Tuvo que ser precisamente el día 24 de Agosto, no sabemos si de forma intencionada o mera casualidad efecto de la incapacidad intelectual del menudo alcalde que padecen parte de los madrileños (imagino que habrá unos cuantos contentos con él). El día 24 de Agosto se conmemora la entrada de la Novena en París integrada por antiguos combatientes antifascistas en la guerra civil. Las tanquetas que pisaban suelo parisino llevaban nombres que nos emocionan: Jarama, Madrid, Santander, Ebro, Teruel, Guernica, Belchite, Guadalajara, Brunete.
Fue
un español quien encabezaba la marcha, seguido de muchos otros, que
desarrapados y hambrientos derrotaron al enemigo nazi y pisaran el suelo
parisino abriendo la marcha al resto del ejército aliado. En París se celebra
con honores a los bravos españoles que salieron de Argelés y de otros campos
similares cuando se les pidió ayuda. Y aún sin pedirla, marcharon a combatir a
la barbarie nazi fascista, convencidos de que con ello los aliados, en justa
correspondencia, liberarían la patria española de la zarpa fascista. No fue
así. Y precisamente 79 años después, en Madrid, se conmemora ese día levantando
la placa de Justa Freire que daba nombre a una calle, para que retomara el
nombre de Millán Astray.
Justa Freire era una maestra, pedagoga y profesora de maestros, republicana presa en la cárcel de Ventas de Madrid. Fue represaliada como a tantas maestras/os republicanos, por enseñar. Por llevar la cultura hasta el último rincón de un país donde el analfabetismo era endémico. Condenada a seis años, dedicó su tiempo en Ventas a enseñar a las presas a leer y a escribir. Hacía cultura, cultivaba la inteligencia. Justo lo que su sustituto en el callejero, detestaba.
La
sentencia del Tribunal Supremo que condenó a reponer el nombre indica que a
José Millán Astray no se le puede aplicar la Ley de Memoria Democrática por su
no participación en la guerra civil.
El
primer impulso es la perplejidad ¿Millán Astray no participó en la guerra? nos
preguntamos. El segundo es de rabia, porque esa ley tan contestada, tan
vituperada vemos que sigue sin servir. A base de conciliar, de querer poner
vela a dios y al diablo, resulta que no hay velas que valgan. Ya nos ha pasado
muchas veces, la más terrible fue la trágala de la Ley de Amnistía donde se coló
(se dejó colar) el anexo de la imposibilidad de juzgar los crímenes
franquistas. De ahí que los torturadores, policía o los jueces de Orden
Público, que con su vesania consintieron el terror, la tortura y las condenas a
muerte, junto con la odiada Brigada Político Social…con asesinos despiadados
como Bily el Niño o el Comisario Conesa, entre tantos, siguieran en sus puestos
condecorados y viviendo a nuestra cuenta. Nadie pudo tocarlos ni un pelo.
Tragaderas amplias que tenemos (tienen).
Y
no se aprende. Este Psoe conciliador, amansado, paciente hasta la complicidad
sigue en sus trece de no entrar a saco en las reformas necesarias para
convertirnos en un estado normal. Nada más que normal.
Propongo a mis querida/os lectoras/es conocer la figura de José Millán Astray, para que juzguen ustedes si merece calle. Porque una calle más o menos da igual pero como ayer decía un buen amigo, este hecho sintetiza perfectamente el país que padecemos. Quitan la calle a la maestra y se la reponen al fascista.
José
Millán Astray era hijo de un funcionario que llegó a dirigir varias prisiones
en España. Controvertido padre que ya tuvo polémica en sus cargos, llegando a
estar salpicado (algo más que salpicado) por el crimen de la calle Fuencarral.
Buen conocedor del hampa madrileño, se le acusó de hacer conciliábulo con la
criada de una señora rica que fue asesinada por ésta y condenada por ello. Se
dijo y se publicó repetidamente, que había servido en casa de los Milán por lo
que el director de la prisión la conocía bien proyectando el crimen para que
los dineros de la víctima cayeron en bolsa de la familia Millán. Sea como
fuere, no fue condenado ni molestado por ello. A la criada el garrote vil la
esperaba sin remisión.
El
cinco de Julio de 1879, nacía en A Coruña, donde estaba destinado el padre,
José, el primero de sus hijos. Tuvo una hermana, Pilar Millán Astray, escritora
y comediógrafa (creadora de La Tonta del Bote) que años más tarde sirvió como
espía para los alemanes en el transcurso de la I Guerra Mundial. La dulce y bella
viuda, tuvo tres hijos, se ve que escribiendo no le llegaba para mantenerlos
por lo que se dedicó al lucrativo trabajo de espiar. Lo hizo con éxito puesto
que tejió redes de espionaje en Barcelona, incluso llegó a intimar tanto con el
embajador inglés, sir Arthur Henry Hardinge, que copió todos sus documentos
pasándoselos al enemigo. Lo hizo desde la intimidad de la habitación del sir.
Eso no fue óbice para que terminada la contienda, doña Pilar, floreciera como
una pía, decente y religiosa señora burguesa de derechas.
Sigamos
con el joven José. Desde niño mostró ambición militar aunque el padre quería
que fuera abogado, no lo consiguió porque no eran los libros y los estudios lo
que tiraba de Millán Astray. A los quince años ingresa en la Academia militar,
30 de Agosto de 1894 en donde realiza unos cursos acelerados y a los recién
cumplidos diecisiete es recibido teniente de segunda. El ejército español
necesitaba con urgencia manos para sus guerras coloniales de Filipinas y Cuba,
se ve que cerebros no, y la preparación
se hizo rauda.
Marcha el joven a Filipinas, allí defiende junto con sus hombres la posición de San Rafael por lo que es condecorado con la cruz de Orden militar María Cristina. Derrotadas las fuerzas españolas y perdida la plaza regresa a España algo tocado, según nos cuenta Arturo Barea en La forja de un rebelde.
José
Millán Astray pertenecía a una raza de militares compactos, iletrados, mandones
y gritones que hacían de la fuerza bruta escuela y señal. Nada de estrategia,
de psicología política o militar. A cargar y a matar. Disciplina y palo.
Admiraba a los samuráis japoneses y suspiraba por conseguir para su ejército
las esencias del bushido que mantenían las tropas niponas ciegas ante las
consignas imperiales y les hacía embestir contra el enemigo hasta el último
hombre.
El
fiasco continuo del ejército español en las colonias, hace considerar que se
necesita una fuerza de choque profesional. Se le encomienda crear un cuerpo de
legionarios, al estilo de la Legión Extranjera francesa, para lo que Millán se
traslada a Argelia a fin de observar cómo se organiza la milicia francesa y en
1920 crea el que se llamó en un principio Tercio de Extranjeros, pasando luego
a denominarse Legión de Extranjeros y más tarde fue conocida, simplemente, como
La Legión.
Un
cuerpo formado por la escoria social que se arremolinaba bajo una bandera y
luchaba por dinero sin ningún tipo de implicación moral ni política. Llegaron
desde cualquier punto del globo a matar o morir, no importa a quién, tampoco
por qué. Millán Astray que ya tiene grado de Teniente Coronel, se pone al mando
de la recién creada institución militar. Barea refleja perfectamente, en una
arenga que presenció en Marruecos, el tipo de persona que era Millán. Se
transformaba, contrayendo el rostro, soltando espumarajos mientras sus ojos
destilaban odio y fanatismo que contagiaba a las tropas que salían asalvajadas
al asalto del moro. Matar o morir, era la consigna. Matar con saña, morir con
honor…decía el jefe.
Dejo un texto de La forja de un rebelde como prueba de las tropelías de la fuerza legionaria : “Cuando atacaba, el Tercio no reconocía límites a su venganza. Cuando abandonaba un pueblo, no quedaba más que incendios y los cadáveres de hombres, mujeres y niños. Cuando se asesinaba a un legionario, se degollaban a todos los hombres de los pueblos vecinos, a no ser que se presentase el asesino”
La
sed de sangre, el culto a la muerte decoraban las arengas del Teniente Coronel
que hizo legendarios a sus hombres por el sadismo guerrero con el que acometían
las batallas. A él le gustaba lucir palmito en el frente, con empacho de
exhibicionista del aquelarre militar. Refiere Barea que llegaba a la batalla
subido a su caballo que caracoleaba entre las líneas, bramando el grito de
“¡Viva la muerte!” y “¡A mí la Legión! que él inventó. Cuando la cosa se ponía
fea regresaba a retaguardia dejando que sus hombres que se batieran contra las
balas enemigas.
Vuelvo
a dejarles un texto de La Forja de un Rebelde, que explica bien el talante del
tipo: “ Millán Astray es un bravucón. Le he visto yo mismo. Cuando comienza a
gritar “¡A mí, mis leones!” seguro que nos vemos en un momento en un fregado
serio. Atacamos a bayoneta en avalancha, mientras él caracolea su caballo y da
media vuelta y va al Estado Mayor. Naturalmente ni el Estado Mayor ni los
generales están nunca en cabeza de las tropas, cuando hay un ataque de verdad
pues ni ven ni quieren ver el truco. Se ha ganado la fama de héroe y ya no hay
quien se la quite…“
Tanto
es así que sus cuatro heridas, fueron efecto de la exhibición más que de lucha.
Los tiradores rifeños no malgastaban ni balas ni tiempo, buenos conocedores del
terreno se apostaban escondidos esperando el tiro fijo al hombre que se
mostraba. Así perdió un ojo y media cara, el brazo y la pierna, hasta componer
un mosaico de casi hombre que mostraba su supuesto heroísmo y producía una
mezcla de rechazo y fascinación a quien contemplaba semejante despojo. Si le
añadimos una hedionda boca donde asomaban, maltrechos, unos dientes picudos y
ennegrecidos, completamos la foto siniestra del personaje.
Entre
medias, nuestro hombre se había casado con una joven piadosa. Tan piadosa era
que le descubrió la noche de bodas que había hecho voto de castidad y no había
nada que hacer en el tálamo nupcial. No sabemos si la pobre señora hizo el voto
al momento, ante el escaso atractivo del tipo o venía de atrás. Sea como fuere,
Millán Astray respetó el voto y galopó sus ardores, no sabemos si en burdeles o
asumió la castidad como forma de vida, lo cual podría explicar su locura
innata.
Gallego como el otro, Franco, ambos se conocieron e intimaron en Marruecos, pero no demasiado. Muy diferentes en el carácter, separándolos el grado ya que Franco era comandante, por lo que el escalafón mandaba. Tuvieron sus más y sus menos, hasta el punto de que a Millán no le apetecía nada que Franco fuera su sustituto al mando de la Legión. Le parecía poco que el cuerpo fuera mandado por un comandantito tan cauteloso, cosa que resolvió el estamento militar ascendiendo de forma rápida a Franco al grado de Teniente Coronel.
Al
comienzo de la guerra, Millán está fuera de España. Era profundamente
monárquico (no monárquico parlamentario, sino que propugnaba la monarquía
autárquica que presidió Miguel Primo de Rivera) por lo que al proclamarse la
República se autoexilió en Portugal porque no podía soportar eso de los votos y
los republicanismos. En Julio de 1936 tornó raudo a España, en cuanto se enteró
del golpe de estado. Como caballero mutilado no participó en batalla, puesto
que por efecto de sus taras sufría vértigos constantes y no podía mover la
cabeza (recuerden, solo un brazo, solo una pierna) pero fue nombrado Director
de la Oficina de Radio, Prensa y Propaganda fundando Radio Nacional de España
desde donde arengaba a la población como antes lo hiciera al Tercio. Para que
me entiendan, se convirtió en el Goebbels español. Claro que su locura
dictatorial hizo mella en los colaboradores, les hacía funcionar a golpe de
silbato, dando órdenes como si estuviera en campaña y le echaron por incapaz.
Su
implicación en la guerra fue tal que el 29 de Septiembre de 1936 cuando Franco
entra en el Alcázar de Toledo, él era uno de los trece mandos militares con los
que almorzó el Caudillo en el Hotel Castilla, para celebrar la hazaña. Se dice
que al contar los trece comensales hizo sentar a un botones del hotel entre
ellos ya que era muy supersticioso. El chico debió de quitar el hambre para
varios días entre los generalotes, algunos de ellos eran: Varela, Moscardó y
Martín Moreno… entre otros.
Conocido
es el acto en la Universidad de Salamanca el 12 de Octubre de 1936, cuando se
enfrenta al envejecido pero firme Unamuno con el grito de ¡muera la
inteligencia! que resuena aún en los oídos de cualquiera como el latigazo
semántico que cerró a un país.
Al acabar la contienda, ya en 1941, conoce a una joven en una timba de poker y la deja embarazada. Sigue con su casto matrimonio pero consciente de su obligación como padre, pide permiso a Franco para anular el matrimonio -al no haber coyunda era fácil- cosa que le niega el “amigo” por el escándalo que supondría al régimen tan estricto en cosas de moral viéndose obligado a marchar a Portugal de nuevo, ya que en el país luso podía reconocer a su hija, cosa que en España no era posible. Los hijos extramatrimoniales no podían ser reconocidos por sus padres, cosas de la moral franquista… Mantuvo el matrimonio con la casta esposa y la convivencia con la madre de su hija. Que por cierto era sobrina de Ortega y Gasset. Murió de un infarto en la cama, el uno de Enero de 1954, en Madrid.
Y
esa joyita es la que nos dicen los jueces que no participó en la guerra civil
por tanto han repuesto su nombre de la calle como ejemplo para las generaciones
futuras. Tal que si al doctor Goebbels se le nombrara hijo adoptivo de Berlín
porque no disparó un tiro en la II Guerra Mundial. Son cosas que pasan en
nuestro país y que nos avergüenzan aunque no nos extrañen, en el fondo, qué más
da que tengan calles. Tienen el poder. Nunca lo perdieron. Y eso es lo que
termina por demostrar la batalla de la nomenclatura ciudadana.