Dicen
que todo en la vida se repite, y la moda es buen exponente de ello. También al
escuchar una canción o recitar un poema, evocamos algo que se conserva en
nuestro cerebro, reeditándolo como algo reciente. En política esto es también
frecuente y, para ello, solo basta con echar la vista atrás y concretamente a
1979.
Felipe
González proponía en el marco del XXVIII Congreso del PSOE que el partido
abandonase el marxismo. Según él mismo dijo: “Si alguien me dice que hacemos
esto porque queremos ocho millones de votos, le diré que sí, que queremos y
necesitamos ocho millones de votos. No tengo inconveniente en que se me llame
socialdemócrata”. El SPD alemán advertía que con marxismo no habría
financiación. Felipe planteó al Congreso que, siendo marxistas, aumentaba el
temor a un golpe de Estado involucionista, además del corte de todo tipo de
ayudas por parte del SPD.
Pero
además de dejar aparcadas las teorías de Carlos Marx, la tarea pendiente iba
contra la esencia del partido creado cien años antes por Pablo Iglesias: El
programa máximo del Partido Socialista Obrero Español, redactado en 1879.
Todo
había cambiado desde la promulgación de aquel manifiesto y por tanto había que
adaptar el discurso a otro más acorde con los nuevos tiempos. En 1974, un año
antes de la muerte del dictador, se “reinventaba” el PSOE en Suresnes de la
mano de jóvenes entusiastas socialistas, capitaneados por Felipe González y
Alfonso Guerra, pero su puesta en escena real fue en diciembre de 1976, cuando
el partido daba un golpe de autoridad convirtiéndose en una fuerza política de
primera magnitud. En aquella fecha, en el XXVII Congreso Federal fue donde se
gestó un documento político trascendental denominado “Programa de Transición”.
Este
texto sienta las bases de lo que se podría considerar el Programa Mínimo, que
muestra la intención de transformar la sociedad española progresivamente y a
largo plazo. En política económica el PSOE se proponía que existieran tres
tipos de empresas: las de sector público, las autogestionadas y las privadas.
Igualmente se defendía el aumento de los impuestos y la presión fiscal para
financiar los servicios públicos, de la misma manera que se abogaba por la
progresividad y racionalidad de los mismos. Con referencia a la Estructuración
del Estado, se apostaría por la república federal, si bien “se acatará la
decisión del pueblo”.
Pero
eso estaba bien para un partido que reclamaba ante todo la atención mediática,
como verdadera alternativa a los hijos del Movimiento, reconvertidos en
demócratas, pero también para consolidar su preponderancia en el espectro de la
izquierda política española, donde durante los largos años de la dictadura de
Franco, solo parecía existir la voz opositora y revolucionaria del PCE.
Con
la convocatoria de las elecciones legislativas de 1979, el PSOE empezaba a
vislumbrar en el horizonte opciones reales de alcanzar el poder. Poco a poco se
fue suavizando su discurso radical, utópico pero muy motivador. Atrás quedaba
aquella intervención en julio de 1976 en el marco de la escuela de verano del
PSOE en Galapagar, donde Miguel Boyer, que seis años más tarde sería
superministro de Economía y Hacienda, se pronunciaba a favor de la
nacionalización de la banca. Con la llegada del PSOE al Gobierno, no solo no se
nacionalizó la banca, sino que innumerables entidades financieras, tras ser
saneadas con dinero público, fueron devueltas al sector privado, o sea, más o
menos como ahora.
En
su programa electoral de 1979, se podían encontrar grandes cambios sobre
aquellos discursos previos a las primeras elecciones democráticas de 1977. El
PSOE presentaba un programa que ponía el acento en el apartado económico. Las
principales propuestas que presentaba el partido hacían hincapié en un
“programa de inversiones público”. También se apostaba por el apoyo a la pymes
y por el control de precios de los productos básicos. En el plano financiero se
apostaba por la división del sector en tres: un área nacionalizada, dedicada al
crédito oficial; un área socializada, construida en torno a las cajas de ahorro
y un área privada destinada a convertirse en banca de depósitos. Ya con el PSOE
en el poder, la Ley de Cajas de Ahorro entregaba su control a los
ayuntamientos, comunidades autónomas y grupos de impositores, que era lo mismo
que concederlo a sindicatos y partidos políticos, con el nefasto resultado que
todos estamos viendo... y sufriendo.
La
ruptura democrática propuesta por el partido en 1977 había concluido. Se marcan
como objetivos crear riqueza y posibilitar la igualdad y llevar a cabo una
“política de redistribución de las rentas para promover la igualdad de
condición entre los ciudadanos”. En política exterior el partido se negaba al
ingreso de España en la OTAN, para años más tarde darse cuenta de que era
inevitable su inclusión en la Alianza.
El
partido se planteaba la lucha por el poder político de manera real, es decir,
que no se conformaba con ser el principal partido opositor, aun a pesar de
perder por el camino algunas de sus señas de identidad históricas, como eran el
marxismo y las bases.
Cuando
el PSOE se refería al Programa Máximo, este exigía el respeto a lo que se
consideraba irrenunciable. Es lo que podemos definir como tener valores e ideas
y defenderlas por encima de todo, pero se hacía necesario trazar una hoja de ruta
para alcanzarlo, aunque fuera a medio o largo plazo y dejando en el camino
muchos de sus postulados iniciales.
En
la actualidad la irrupción en el panorama político de Podemos, una fuerza tan
arrolladora como inesperada, nos hace recordar gran parte de lo anteriormente
descrito y encontrar grandes paralelismos entre esta nueva formación política y
aquel ilusionante proyecto socialista. Es evidente que los tiempos son muy
distintos, pero las sensaciones no tanto. Aquel grupo de jóvenes del “traje de
pana” levantaron las mismas ampollas en ciertos sectores conservadores como
ahora levantan “los jóvenes profesores universitarios”.
Alfonso
Guerra declaró por entonces que el PSOE podía llegar al poder, pero no veía muy
claro cuáles iban a ser las reacciones de los banqueros, militares y los
americanos de cara a un Gobierno 100% socialista. Hoy en día Pablo Iglesias en
el fondo piensa lo mismo, pero no lo dice. Sus propuestas no difieren mucho de
aquellos planteamientos que le llevaron al PSOE a situarse a igual que ahora a
Podemos, como un partido que desbordaba las expectativas en intención de voto,
gracias a unas propuestas rompedoras, que ilusionaron a muchos españoles que
soñaban con un cambio real de políticas y, sobre todo, de dirigentes.
Aquel
eslogan socialista "Por el cambio", es equiparable al "Sí se
puede", pero, al igual que ahora, también se cuestionaba la profundidad y
veracidad de aquellas promesas que conllevaban un considerable riesgo, sobre
todo para los poderes fácticos.
En
aquella época de la televisión única, todo estaba controlado por una sola voz.
La amplia oferta informativa actual ha permitido que, en solo cinco meses, un
nuevo líder salte de las tertulias a las urnas sin solución de continuidad,
precipite los acontecimientos, e infunda el temor y el rechazo de los que hace
treinta y ocho años marcaron un camino muy similar, con diferencias ideológicas
pero con discursos muy parejos.
Entonces
hablábamos de los “cuarenta años de dictadura” y, casi como un mantra, Podemos
repite algo parecido, permutando el termino dictadura, por “la casta”.
Pero
en las propuestas de Podemos también encontramos un paralelismo con lo que de
definió en la estrategia socialista, como el Programa de Transición del
Programa Máximo, a lo que en realidad a partir de la victoria de 1982 fue sin
lugar a dudas el Programa Mínimo.
Las
estrategias son muy similares. Discurso ilusionante, propuestas que la gente
está deseando oír y una necesidad de “quitar a los corruptos” y acabar con las
“puertas giratorias” y “los desahucios” como reclama la inmensa mayoría de los
españoles. Son los mismos argumentos para desalojar del poder “a los herederos
del franquismo” que los de “echar a los de la casta”.
La
brillante irrupción del joven profesor (no confundir con el viejo profesor
Tierno) y de su guardia pretoriana de jóvenes treintañeros supone
indiscutiblemente un aire fresco, algo muy parecido a lo acontecido en aquellos
tiempos remotos.
Creo
que, desde las elecciones generales del 2015, Podemos ha iniciado su “Programa
de Transición desde su Programa Máximo” (ver elecciones al Parlamento Europeo
2014), donde sin llegar a ganar las elecciones –igual que ocurrió con los
socialistas en 1979– se ha quedado cerca de alcanzar el poder, a la vez que es
imparable su discurso rompedor en el Parlamento. Es la consolidación de un
proyecto de presencia real en las instituciones de la voz de los indignados,
descontentos y desengañados con los políticos que les han dirigido al abismo
con su claudicación a los mercados y a Angela Merkel, retratados por Podemos
como “los partidos de la casta”.
Los
poderes fácticos inevitablemente se irán acercando a Podemos. Estos saben bien
que la estrategia de confrontación con esta fuerza emergente con discurso
reivindicativo de gran calado social no les favorece en absoluto, pero además
en ningún caso quieren perder la ocasión de aproximarse a quien está llamado a
ocupar un buen número de escaños en las próximas legislativas y quién sabe si
algo más. Tardaremos aún unos años en conocer el verdadero Programa Mínimo de
Podemos, pero para entonces Pablo Iglesias y su guardia pretoriana ya no
hablarán de la casta.
Ocurrirá
como nos pasó a los socialistas, donde con los mismos motivos que en 1976
llevaban a Felipe González a decir que el partido era marxista “por buenas
razones”, en 1978 le llevaron a decir justamente lo contrario.
Podemos,
con un discurso similar, con un puñado de argumentos entrañablemente utópicos,
pero de muy difícil (imposible) implantación, argumentarán lo contrario que
ahora tachan de irrenunciable, por necesidades del guion, que les obligará a
concesiones teóricamente irrenunciables pero que la realidad exige
inexorablemente a aquellos que alcanzan el poder.
Necesitamos
que alguien revitalice la democracia y creo fervientemente que “sí se puede”. A
mí no me dan miedo…, ya viví algo parecido hace casi cuarenta años y entonces
puse toda mi energía y trabajo en cambiar mi país, llamado España.