miércoles, 18 de septiembre de 2013

REQUIEM POR LA INESTABLE PAZ SOCIAL


Los principios éticos que inspiraron los movimientos sociales del pasado siglo, y que figuran en la memoria colectiva como un tiempo irrepetible de luces solidarias y de sombras políticas, adquieren protagonismo en esta fatigada época que nos ha tocado vivir, tan cargada de incertidumbres políticas, de tensiones sociales y de crisis económica.
La contracultura hippie podría ser implantada, sin riesgo de rechazo, en esta sociedad anatematizada por el latrocinio financiero y la especulación de los mercados, y sus reivindicaciones ser asumidas por una mayoría ciudadana cansada de saqueos, despilfarro y engaños.
A los jóvenes melenudos les preocupaba el medio ambiente, el pacifismo, la revolución sexual, la liberación femenina y la discriminación racial. ¿Quién no firmaría en la época actual todos estos principios de libro ético?
Los hippies supusieron un punto de inflexión contestataria en el devenir bélico de una sociedad que encontraba un placer intenso en la consecución de objetivos pragmáticos, asociados a la producción industrial en masa o al trabajo en cadena que, inspirados en las teorías de Keynes, serían clave para el desarrollo del estado del bienestar.
En la década de los 60, los jóvenes se rebelaron contra su adoctrinamiento social y se negaron a ser esclavos de la cultura del consumo de masas, que enriquecía a unos pocos en detrimento de una mayoría que se dejaba su salud por un exiguo salario.
El paralelismo con la época actual es evidente, de tal modo que el mundo, en su devenir pendular, parece haber vuelto al sitio desde donde partimos hace 50 años. Aunque quizás el máximo legado de aquel tiempo memorable sea la búsqueda de un mundo espiritual y el amor por la naturaleza, que tanto bien nos haría ahora, y todo sin descartar el enorme legado literario y musical de una época de autores y canciones pacifistas irrepetibles: Joplis, Pink Floyd, Hendrix, The mamas & The papas, Baez.......
 
Del tronco de la cultura hippie, surgieron otros movimientos ciudadanos emblemáticos, entre los que se encuentra el mitificado mayo del 68, cuyas coincidencias sociales y laborales con las circunstancias históricas que en este momento vive España, no pueden más que propiciar una profunda y desoladora reflexión. Como en el caso español, la mayor revuelta estudiantil y la huelga más numerosa de la historia, ocurrió después de una década de expansión económica y de desconocida prosperidad en Francia. ¿Les suena?
Como ha ocurrido aquí, aunque por factores no coincidentes en cuanto a corrupción, despilfarro y burbujas, el paro en Francia subió en poco tiempo como la espuma, en especial el juvenil, y millones de trabajadores vieron mutilados sus sueldos, desvaneciéndose para ellos la posibilidad de acceder al estado del bienestar. La precariedad laboral avanzaba y las protestas sociales eran abortadas por una policía antidisturbios que, por sus métodos expeditivos, no gozaba del aprecio ni de la indulgencia popular.
Esta era la situación en Francia, en los años previos al estallido estudiantil, pero podría estar haciendo una perfecta radiografía social y laboral de la España actual, cuyo reflejo se acentúa si le añadimos la desconfianza en las instituciones públicas, sobre todo las políticas y sindicales.
Así se llega en Paris al recordado 10 de  mayo, la mítica noche de las barricadas en el Barrio Latino, las graves revueltas y la respuesta institucional del General de Gaulle, que ordena sacar los carros blindados a las calles, al día siguiente. El resto de la historia es bien conocido.
El Mayo del 68, en Francia y en el resto del mundo, está dentro del contexto de una época en la que la balanza ideológica encontraba un punto de equilibrio entre distintas corrientes políticas, como el marxismo, el maoismo, el socialismo y el capitalismo y, en esta lucha hercúlea entre sociedades antagónicas, hasta el ciudadano más extremista podía encontrar una bandera en la que envolver sus sueños pacifistas, burgueses o revolucionarios.
Mucho ha llovido desde el festival hippie de "Woodstock", tanto que el hombre ha vuelto a perder el faro ideológico que iluminó su identidad política y que posibilitó los grandes avances sociales y la consolidación de un estado del bienestar que ahora es dinamitado por la oligarquía financiera.
 
Y otra vez, como cuando surgió en EE.UU. la contracultura hippie o explotó el mayo del 68, los ciudadanos europeos, cansados del expolio político y desengañados de la dependencia cómplice de sus desacreditadas instituciones, de nuevo buscan enarbolar una bandera o un credo ideológico cuyos principios reivindicativos y éticos den consistencia y sentido a una lucha social que se hace cada día más necesaria.
Es imprescindible contrarrestar la silenciosa e intensa involución de los derechos sociales que la élite financiera y empresarial está provocando en las clases medias y en los ciudadanos más débiles. La oligarquía trata de recoger el resultado de las exitosas prácticas globalizadoras de las últimas décadas, y de las convenidas uniones de sangre política y de mercados aduaneros.
Mientras tanto, surgen grupos dispares, heterogéneos y con reivindicaciones confusas, como el 15 M, o de estética transgresora, como los antisistema, cuyo perfil violento enlazan con los manifestantes más radicales de las huelgas salvajes de mayo del 68.
Unos y otros, parecen funcionar sin orientación ni afinidad política y sin liderazgo ideológico. Pero, sin duda, estamos otra vez ante la historia girando sobre sí misma y colocándonos frente al espejo del tiempo, confirmando que por mucho que avance la sociedad en lo económico y en lo técnico, explotadores y explotados, estamos siempre en el mismo sitio. Unos frente a otros, y con los cuchillos afilados.