A
mis amigas y amigos nacionalistas españoles, aunque no se reconozcan como
tales:
Curioso,
muy curioso eso del nacionalismo español. Aunque es sin duda el más fuerte, el
más excluyente y el más irrespetuoso con los demás, se percibe a sí mismo como
el agua: incoloro, inodoro e insípido.
Yo
nací en Madrid. Hasta que no vine a vivir a la periferia estaba convencido de
que los de Madrid no teníamos acento. El acento era propio de gallegos,
murcianas, catalanes, vascas, asturianos, manchegas o canarios.
También
éramos incoloros, aunque nuestra bandera fuera roja y gualda. E inodoros,
aunque las cloacas del estado estuvieran en el mismo centro de nuestra ciudad.
Insípidos, aunque infundiéramos miedo o desconfianza a grandes capas de la población.
Por
eso te interpelo a ti, española o español nacionalista para que te preguntes si
no te parece curioso que este nacionalismo no exprese nunca contradicciones
contra ningún enemigo exterior, sino contra lo que él mismo define como los
“malos españoles”. No es casualidad que el ejército español solo pueda presumir
en los últimos siglos de victorias contra su propia gente. Por eso mete miedo
el “a por ellos”, porque de manera consciente o difusa sabemos que vienen “a
por nosotros”.
Sí,
curioso nacionalismo este que se expresa contra la mitad de su pueblo. Ese que
en sus entrañas aprendió bien con lo que Santiago Alba Rico llamó la “pedagogía
del millón de muertos”, concepto tan preciso y simple como eficaz: cada treinta
o cuarenta años se mata a casi todo el mundo y después se deja votar a los
supervivientes.
Y,
entonces, ni siquiera esos supervivientes votan libremente. Lo que se planteó
en el 78 fue una “negociación constituyente” en la que los de un lado de la
mesa tenían pistola y los del otro no. Por no hablar de que casi el 70% de la
población actual no pudo votar entonces por razones de edad. Esto es lo que
legitima a este rey al que se le llena la boca hablando del “Estado de derecho”
y del “cumplimiento de la ley”. Este “jefe del estado” que, lejos de mediar
como árbitro, apoya a una parte en el uso de la fuerza contra al menos la mitad
de las gentes de Cataluña, a los que se asigna el papel de “malos españoles”.
Esos enemigos de España que son los únicos a los que logra vencer a lo largo de
la historia.
Curioso
es, amigo y amiga nacionalista español, que muchos de tus razonamientos
comiencen por “En ningún país de Europa…” sin reparar nunca en el hecho de que
el fascismo fue derrotado en todos los países menos en el nuestro. O
aceptándolo, pero como si fuese un matiz insignificante. Y es que lo lógico es
que las víctimas, una vez reconocidas en su condición, perdonen si pueden a sus
verdugos. Pero no hay lógica alguna en el hecho de que sean los verdugos
quienes perdonen a sus víctimas cuando éstas demuestran “haber aprendido” a
hacer buen uso de su voto. Y menos aún que eso ocurra una y otra vez. En esto,
lo reconozco, el franquismo tenía razón: Spain is different.
Al
PP y Cs parece que le importara un pimiento Cataluña. Pero sabe que gana prestigio
entre su electorado del resto del Estado si exhibe fuerza contra los
sempiternos “malos españoles”.
Si
uno se salta un semáforo en rojo comete una infracción. Si todo el pueblo se lo
salta estamos ante un conflicto social que los Estados de derecho resuelven
políticamente. Y hablo de las gentes del común que, con más o menos razón
jurídica, se acercaron a depositar su voto, aun sabiendo que no tendría
efectos, y se llevaron las agresiones que tú, amiga o amigo nacionalista
español, justificas y aplaudes.
Es
curioso, nacionalista española o español, que tú no te reconozcas como tal.
Como mucho, te llamas “patriota”. Sin embargo espetas frases del tipo de “si se
quieren ir que se vayan, pero que dejen el territorio” o “se manda al ejército,
como ordena la Constitución, y punto”. O “para qué tantas lenguas, si ya
tenemos una en común con la que entendernos todos”. Sí, es muy curioso. Oé, Oé,
Oé. Como si no hubiera escarmiento en eso de Una, Grande y Libre.
Curioso,
triste y desdichado país. Y es que empezamos por aceptar que más de 100.000
personas estén amontonadas en cunetas y que nunca sea el momento adecuado de
tratar el tema, y acabamos aceptando el latrocinio, las agresiones policiales,
el Estado social más escuálido de la Europa avanzada, la ley mordaza, la
mentira… hasta llegar al contrato basura o a las maletas.
Curioso
este nacionalismo español tan incoloro, tan inodoro y tan insípido, sí, pero
tan coherente, tan sostenido en el tiempo. Tan recalcitrante, tan irresponsable
y en el fondo tan rompepatrias, pues, es hora de hablar claro: esa España sin
disputa que tenéis idealizada solo existe en vuestra imaginación y solo cabe en
una dictadura.
Para
todo lo demás queda la Política, donde el conflicto es inherente a toda
sociedad y, a la vez, oportunidad de mejora. Creo que tenemos que escapar
cuanto antes de esta humareda que esconde el debate fundamental: la creación
entre todos y todas de una república española. Que separe de forma nítida el
estado de la iglesia, que ponga las instituciones al servicio de las personas,
que garantice el derecho de autodeterminación de los pueblos que la integran.
Que dé un respiro a las jóvenes que tienen que salir fuera después de haberse
formado aquí.
Una
República donde derechos fundamentales, como el derecho a la vivienda, no sean
“principios rectores” sino derechos que puedan exigirse de verdad. Donde el
Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial sean poderes realmente independientes.
Donde se respete la Memoria, porque solo si sabemos quiénes fuimos podremos
estar en condiciones de pensarnos y proyectarnos al futuro. Una verdadera casa
donde se respete el conjunto y entre todas nos cuidemos y cuidemos del jardín,
pero donde también se respeten las habitaciones, donde no se repartan unos
pocos el país a dentelladas o se vendan a precio de saldo a las élites, sean
éstas de Madrid o de Suiza. Quizá ya sea tarde, quizá se perdió la oportunidad,
pero ahí si podríamos soñar un futuro. Y si no, entonces nos queda esta España,
película de terror.