededor. Y quien me lea puede pensar que soy excepcionalmente
raro, pero en realidad era un niño absolutamente normal.
Porque
incluso los toreros reconocen que han llorado o se han entristecido al matar a
su primer toro. El niño Michelito, que comenzó a torear muy chiquitito, cuenta
que su madre tuvo que consolarlo la primera vez que mato a un becerro porque no
podía dejar de llorar.
Lo
normal, en cualquier persona, en cualquier niña o niño, es sentir compasión
ante el sufrimiento. Silenciar esa emoción, negarla, es negarnos el derecho a
crecer equilibradamente, negarnos el derecho a disfrutar de un entorno seguro y
armonioso, donde sean los cuentos y no la realidad quien nos prepare para
afrontar las dificultades de la vida, cuando llegue el momento.
Exponer
a las niñas y a los niños a la violencia real, a la tortura y muerte en
directo, es ejercer violencia psicológica sobre ellos. Les dice a las claras
que la sensibilidad, el cuidado y la empatía no son valores reales de nuestra
sociedad.
Decir
que un torero es valiente, es mantener un esquema patriarcal de dominación de
unas personas sobre otras a través de la violencia. El valor no tiene nada que
ver con la dominación, ni con el maltrato, ni con sentirnos por encima de los
demás. El verdadero valor es el de abrir fronteras, el valor del amor sin
poseer, el valor de cuidar.
Y
todo eso para “salvar” un negocio que va en declive en todo el Estado, para
festejos a los que el 90% de los españoles jamás ha ido, pero se subvenciona y
promociona con dinero público. Afortunadamente, el maltrato ya no es atrayente
para la mayoría de nosotros, sin embargo, guardar silencio ante la manipulación
que se está promoviendo hacia la infancia nos hace cómplices.