viernes, 22 de octubre de 2021

BORBONEANDO A D. FRANCISCO DE GOYA

 


Nuestros señores los reyes católicos Felipe y Leti están goyanizados. Será porque en su mayestática incultura ignoran que el pintor detestaba a la dinastía, y prefirió como rey a José I Bonaparte, lo mismo que hicieron las mejoras cabezas pensantes del reino, los llamados afrancesados. Por ello la Leti inauguró el dia 8 de octubre una exposición de Francisco de Goya en la Fundación Beyeler de Basilea, en la patria querida de su suegro el rey decrépito Juan Carlos de Borbón y Borbón, y de su cuñada la infausta Cristina de Urdangarin; no cuentan los cronistas reales si su majestad aprovechó el viaje para visitar algún banco, ya que estaba allí.

Por su parte, su marido y muy señor nuestro Felipe de Borbón inauguró el día 13 en el Banco de España otra exposición, titulada 2328 reales de vellón. Goya y los orígenes de la colección Banco de España. Se aprovechan de que lleva 193 años muerto y no puede protestar para que le quiten los borbones de delante. Él se los quitó marchándose al exilio.


Tuvo mala suerte Goya, porque le tocó soportar el reinado del más bestial de los borbones, el criminal contra la humanidad Fernando VII, apodado Narizotas y Tigrekán por sus resignados vasallos. Todos han sido nefastos, pero ese perjuro es el peor, tanto que los historiadores le llaman El Rey Felón. Y Goya tuvo que tratar directamente con él, porque desde 1789 era pintor de cámara de Carlos IV, y diez años, después ascendió al cargo de primer pintor de cámara real.

En 1800 realizó su obra maestra, La familia de Carlos IV, actualmente en el Museo del Prado, un cuadro de gran realismo en el que se aprecia la degradación moral de la dinastía, retratada con todas sus lacras morales. Es una exhibición de monstruos incapacitados no ya para reinar, sino simplemente para vivir en libertad, porque sus caras delataban que no podían hacer nada bueno. Probablemente efecto de la endogamia familiar.

Al decir de la reina María Luisa de Borbón, ninguno de sus hijos lo era de Carlos IV, y así lo creía Fernando, que por ello echó del trono a su padre putativo y se proclamó rey Fernando VII. Ambos abdicaron sus derechos dinásticos en Napoleón, que se los cedió a su hermano José, y así se inauguró la dinastía Bonaparte con toda legalidad.

Los españoles educados acogieron de buen grado a José I, un hombre normal, educado, culto, formado en los lemas de la Revolución Francesa, sin ninguna de las taras hereditarias de los borbones, desde el iniciador de la dinastía, el demente Felipe V, por quien todos sus sucesores padecen algún grado de locura. José I Impulsó la primera Constitución, elaborada en Bayona en 1808 por cerca de un centenar de notables españoles, promulgó leyes sociales en favor del pueblo, y ordenó derribar algunos de los muchos conventos que llenaban Madrid, para abrir plazas y calles.


Con ello se ganó el odio de los eclesiásticos, que recelaban de su educación revolucionaria. Le apodaron El Intruso y le acusaron de ser francés, olvidando que el primer Borbón, Felipe V, nieto de Luis XVI el apodado Rey Sol, vino a reinar desde Versalles sin saber nada del idioma, la historia, la geografía y las costumbres de los españoles, y murió loco sin haberlo aprendido. También le llamaron Pepe Botella, aunque era abstemio, y Pepe Plazuelas, por abrirlas en los solares de los conventos frailunos.

Los mejores españoles del momento en política, literatura y artes, incluso altos grados del Ejército aceptaron a José I con agrado. Se les calificó despectivamente de afrancesados, por preferir la modernización de costumbres derivada de la Revolución Francesa, en vez del cerrilismo tradicional hispánico.

Era inevitable que Goya se encuadrase en ese círculo culto de preocupación social. Retrató al nuevo rey, que le mantuvo en el cargo de primer pintor de cámara y además le concedió la Real Orden de España, creada por él para honrar a quienes se distinguieran en el servicio a la patria, porque José Bonaparte fue un gran patriota español, preocupado por el bienestar de sus súbditos, lo que no se puede afirmar de ningún Borbón entregados solamente a incrementar su fortuna personal y a disfrutar de los placeres habitualmente realizados en la cama, aunque para Isabel II cualquier lugar era bueno, como se muestra en “Los borbones en pelota”, una crónica cachonda de su reinado interrumpido por la Gloriosa Revolución de 1868.


Ente 1808 y 1814, con las dos españas enfrentadas en un conflicto derivado en internacional, Goya realizó los 82 grabados denominados Los desastres de la guerra, obra de un pacifista espantado ante lo que veía. También entre 1808 y 1812 trabajó en un gran cuadro que ha merecido muchos comentarios. Titulado El coloso, muestra a un gigante entre una multitud de seres de talla mucho menor, que escapa asustada de su cercanía. Muy probablemente representa el poder absoluto real, que destroza sin piedad a los vasallos. De ser así, Goya actuó como un profeta, porque Fernando VII iba a tiranizar sus vasallos, ordenando la ejecución de cualquier civil o militar que le pareciera sospechoso de infidelidad. Temía Goya el absolutismo real con razón.

En 1809 pintó un óleo de grandes dimensiones, 2,60 por 1,95 metros, titulado Alegoría de la villa de Madrid, muy rococó, protagonista de una curiosa historia. A la izquierda colocó el oso y el madroño que son emblema de la villa y corte, y en el centro la figura de una matrona, idealización de la villa, con un perrito a sus pies como muestra de fidelidad. Con su mano izquierda señala un cuadro oval sostenido por dos ángeles, y sobre esa escena hay otros ángeles coronados de laurel y tocando la trompeta en señal de victoria. En el cuadro oval estuvo el problema.

Goya retrató allí a José I, lo que estaba justificado porque la Corte se hallaba en Madrid. No obstante, el 22 de julio de 1812 se libró la batalla de los Arapiles, perjudicial para el Ejército francés, lo que animó al Ayuntamiento a exigir a Goya que borrase el retrato del rey y pusiera en su lugar la palabra “Constitución”. Así lo hizo, pero en noviembre a causa de los juegos de la guerra volvió José I, y entonces el Ayuntamiento encargó a Felipe Abas, discípulo de Goya, que restituyera el retrato real.


Por poco tiempo, ya que tras la derrota del Ejército francés en Vitoria el 21 de junio de 1813 José I regresó a Francia. El Ayuntamiento madrileño, a tono con los nuevos tiempos, encargó a Dionisio Gómez, otro discípulo de Goya, que borrase al rey y pusiera de nuevo la palabra “Constitución”, que parecía apta para todos. Excepto para el Rey Felón, que lo primero que hizo al recuperar el trono fue anularla y declarar sin valor todos los acuerdos tomados en los que denominó “los mal llamados años” de su ausencia.

Otra vez eliminó Goya la palabra nefanda y retrató a Fernando VII, pero con todos sus rasgos criminales muy patentes, lo que motivó que el Ayuntamiento ordenara guardar el cuadro sin exponerlo. Así evitaba herir la susceptibilidad del artista si se le mandaba rehacer su obra, y también que el tirano la viera y ordenase ejecuciones en masa de concejales. Para terminar esta historia hay que recordar que en 1826, con Goya exiliado en Burdeos, el Ayuntamiento encargó a Vicente López que pintase otro retrato de Fernando VII más aceptable para el modelo, cambiado en 1843 por el “Libro de la Constitución”, y por fin en 1873 con la I República se inscribió “DOS DE MAYO”. Son las consecuencias de las tiranías.

Con el regreso a España en 1814 de Fernando VII se instauró el absolutismo, y se sucedieron las ejecuciones de afrancesados. Cuando Goya compareció ante el rey tuvo que escucharle decir: “Debiera ordenar fusilarte”, y Tigrekán no amenazaba en balde. Se mantuvo en el cargo de primer pintor de cámara, pero cada vez más relegado, lo que le animó a irse aislando de la Corte, una sensata medida terapéutica. Bajo una dictadura, como lo era la monarquía de Fernando VII, nadie puede sentirse seguro, porque depende del capricho del tirano.


Una representación de aquella España martirizada la legó el artista a la posteridad en las pinturas realizadas en los muros de una casa que compró a orillas del Manzanares en 1919. La llamó la Quinta del Sordo, debido a que una enfermedad de dudoso diagnóstico le produjo sordera total. Allí reprodujo escenas de la España borbónica más negra, obras como Duelo a garrotazos, escenificación de las dos españas enfrentadas en su odio visceral, o también alegorías como Saturno devorando a un hijo, alusión al poder absoluto representado por el rey, capaz de devorar a sus vasallos, y otras muy críticas con el reinado trágico de Narizotas.

Cada vez más temeroso por las acciones criminales del rey, que podían recaer contra él y cumplir la amenazas que le hizo al volverse a encontrar, en 1824 solicitó permiso al tirano para ir a tomar las aguas al balneario de Plombières les Bains, en la Lorena francesa, lejos de España, y decidió quedarse a vivir en Burdeos con una libertad perseguida en su patria. Y allí falleció el 16 de abril de 1828, en el exilio, como tantos otros buenos españoles en su triste tiempo y en los abominables siguientes.

Que dejen de borbonearle póstumamente, que él era un afrancesado, contrario a todo lo que representa la monarquía tradicional española.