Yo
me declaro antisistema. ¿Pero quién no niega, desde la razón, un sistema como
éste?. Un sistema irracional, inhumano, injusto y cruel. Por eso, todos mis
escritos, se centran en el análisis en profundidad del sistema socioeconómico
de sociedades como la nuestra. El viejo binomio izquierda-derecha se ha
convertido en una herramienta del poder para clasificar erróneamente, de forma
demasiado esquemática, a una ciudadanía, hoy, más desorientada que nunca. Desde
la coherencia, debería adoptarse la dualidad prosistema-antisistema, más
ajustado al momento y a la situación.
El
poder y, en particular, los medios se han encargado de envenenar a la sociedad
y crear un diccionario maldito con términos tales como revolución, subversión,
comunismo, clase dominante, explotación, enajenación y otras muchas entre las
que se encuentra antisistema
.
Mis
manifestaciones siempre se han movido en el terreno de la reflexión, del
análisis, del razonamiento, desechando la mera opinión, la conjetura, el
disentimiento improvisado o el vano comentario. Por lo general, esas
manifestaciones han ido tomando cuerpo y, por lo general, se han ido
consolidando con el paso del tiempo.
Un
pronóstico solo cabe hacerlo cuando se sustenta sobre un sólido estudio de la
realidad, acompañado de la observación de los hechos que apuntan de manera
inexorable al final que del análisis se infiere. Es hora de afinar y matizar
algunas ideas aunque sin el ánimo de llegar al final porque si así fuera se
acabaría el mundo del pensamiento.
En
una acepción admitida por la mayoría, y casi enciclopédica, el sistema
socioeconómico, o simplemente sistema, es una forma de organización social para
el desarrollo de la actividad económica. Está constituido por una totalidad de
estructuras o subsistemas, con una dinámica propia, ligadas entre sí por
ciertas vinculaciones técnicas o institucionales. Cada una de las estructuras o
subsistemas específicos sólo tienen sentido cuando forman parte de un todo
coherente, en este caso: el sistema socioeconómico.
En el caso particular que estamos analizando,
el sistema está gobernado y controlado, mediante organismos creados ad hoc, por
una clase dominante en detrimento de otras clases dominadas o abandonadas a su
suerte.
El sistema ha creado
instituciones que le blindan como son: la OCDE, el Banco Mundial, el FMI y, en
Europa, el BCE y la nefasta “Troika”, lo que aleja a este continente de un
entorno social, en una Europa de todos, tal como pretendíamos algunos ingenuos
hace algunas décadas.
Los
detentadores del poder son cambiantes a lo largo de las historia y,
particularmente, en estas últimas décadas. Por lo tanto, sería más adecuado
interpretar el significado de clase dominante, o poder real, como un grupo
social desdibujado, sin límites precisos, en el que se encuentran quienes
poseen abundantes riquezas, provengan de donde provengan, embargados por un sentimiento
de codicia y poder que les hace creerse seres superiores al resto de los
mortales, amparados en la patología de la normalidad.
Un
grupo en el que, en lo concreto, están los que están y al que muchos más
quisieran incorporarse aunque no lo intenten o fracasen en el intento. Pero
también podríamos definir clase dominante como una abstracción a la que tienden
quienes están embargados por un conjunto de contravalores que les hace menos
racionales y menos humanos. Si fuéramos capaces de abstraernos aún más, la
clase dominante quedaría reducida a ese conjunto de contravalores: codicia,
ambición, deseo de dominio, etc.
Es,
ahora, en lo concreto, un conjunto de clases privilegiadas. No es un bloque
cerrado. A ella se incorporan nuevos grupos, nuevos individuos desclasados que
se identifican con los que ya están aposentados. La clase dominante determina
la práctica política. La parte light (políticos, periodistas famosos,
deportistas, etc.) también influye en esa práctica.
Y
la pregunta es: ¿cómo es posible que se mantenga en el tiempo un sistema tan
injusto como éste, del que se benefician exclusivamente una minoría?
En
cierta ocasión oí decir a un ilustre pensador metido a político, de los que ya
no quedan, algo así como que las fuerzas del mal tienen más éxito que las
fuerzas del bien. Quise interpretar de sus palabras que cuando se dice o se
hace algo que pueda suponer progreso para el género humano es necesario
esforzarse y empeñarse más que cuando se actúa en contra de la razón. Que la
defensa de la verdad es muy costosa, mientras que mentir es gratuito. Que hay
algo de carácter atávico en lo más profundo de la especie humana que le
predispone a la aceptación incondicional de la maldad, a la vez que una
reticencia para asumir anuncios o hechos encaminados a la superación de las
miserias que nos invaden.
Alejados
de todo tipo de creencias religiosas, pensamos que es posible que todo ello
responda a una especie de embrujo mágico marcado por un pesimismo histórico,
consecuencia de una trayectoria errática y desgraciada para las mayorías que
pueblan, y han poblado, el planeta.
De
lo que no cabe duda es de que los rasgos dominantes de la especie vienen
marcados por unos contravalores que dan lugar a una casta o clase dominante que
marca una pauta o forma de vida que, en lugar de ser cuestionada y combatida
por la mayoría, es aceptada, valorada e, incluso, envidiada.
Este
triunfo de la maldad, del engaño y de la manipulación sobre la razón y el
progreso queda plasmado estos días en el acoso a los nuevos alcaldes elegidos
que rompen con la habitual práctica política. En tan sólo diez días de gobierno
los medios de comunicación, como herramienta útil del poder real, les están
acribillando, con el fin de que no levanten cabeza.
En
el ámbito internacional, Grecia se ha convertido en la cobaya para demostrar al
mundo que no caben otras alternativas, que, de una u otra forma, hay que “pasar
por el aro”. Después del desgaste de los que defienden a los más débiles,
vendrán los salva-patrias que serán aplaudidos por aquellos a los que volverán
a masacrar.
A
lo que estamos asistiendo ahora en este país es un intento más, como tantos
otros, de regenerar la sociedad civil y dar un cierto protagonismo a los más
débiles, a los más necesitados. El triunfo del Frente Popular en el año 1936 es
un antecedente próximo. La lucha y el movimiento obrero de los años 70,
estuvieron a punto de convertirse en un proceso de confrontación política
generalizado frente a la Dictadura.
El
sistema es resistente a todos los intentos de cambio en la correlación de
fuerzas. La condición humana avala la permanencia de este tipo de vida basado
en la desigualdad. La ausencia de valores sintoniza con el sistema, lo que le
ayuda a mantenerse en el tiempo durante tantos años.