EL
MUNDO en su devenir pendular nos ofrece, en estos días, una perspectiva que es
casi una foto fija en la historia de España: La eterna lucha entre la élite
empresarial o financiera y quienes no tienen otro capital que las rentas de
trabajo.
En
el fondo, no se trata sólo de una lucha por un modelo justo en el reparto de
los beneficios, sino que en la actualidad trasciende el propio interés
especulativo, y la lucha se centra en que las relaciones de poder y de
dependencia han sido declaradas obsoletas, prescritas, por el capital.
En
las relaciones laborales, el trabajador tiene sus manos y sus conocimientos y
los grandes empresarios tiene las estructuras y el dinero. El árbitro de esta
pugna, en apariencia, especulativa, es el gobierno de la nación, que establece
las reglas de juego y ejerce de árbitro imparcial.
En
teoría esto ha funcionado relativamente bien en las últimas décadas, hasta el
punto de que el país ha disfrutado unos años de asombrosa prosperidad y de
indudables avances sociales. Pero la dinámica de crecimiento propició un
desbordamiento de la propia especulación financiera, fomentando la ambición
ilimitada de todos los agentes en juego:
bancos, grandes empresarios, políticos, sindicatos....
Durante
algunos años, las instituciones públicas y privadas cerraron los ojos y se
dejaron llevar por el resplandor ascendente de la economía, pero era un fulgor falso,
un destello de astro que palidece y se apaga en el mismo acto del brillo.
La
cuentas del estropicio aún no han sido ofrecidas con toda claridad. A grandes
rasgos, parece que muchísimas familias han vivido por encima de sus posibilidades,
endeudándose por estrenar una casa más grande o por tener un coche mejor que el
vecino.
Esto
fue estimulado por la excesiva liquidez de una banca que creía que así
aumentarían sus beneficios y, desde luego, las comisiones personales de quienes
la dirigían con tanta arbitrariedad. Nadie le ha exigido a estos aficionados a banqueros responsabilidades por ello; bien, al
contrario ahora disfrutan de un retiro multimillonario pagado con los fondos de
una recapitalización aportada por el Banco de España. Es decir, por todos
nosotros.
Por
otro lado, las grandes empresas españolas se lanzaron a la compra compulsiva de
todo lo que se movía en el mercado, llámese suelo, telefonía, banca, petróleo, gas......
Realizaron grandes inversiones en el exterior y se endeudaron mucho más de lo que
sus balances, en época de crisis, pueden tolerar. Ahora necesitan financiar sus
deudas y, o no encuentran cómo, o les prestan a un interés muy caro.
Y,
por último, los sucesivos gobiernos de la nación, no han hecho otra cosa que
mirarse el ombligo y decir que bien lo hago. Y donde digo gobierno de la
nación, podría decir, perfectamente, reinos de taifas autonómicos. Han ido a la
caza del voto, a cambio de inversiones en servicios innecesarios y de muy
difícil financiación.
Si
arrancamos con Aznar, liberalizó el suelo, y mal vendió todas las grandes
empresas de la nación, que eran patrimonio de todos: Telefónica, Repsol,
Endesa, BEE.... liberalizó los servicios y creó un germen especulativo que ha llevado
a España a esta insostenible situación. Zapatero ha sido un político suicida en
lo económico, creyó que la máquina de hacer dinero no se detendría jamás y, al
amparo de un engañoso crecimiento, llegó a manifestar que superaríamos en PIB.
a Francia e Italia. Creó múltiples servicios y regaló el dinero como si el
déficit fuera un concepto puramente formal de los economistas. Rajoy ha aprovechado
la debacle de las finanzas para hacer una política contraria a lo que había
prometido en su programa electoral.
Los
trabajadores ven salvajemente recortados sus derechos. Con la excusa del
déficit y de la deuda su poda del estado de bienestar no tiene otro límite que
el que marca su imaginación. Y no parece que haya una salida fácil a la situación
en la que el pueblo se ve inmerso. Los comedores sociales están desbordados, el paro no deja de
aumentar, las expectativas de los jóvenes son menos que cero, y Rajoy insiste
en que no tiene más remedio que recortar aún más en pensiones, educación y
sanidad. Tiene la excusa perfecta y tiene por delante el tiempo que necesita.
Lo
que no parece que vaya a tener es la comprensión ni la colaboración de los españoles.
Y lo que no sabemos todavía es si lo dejarán terminar su terrorífica obra en
paz. O si antes le volarán los cimientos.