Lo
siento. Tengo una deformación profesional. Me he formado profesionalmente en la
economía e ideológicamente en el marxismo. No soy inmune a la asquerosa
violencia desatada por el (des) gobierno español contra sus ciudadanos en Cataluña
y confieso mi sentimiento de rabia y solidaridad por el abuso sufrido por
tantos y tantas que querían ejercer su derecho a opinar, como supongo hoy
comparten todos los catalanes y españoles con sentido común y humanidad. Pero
si quiero sacar una conclusión no ofuscada por la emoción, tengo la mala
costumbre de recurrir a mis melladas herramientas de análisis. Vamos por
partes.
No
he visto a ningún líder de Junts x Sí, de Omnium o de ANC, al frente de las
masas populares que defendían colegios y urnas contra la brutalidad policial,
con la excepción de los compañeros de las CUP. ¿Estaban preparando discursos?
¿En tertulias? ¿En los tableros de mando o de análisis? No lo sé. Solo he visto
vecinos de todo género y edad y de toda condición social con una determinación
gigantesca de defender su derecho a votar. No parece que los líderes hayan sido
atendidos por balazos de goma o porrazos en ningún hospital. No están entre los
más de ochocientos lesionados por la policía.
Me
viene a la mente aquella frase de Valèry: “La guerra es una masacre entre
gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no
se masacran”. ¿Será así en este caso?
Porque
si fuera así, podemos estar asistiendo a una guerra entre dos partitocracias
-que se conocen-, posiblemente con la connivencia de una o varias facciones de
las oligarquías que representan. Pero si hay hostias, la cara la siguen
poniendo quienes no se conocen.
Me
dice un amigo: “Esto va de un pueblo humillado que se levanta, no entiendes,
dejas de lado el lado emocional”. Lo pienso dos veces y me sale lo mismo. Sí,
el móvil es emocional, es el empuje tan profundamente humano que nos conduce en
tantos actos de nuestra vida. Pero el pueblo que se ha levantado tampoco es un
movimiento popular autogestionado. Es un pueblo en apoyo a su govern
autonómico, que ha demostrado una capacidad organizativa, logística y
propagandística muy potente. Tan fuerte como para plantarle cara al estado y
vencerle, así lo creo, en el campo mediático. Le pregunto a mi amigo, “¿El
movimiento soberanista tendría hoy la extensión y profundidad en la sociedad
catalana sin la labor de TV3, Catalunya Radio, RAC1, la sección “indepe” de La
Vanguardia, las organizaciones civiles subvencionadas, la iglesia monserratina,
Mediapro, el Barça, y los engrasados aparatos culturales y mediáticos que hasta
hace dos telediarios eran los pilares del pensamiento hegemónico de la
oligarquía catalana?” Mi amigo me responde “No, pero hay un sentimiento profundo
en el pueblo, esto va más allá de clases sociales”.
Entonces,
si es un movimiento no creado pero si alimentado desde una parte del
stablishment español y catalán ¿Que busca sacar esa oligarquía catalana o
española en este conflicto? No tengo una respuesta fácil.
Podría
entonces concluir que hay dos oligarquías que se enfrentan entre sí. Los
latifundistas de Louisiana y los industriales de Nueva York tenían visiones muy
diferentes sobre cómo debía ser el “corral” de la mano de obra esclava y les
costó una guerra de secesión dilucidarlo hace ciento cincuenta y tantos años.
¿Es aplicable este análisis en el conflicto entre las oligarquías catalanas y
españolas? ¿Se trata de una lucha entre los antediluvianos señoritos
latifundistas de la Casa de Alba –y sus representantes en Madrid– y los
modernos, progresistas y afanosos industriales catalanes? Tampoco me salen las
cuentas. Menos cuando todos ellos están, desde hace tiempo, sometidos al diktat
del gran capital financiero y las multinacionales. El govern catalán saliva
como el perro de Pavlov cuando Amazon abre un almacén en Barcelona, cuando el
Prat se llena de turistas o cuando un inversor mafioso quiere reeditar Las
Vegas en Tarragona. Los tiempos de la industrialización se han ido. La
tercierización y la precariedad vinieron para quedarse. Y el amor a la europa
de Merkel, el Banco Central Europeo y su proceso de eliminación de las
soberanías nacionales es común en los discursos de los cabestros enfrentados.
¿De qué se trata entonces?
Podría
ser una parte del asunto, pero tampoco me cuadra. Sí, disponer de una mayor
tajada de impuestos en años flacos no es mala cosa. Refuerza posiciones de
poder. Pero tampoco creo que sea como para arriesgarlo todo en un conflicto, en
apariencia, de tal calado. La mayoría de los impuestos de un estado ya están
asignados en las partidas del menguante estado del bienestar (sanidad,
educación, consellerias varias). Un Estado conlleva nuevos gastos y burocracias
que alimentar. ¿Cuanto quedaría para repartir? ¿Suficiente capital para
catapultar el aparato productivo catalán a competir con las viejas o las
emergentes potencias mundiales? ¿Con un mercado “nacional” significativamente
menor al actual? No lo sé, lo confieso, no he hecho los números. Pero no me
parece una razón suficiente.
Entonces,
¿Que nos queda? ¿Qué ha pasado en los últimos diez años que haya movido el
tablero de forma tan grave para que las oligarquías reformulen su pacto del 78?.
Y
entonces llegó Fidel. Digo, Pablo Iglesias. O no, mejor digo Podemos. Pero no
el Podemos “nuevo-chico-del-barrio” de la partitocracia (impulso Mediapro de por
medio), sino como el resultado de la explosión del 15 M y la consolidación de
una variopinta serie de fuerzas de izquierdas aún no domadas por el sistema y
en sintonía entre sí. Muchos son los nombres: (los) Podemos, els Comuns,
Compromís, las Mareas, las CUP, todas ellas floreciendo como respuesta a la
brutal crisis económica del 2008 y a los entusiastas recortes sociales que las
oligarquías españolas (incluyendo la catalana) dictaron a sus aparatos políticos.
Y pienso entonces, ¿qué le da más miedo a los Artur Mas o a los Rajoy de turno?
Que un president de la Generalitat tenga que salir por patas, digo por
helicóptero, de su Parlament rodeado de
izquierdistas cabreados debe dar algo de miedo. Pero que las dos ciudades más
populosas, las dos capitales de España, las gobiernen una ex-jueza comunista y
la tía que humilló a la clase política consiguiendo un millón y medio de firmas
contra los deshaucios de la banca... ostras, eso sí que da miedo.
Los
pilló a todos con los calzoncillos abajo y cagados. Sí, los escándalos de
corrupción. Ese maná de euros que cayó en la España (y Cataluña) del ladrillo
desde los bancos alemanes y que convirtió a la clase política en una especie de
Midas: con solo una recalificacioncita de terrenos, un erial o una reserva natural
se convertía en oro. Una sociedad empobrecida ve pasar ante sus ojos la bárbara
opulencia, la amoralidad más detestable y la certeza en su impunidad de esa
clase política que permite que le bajen los salarios y les recorten derechos
políticos y sociales. Y eso sí que es un peligro, personas tomando conciencia
de la farsa.
¡Eureka!
Me digo. Esto me parece más coherente. Imagino una conversación: “Oye Mariano
te voy a armar un pollo soberanista que va durar décadas“. “Coño Artur II, que
buena idea. Nos convertimos en defensores de nuestras esencias nacionales y
¡ale!, ¡a ganar elecciones, hasta que pase el temporal!”. ¿Demasiado ingenuo?
¿Demasiado Simple? Decía un franciscano allá por el siglo XIII que “En igualdad
de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”. Este principio
metodológico, llamado la “navaja de Ockham”, no implica que la explicación más
sencilla sea la verdadera. Pero ¿Y si lo fuera? Sería una jugada genial: el
procès, definitivamente bajo la
conducción tecnocrática del govern (podría haber sido de otra forma, sin duda)
divide Cataluña en dos bandos. El PSC se declara unionista, se parte y se hunde
en las elecciones. Sin los votos del PSC, el PSOE no puede gobernar España.
Convergencia forma gobierno con ERC, la cual debe renunciar a cualquier futura
alianza con los unionistas del PSC. ¡No más tripartitos¡. A la Colau la
encerramos en sus contradicciones y convertimos a la CUP en su némesis. El
escenario catalán es perfecto. La socialdemocracia de ERC forma un gobierno de
unidad nacional con CDC (a lo Merkel-Schroeder) mientras se transita hacia un
nuevo binómio partitocrático neoliberal por secula seculorum.
En
España, el PSOE se convierte en el enemigo natural de Podemos, pescando en el
mismo caladero los votos de la izquierda. El PP, sin un PSOE en disputa, vuelve
crecer envuelto en la rojigualda (a veces con la constitucional y si es
necesario con la del pollo negro y el “A por ellos, a por ellos...”). Y si hay
descontentos o despistados, siempre nos quedará Ciudadanos. Y a vivir, que son
dos días.
Podría
parecer que un conflicto así pudiera ser contradictorio con la política de
estabilidad del gran capital. Pero, seamos serios. Una Cataluña independiente
en manos del nuevo binomio ERC-CDC, mas temprano que tarde, seguirá siendo
parte de la UE. Y al capital multinacional le molan los Estados pequeños.
Cuanto más pequeños, débiles y dependientes, mejor. Y a Alemania o a Francia se
la sopla tener una Catalunya separada de España: seguirán viniendo de
vacaciones a la Costa Brava, a Málaga o a Mallorca y tendrán un potencial
competidor más débil del que dejaron con la “reconversión industrial” de los
80. No habrá grandes opositores a la separación de Cataluña o de cualquier otra
nación de la España actual. En el mundo globalizado las multinacionales piensan
de los estados lo que decía aquel título del libro de Schumacher: “lo pequeño
es hermoso”.
Los
fuegos a veces se encienden y después no se controlan. Y la represión desatada
sobre un enorme colectivo de personas hoy agredidas por la brutalidad policial
nos debería generar a todos un sentimiento profundo de solidaridad. Y de
indignación. Y de crítica al pensamiento uniformizador que nos impone el poder.
Posiblemente Cataluña acabará siendo una República Independiente, ganada a
pulso por la determinación de esos compañeros y compañeras que el 1-O
valientemente salieron a votar. Y posiblemente las clases trabajadoras
catalanas sigan tan explotadas como hoy.
En
estos momentos, aún con tanta rabia ante la injusticia desatada sobre esos
hombres y mujeres que de forma pacífica defendían ideas en Cataluña, quiero
pensar. Y pienso que debería hacernos reflexionar sobre las trampas que nos
tienden los poderosos. Sobre su cada vez mayor capacidad de hegemonizar su
pensamiento con altavoces mediáticos cada vez más potentes. Sobre la dificultad
de las izquierdas en buscar caminos de unidad y elaborar discursos alternos.
Desearía que el discurso de “los de abajo contra los de arriba” no se sustituya
por “España contra Cataluña”, ambas patrias tan falsas como los politicastros
que hoy dicen defenderlas.
E
imagino otra conversación, hace un par de días: “Oye Mariano, esto parece que
se nos va de las manos. Vamos a tener que declararnos independientes o la peña
se va a cabrear mucho. Se nos jodió el plan del eterno conflicto” “Pues Artur
II, no me queda más remedio que repartir unas hostias como panes” “Bueno, ya
sabes aquello de que en la guerra se masacran los que no se conocen. Y tú y yo
nos conocemos. ¿No?”.
Postdata:
Y sí, yo también quiero votar. Quiero votar si quiero una República. Y quiero votar si con mis impuestos tengo que pagar colegios del
Opus. Y quiero votar si los bancos nos deben devolver lo estafado. Y quiero
votar si declaramos como principio constitucional la Soberanía Alimentaria en
mi estado. Y quiero votar si acabamos con las privatizaciones de lo público,
desde el agua hasta la sanidad. Y quiero votar si la Iglesia tiene derecho a
inscribir propiedades públicas a su nombre. Y quiero votar si los pisos vacíos
de los bancos deben ser expropiados sin indemnización para dedicarlos a
viviendas sociales. Y quiero votar, y votar y votar hasta que la democracia
ahogue a los que mandan aporrear ciudadanos indefensos y a los que buscan su
impunidad entre las banderas.