Nuestros señores los reyes católicos Felipe y Leti están goyanizados. Será porque en su mayestática incultura ignoran que el pintor detestaba a la dinastía, y prefirió como rey a José I Bonaparte, lo mismo que hicieron las mejoras cabezas pensantes del reino, los llamados afrancesados. Por ello la Leti inauguró el dia 8 de octubre una exposición de Francisco de Goya en la Fundación Beyeler de Basilea, en la patria querida de su suegro el rey decrépito Juan Carlos de Borbón y Borbón, y de su cuñada la infausta Cristina de Urdangarin; no cuentan los cronistas reales si su majestad aprovechó el viaje para visitar algún banco, ya que estaba allí.
Por
su parte, su marido y muy señor nuestro Felipe de Borbón inauguró el día 13 en
el Banco de España otra exposición, titulada 2328 reales de vellón. Goya y los
orígenes de la colección Banco de España. Se aprovechan de que lleva 193 años
muerto y no puede protestar para que le quiten los borbones de delante. Él se
los quitó marchándose al exilio.
Tuvo mala suerte Goya, porque le tocó soportar el reinado del más bestial de los borbones, el criminal contra la humanidad Fernando VII, apodado Narizotas y Tigrekán por sus resignados vasallos. Todos han sido nefastos, pero ese perjuro es el peor, tanto que los historiadores le llaman El Rey Felón. Y Goya tuvo que tratar directamente con él, porque desde 1789 era pintor de cámara de Carlos IV, y diez años, después ascendió al cargo de primer pintor de cámara real.
En
1800 realizó su obra maestra, La familia de Carlos IV, actualmente en el Museo
del Prado, un cuadro de gran realismo en el que se aprecia la degradación moral
de la dinastía, retratada con todas sus lacras morales. Es una exhibición de
monstruos incapacitados no ya para reinar, sino simplemente para vivir en
libertad, porque sus caras delataban que no podían hacer nada bueno. Probablemente
efecto de la endogamia familiar.
Al
decir de la reina María Luisa de Borbón, ninguno de sus hijos lo era de Carlos
IV, y así lo creía Fernando, que por ello echó del trono a su padre putativo y
se proclamó rey Fernando VII. Ambos abdicaron sus derechos dinásticos en
Napoleón, que se los cedió a su hermano José, y así se inauguró la dinastía
Bonaparte con toda legalidad.
Los
españoles educados acogieron de buen grado a José I, un hombre normal, educado,
culto, formado en los lemas de la Revolución Francesa, sin ninguna de las taras
hereditarias de los borbones, desde el iniciador de la dinastía, el demente
Felipe V, por quien todos sus sucesores padecen algún grado de locura. José I Impulsó
la primera Constitución, elaborada en Bayona en 1808 por cerca de un centenar
de notables españoles, promulgó leyes sociales en favor del pueblo, y ordenó
derribar algunos de los muchos conventos que llenaban Madrid, para abrir plazas
y calles.
Con ello se ganó el odio de los eclesiásticos, que recelaban de su educación revolucionaria. Le apodaron El Intruso y le acusaron de ser francés, olvidando que el primer Borbón, Felipe V, nieto de Luis XVI el apodado Rey Sol, vino a reinar desde Versalles sin saber nada del idioma, la historia, la geografía y las costumbres de los españoles, y murió loco sin haberlo aprendido. También le llamaron Pepe Botella, aunque era abstemio, y Pepe Plazuelas, por abrirlas en los solares de los conventos frailunos.
Los
mejores españoles del momento en política, literatura y artes, incluso altos grados
del Ejército aceptaron a José I con agrado. Se les calificó despectivamente de
afrancesados, por preferir la modernización de costumbres derivada de la
Revolución Francesa, en vez del cerrilismo tradicional hispánico.
Era
inevitable que Goya se encuadrase en ese círculo culto de preocupación social.
Retrató al nuevo rey, que le mantuvo en el cargo de primer pintor de cámara y
además le concedió la Real Orden de España, creada por él para honrar a quienes
se distinguieran en el servicio a la patria, porque José Bonaparte fue un gran
patriota español, preocupado por el bienestar de sus súbditos, lo que no se
puede afirmar de ningún Borbón entregados solamente a incrementar su fortuna
personal y a disfrutar de los placeres habitualmente realizados en la cama,
aunque para Isabel II cualquier lugar era bueno, como se muestra en “Los borbones en pelota”, una crónica
cachonda de su reinado interrumpido por la Gloriosa Revolución de 1868.
Ente 1808 y 1814, con las dos españas enfrentadas en un conflicto derivado en internacional, Goya realizó los 82 grabados denominados Los desastres de la guerra, obra de un pacifista espantado ante lo que veía. También entre 1808 y 1812 trabajó en un gran cuadro que ha merecido muchos comentarios. Titulado El coloso, muestra a un gigante entre una multitud de seres de talla mucho menor, que escapa asustada de su cercanía. Muy probablemente representa el poder absoluto real, que destroza sin piedad a los vasallos. De ser así, Goya actuó como un profeta, porque Fernando VII iba a tiranizar sus vasallos, ordenando la ejecución de cualquier civil o militar que le pareciera sospechoso de infidelidad. Temía Goya el absolutismo real con razón.
En
1809 pintó un óleo de grandes dimensiones, 2,60 por 1,95 metros, titulado
Alegoría de la villa de Madrid, muy rococó, protagonista de una curiosa
historia. A la izquierda colocó el oso y el madroño que son emblema de la villa
y corte, y en el centro la figura de una matrona, idealización de la villa, con
un perrito a sus pies como muestra de fidelidad. Con su mano izquierda señala
un cuadro oval sostenido por dos ángeles, y sobre esa escena hay otros ángeles
coronados de laurel y tocando la trompeta en señal de victoria. En el cuadro
oval estuvo el problema.
Goya
retrató allí a José I, lo que estaba justificado porque la Corte se hallaba en
Madrid. No obstante, el 22 de julio de 1812 se libró la batalla de los
Arapiles, perjudicial para el Ejército francés, lo que animó al Ayuntamiento a
exigir a Goya que borrase el retrato del rey y pusiera en su lugar la palabra
“Constitución”. Así lo hizo, pero en noviembre a causa de los juegos de la
guerra volvió José I, y entonces el Ayuntamiento encargó a Felipe Abas,
discípulo de Goya, que restituyera el retrato real.
Por poco tiempo, ya que tras la derrota del Ejército francés en Vitoria el 21 de junio de 1813 José I regresó a Francia. El Ayuntamiento madrileño, a tono con los nuevos tiempos, encargó a Dionisio Gómez, otro discípulo de Goya, que borrase al rey y pusiera de nuevo la palabra “Constitución”, que parecía apta para todos. Excepto para el Rey Felón, que lo primero que hizo al recuperar el trono fue anularla y declarar sin valor todos los acuerdos tomados en los que denominó “los mal llamados años” de su ausencia.
Otra
vez eliminó Goya la palabra nefanda y retrató a Fernando VII, pero con todos
sus rasgos criminales muy patentes, lo que motivó que el Ayuntamiento ordenara
guardar el cuadro sin exponerlo. Así evitaba herir la susceptibilidad del
artista si se le mandaba rehacer su obra, y también que el tirano la viera y
ordenase ejecuciones en masa de concejales. Para terminar esta historia hay que
recordar que en 1826, con Goya exiliado en Burdeos, el Ayuntamiento encargó a
Vicente López que pintase otro retrato de Fernando VII más aceptable para el
modelo, cambiado en 1843 por el “Libro de la Constitución”, y por fin en 1873
con la I República se inscribió “DOS DE MAYO”. Son las consecuencias de las
tiranías.
Con
el regreso a España en 1814 de Fernando VII se instauró el absolutismo, y se
sucedieron las ejecuciones de afrancesados. Cuando Goya compareció ante el rey
tuvo que escucharle decir: “Debiera ordenar fusilarte”, y Tigrekán no amenazaba
en balde. Se mantuvo en el cargo de primer pintor de cámara, pero cada vez más
relegado, lo que le animó a irse aislando de la Corte, una sensata medida
terapéutica. Bajo una dictadura, como lo era la monarquía de Fernando VII,
nadie puede sentirse seguro, porque depende del capricho del tirano.
Una representación de aquella España martirizada la legó el artista a la posteridad en las pinturas realizadas en los muros de una casa que compró a orillas del Manzanares en 1919. La llamó la Quinta del Sordo, debido a que una enfermedad de dudoso diagnóstico le produjo sordera total. Allí reprodujo escenas de la España borbónica más negra, obras como Duelo a garrotazos, escenificación de las dos españas enfrentadas en su odio visceral, o también alegorías como Saturno devorando a un hijo, alusión al poder absoluto representado por el rey, capaz de devorar a sus vasallos, y otras muy críticas con el reinado trágico de Narizotas.
Cada
vez más temeroso por las acciones criminales del rey, que podían recaer contra
él y cumplir la amenazas que le hizo al volverse a encontrar, en 1824 solicitó
permiso al tirano para ir a tomar las aguas al balneario de Plombières les
Bains, en la Lorena francesa, lejos de España, y decidió quedarse a vivir en
Burdeos con una libertad perseguida en su patria. Y allí falleció el 16 de
abril de 1828, en el exilio, como tantos otros buenos españoles en su triste
tiempo y en los abominables siguientes.
Que
dejen de borbonearle póstumamente, que él era un afrancesado, contrario a todo
lo que representa la monarquía tradicional española.
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