El
devastador incendio de la Torre Grenfell de Londres, que provocó más de cien
muertos y heridos, (la mayoría inmigrantes: negros y musulmanes, gente humilde
y obreros) ha dejado indiferentes a los líderes de “el mundo civilizado”, cuya
desidia ha quedado plasmada en la cara de “la dama de hielo”, la primera
ministra británica Theresa May.
Otro
gallo hubiera cantado si las víctimas hubieran sido blancos de buena cuna.
Hubiéramos visto cómo contenían las lágrimas los compungidos rostros de Donald
Trump, el príncipe de Mónaco, los presentadores de televisión, y hasta la
propia Reina Isabel II, que ha jurado vivir mil años para hundir
definitivamente a su hijo, el Príncipe Carlos. Ella desea, como todos sabrán,
criogenizarse para volver a lucir la corona en el 3017.
Tras
el incendio, cuyas causas aún se desconoce, miles de inmigrantes, acompañados
de grupos de británicas solidarizadas con su causa, protagonizaron
movilizaciones de protesta en las calles más importantes de Londres y ante el
enrejado del número 10 de Down Street, sede de la primera ministra Theresa May,
donde los congregados, que la acusan de haberlos ignorado y desatendido,
profirieron gritos como “tienes las manos manchadas de sangre”, “Justicia para
Grenfell”, “May, márchate”.
En
el edificio de 24 plantas y 120 apartamentos vivían alrededor de 800 personas.
El incendio se produjo a las 00:15 de la madrugada del miércoles, (todo apunta
a que en el cuarto piso). Lo que agravó la tragedia fue el hecho de que la
fachada del inmueble estuviera cubierta con un revestimiento inflamable e ilegal
y que no saltaran las alarmas (esto último aún sin explicar), lo que hubiera
evitado un número de muertos tan elevado.
La
torre Grenfell se encuentra en la sección obrera de los lujosos distritos de
Kensington y Chelsea, y a escasa distancia del barrio bohemio de Nothing Hill,
que inspiró la película homónima que protagonizaron Hugh Grant y Julia Roberts
sobre vida artística y desenfadada del lugar.
Entre
las víctimas mortales hay un refugiado sirio, Mohamed Alhajali, de 23 años, que
estudiaba ingeniería civil en la universidad de West London. El muchacho llegó
a Londres huyendo de la guerra civil y después de pasar por todo tipo de
peligros y penalidades para poder rehacer su vida en Europa. Un hermano que
vivía con él logró salvarse y está siendo atendido de quemaduras en los
hospitales de los alrededores.
Sólo
el líder laborista Jeremy Corbyn, que estuvo consolando a las víctimas tras el
siniestro, está siendo recibido con muestras de afecto por los vecinos
afectados por el incendio (del que no acaba de encontrarse la caja negra) que
ha dejado en el aire un montón de interrogantes.
El
alcalde de Londres Sadiq Khan también salió mal parado de su visita a los
familiares y amigos de las víctimas y fue recibido con abucheos, insultos y
lanzamientos de botellas de agua de plástico. Las inmigrantes han pedido un
montón de explicaciones que, al parecer, son de difícil respuesta.
Stuart
Cundy, comandante de la policía de Londres, confirmó el lunes la muerte de 79
personas y de decenas de desaparecidos. Con anterioridad había dicho que
“tristemente no se espera encontrar a más supervivientes y que aún se
desconocen las causas del incendio”.
Todavía
continúan hospitalizadas, con quemaduras de diversa consideración, un total de
24 personas, de ellas doce en estado crítico. Stuart Cundy reconoció que va a
ser muy difícil reconocer a muchas víctimas que quedan en el interior del
edificio ya que los cuerpos podrían estar carbonizados.
Para
enturbiar aún más el ambiente, en la noche del domingo un hombre blanco, de 48
años, arrolló con una furgoneta, al grito de “voy a matar a todos los
musulmanes”, a un grupo de fieles que salía de una mezquita de Londres tras
realizar sus oraciones del Ramadán. El atentado dejó un muerto y ocho heridos,
dos de gravedad. En el Reino Unido la comunidad islámica ronda los tres
millones de personas.
Que
yo sepa no hay preparados “minutos de silencio” previos a la celebración de
grandes acontecimientos deportivos por los muertos de la Torre Grenfell, ni en
ningún palacio de reyes, emires y jeques, se tiene previsto alzar banderas a
media asta en señal de duelo por el trágico fallecimiento de los inmigrantes
que encontraron su infierno en Europa.
Y
vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para reformular esta
pregunta ¿Qué Europa queremos, la amurallada, o la abierta al mundo? ¿Qué
queremos, guetos de inmigrantes o políticas integradoras que requieren un
esfuerzo global?