lunes, 25 de julio de 2016

CUANDO EL PSOE ERA PODEMOS


Dicen que todo en la vida se repite, y la moda es buen exponente de ello. También al escuchar una canción o recitar un poema, evocamos algo que se conserva en nuestro cerebro, reeditándolo como algo reciente. En política esto es también frecuente y, para ello, solo basta con echar la vista atrás y concretamente a 1979.
Felipe González proponía en el marco del XXVIII Congreso del PSOE que el partido abandonase el marxismo. Según él mismo dijo: “Si alguien me dice que hacemos esto porque queremos ocho millones de votos, le diré que sí, que queremos y necesitamos ocho millones de votos. No tengo inconveniente en que se me llame socialdemócrata”. El SPD alemán advertía que con marxismo no habría financiación. Felipe planteó al Congreso que, siendo marxistas, aumentaba el temor a un golpe de Estado involucionista, además del corte de todo tipo de ayudas por parte del SPD.
Pero además de dejar aparcadas las teorías de Carlos Marx, la tarea pendiente iba contra la esencia del partido creado cien años antes por Pablo Iglesias: El programa máximo del Partido Socialista Obrero Español, redactado en 1879.
Todo había cambiado desde la promulgación de aquel manifiesto y por tanto había que adaptar el discurso a otro más acorde con los nuevos tiempos. En 1974, un año antes de la muerte del dictador, se “reinventaba” el PSOE en Suresnes de la mano de jóvenes entusiastas socialistas, capitaneados por Felipe González y Alfonso Guerra, pero su puesta en escena real fue en diciembre de 1976, cuando el partido daba un golpe de autoridad convirtiéndose en una fuerza política de primera magnitud. En aquella fecha, en el XXVII Congreso Federal fue donde se gestó un documento político trascendental denominado “Programa de Transición”.
Este texto sienta las bases de lo que se podría considerar el Programa Mínimo, que muestra la intención de transformar la sociedad española progresivamente y a largo plazo. En política económica el PSOE se proponía que existieran tres tipos de empresas: las de sector público, las autogestionadas y las privadas. Igualmente se defendía el aumento de los impuestos y la presión fiscal para financiar los servicios públicos, de la misma manera que se abogaba por la progresividad y racionalidad de los mismos. Con referencia a la Estructuración del Estado, se apostaría por la república federal, si bien “se acatará la decisión del pueblo”.
Pero eso estaba bien para un partido que reclamaba ante todo la atención mediática, como verdadera alternativa a los hijos del Movimiento, reconvertidos en demócratas, pero también para consolidar su preponderancia en el espectro de la izquierda política española, donde durante los largos años de la dictadura de Franco, solo parecía existir la voz opositora y revolucionaria del PCE.
Con la convocatoria de las elecciones legislativas de 1979, el PSOE empezaba a vislumbrar en el horizonte opciones reales de alcanzar el poder. Poco a poco se fue suavizando su discurso radical, utópico pero muy motivador. Atrás quedaba aquella intervención en julio de 1976 en el marco de la escuela de verano del PSOE en Galapagar, donde Miguel Boyer, que seis años más tarde sería superministro de Economía y Hacienda, se pronunciaba a favor de la nacionalización de la banca. Con la llegada del PSOE al Gobierno, no solo no se nacionalizó la banca, sino que innumerables entidades financieras, tras ser saneadas con dinero público, fueron devueltas al sector privado, o sea, más o menos como ahora.
En su programa electoral de 1979, se podían encontrar grandes cambios sobre aquellos discursos previos a las primeras elecciones democráticas de 1977. El PSOE presentaba un programa que ponía el acento en el apartado económico. Las principales propuestas que presentaba el partido hacían hincapié en un “programa de inversiones público”. También se apostaba por el apoyo a la pymes y por el control de precios de los productos básicos. En el plano financiero se apostaba por la división del sector en tres: un área nacionalizada, dedicada al crédito oficial; un área socializada, construida en torno a las cajas de ahorro y un área privada destinada a convertirse en banca de depósitos. Ya con el PSOE en el poder, la Ley de Cajas de Ahorro entregaba su control a los ayuntamientos, comunidades autónomas y grupos de impositores, que era lo mismo que concederlo a sindicatos y partidos políticos, con el nefasto resultado que todos estamos viendo... y sufriendo.
La ruptura democrática propuesta por el partido en 1977 había concluido. Se marcan como objetivos crear riqueza y posibilitar la igualdad y llevar a cabo una “política de redistribución de las rentas para promover la igualdad de condición entre los ciudadanos”. En política exterior el partido se negaba al ingreso de España en la OTAN, para años más tarde darse cuenta de que era inevitable su inclusión en la Alianza.
El partido se planteaba la lucha por el poder político de manera real, es decir, que no se conformaba con ser el principal partido opositor, aun a pesar de perder por el camino algunas de sus señas de identidad históricas, como eran el marxismo y las bases.
Cuando el PSOE se refería al Programa Máximo, este exigía el respeto a lo que se consideraba irrenunciable. Es lo que podemos definir como tener valores e ideas y defenderlas por encima de todo, pero se hacía necesario trazar una hoja de ruta para alcanzarlo, aunque fuera a medio o largo plazo y dejando en el camino muchos de sus postulados iniciales.
En la actualidad la irrupción en el panorama político de Podemos, una fuerza tan arrolladora como inesperada, nos hace recordar gran parte de lo anteriormente descrito y encontrar grandes paralelismos entre esta nueva formación política y aquel ilusionante proyecto socialista. Es evidente que los tiempos son muy distintos, pero las sensaciones no tanto. Aquel grupo de jóvenes del “traje de pana” levantaron las mismas ampollas en ciertos sectores conservadores como ahora levantan “los jóvenes profesores universitarios”.
Alfonso Guerra declaró por entonces que el PSOE podía llegar al poder, pero no veía muy claro cuáles iban a ser las reacciones de los banqueros, militares y los americanos de cara a un Gobierno 100% socialista. Hoy en día Pablo Iglesias en el fondo piensa lo mismo, pero no lo dice. Sus propuestas no difieren mucho de aquellos planteamientos que le llevaron al PSOE a situarse a igual que ahora a Podemos, como un partido que desbordaba las expectativas en intención de voto, gracias a unas propuestas rompedoras, que ilusionaron a muchos españoles que soñaban con un cambio real de políticas y, sobre todo, de dirigentes.
Aquel eslogan socialista "Por el cambio", es equiparable al "Sí se puede", pero, al igual que ahora, también se cuestionaba la profundidad y veracidad de aquellas promesas que conllevaban un considerable riesgo, sobre todo para los poderes fácticos.
En aquella época de la televisión única, todo estaba controlado por una sola voz. La amplia oferta informativa actual ha permitido que, en solo cinco meses, un nuevo líder salte de las tertulias a las urnas sin solución de continuidad, precipite los acontecimientos, e infunda el temor y el rechazo de los que hace treinta y ocho años marcaron un camino muy similar, con diferencias ideológicas pero con discursos muy parejos.
Entonces hablábamos de los “cuarenta años de dictadura” y, casi como un mantra, Podemos repite algo parecido, permutando el termino dictadura, por “la casta”.
Pero en las propuestas de Podemos también encontramos un paralelismo con lo que de definió en la estrategia socialista, como el Programa de Transición del Programa Máximo, a lo que en realidad a partir de la victoria de 1982 fue sin lugar a dudas el Programa Mínimo.
Las estrategias son muy similares. Discurso ilusionante, propuestas que la gente está deseando oír y una necesidad de “quitar a los corruptos” y acabar con las “puertas giratorias” y “los desahucios” como reclama la inmensa mayoría de los españoles. Son los mismos argumentos para desalojar del poder “a los herederos del franquismo” que los de “echar a los de la casta”.
La brillante irrupción del joven profesor (no confundir con el viejo profesor Tierno) y de su guardia pretoriana de jóvenes treintañeros supone indiscutiblemente un aire fresco, algo muy parecido a lo acontecido en aquellos tiempos remotos.
Creo que, desde las elecciones generales del 2015, Podemos ha iniciado su “Programa de Transición desde su Programa Máximo” (ver elecciones al Parlamento Europeo 2014), donde sin llegar a ganar las elecciones –igual que ocurrió con los socialistas en 1979– se ha quedado cerca de alcanzar el poder, a la vez que es imparable su discurso rompedor en el Parlamento. Es la consolidación de un proyecto de presencia real en las instituciones de la voz de los indignados, descontentos y desengañados con los políticos que les han dirigido al abismo con su claudicación a los mercados y a Angela Merkel, retratados por Podemos como “los partidos de la casta”.
Los poderes fácticos inevitablemente se irán acercando a Podemos. Estos saben bien que la estrategia de confrontación con esta fuerza emergente con discurso reivindicativo de gran calado social no les favorece en absoluto, pero además en ningún caso quieren perder la ocasión de aproximarse a quien está llamado a ocupar un buen número de escaños en las próximas legislativas y quién sabe si algo más. Tardaremos aún unos años en conocer el verdadero Programa Mínimo de Podemos, pero para entonces Pablo Iglesias y su guardia pretoriana ya no hablarán de la casta.
Ocurrirá como nos pasó a los socialistas, donde con los mismos motivos que en 1976 llevaban a Felipe González a decir que el partido era marxista “por buenas razones”, en 1978 le llevaron a decir justamente lo contrario.
Podemos, con un discurso similar, con un puñado de argumentos entrañablemente utópicos, pero de muy difícil (imposible) implantación, argumentarán lo contrario que ahora tachan de irrenunciable, por necesidades del guion, que les obligará a concesiones teóricamente irrenunciables pero que la realidad exige inexorablemente a aquellos que alcanzan el poder.
Necesitamos que alguien revitalice la democracia y creo fervientemente que “sí se puede”. A mí no me dan miedo…, ya viví algo parecido hace casi cuarenta años y entonces puse toda mi energía y trabajo en cambiar mi país, llamado España.

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