Según
sus defensores, “LA TAUROMAQUIA ES ARTE”. También Hitler estaba convencido de
que su cerebro paría arte y que sus manos le daban forma, expresando sus ideas
y emociones, su concepción del mundo. Antes de la Guerra el Führer le dijo al
embajador británico Nevile Henderson: “Yo soy artista y no político”
.
Afirman
también que “LA TAUROMAQUIA ES CULTURA”. Tanto como cultura es la ablación. Su
práctica está considerada un rito de iniciación en varios países, una tradición
irrenunciable vinculada a su historia, creencias y usos. Y como tal, para
mantener esa consideración, ha de transmitirse, de perpetuarse.
Los
taurinos consideran que “LA TAUROMAQUIA ES UN DERECHO”. Fray Tomás de
Torquemada, entre otros, se creyó en su derecho al torturar y asesinar durante
la Inquisición. Para esa necesidad se pensaba avalado por el derecho divino y
para su proceso arropado por el derecho inquisitorial.
Dicen
que “LA TAUROMAQUIA ES UN ACTO DE LIBERTAD”. El dictador koreano Kim Jong-Un
cada vez que ordena una tortura o ejecución piensa que está haciendo uso de la
suya. Y proclama que en su país está garantizada la libertad de los ciudadanos,
de hecho así reza en su Constitución, vigente desde 1972.
Pero
su axioma más repetido es que “LA TAUROMAQUIA PROPORCIONA PUESTOS DE TRABAJO”. Igual
que el narcotráfico o la trata de mujeres. El primero se calcula que genera,
solo en México unos 468.000 empleos. La segunda, según la OIT, mueve más de 32.000
millones de dólares al año en el mundo. ¿Cuánta gente no vive de esos
“negocios”?
Sin
embargo, su mayor fuerza argumental consiste en que “LA TAUROMAQUIA ES LEGAL”. Sí,
como lo fueron el nazismo y los tribunales del Santo Oficio. Como lo es allí
donde tiene lugar el proceso de infibulación y en Corea del Norte su régimen
político y judicial. El tráfico de drogas o de mujeres no son legales, es
verdad, pero tampoco lo es la tauromaquia en Catalunya y el lobby taurino está
luchando con encono por devolverle la legalidad.
Así
llegamos al reduccionismo ético: "SON SOLO TOROS Y NO PERSONAS". Bueno, pues
juguemos a esa aberración pero vamos a hacerlo con todas las fichas. Para otros
eran o son sólo judíos, mujeres, herejes, traidores o mercancía de carne. Nada
que alcance la categoría “humana”, porque legitimar esas formas de violencia
para que sean asimiladas y hasta aplaudidas requiere establecer la superioridad
del verdugo y dejar muy clara la inferioridad de la víctima, convirtiendo todo
lo posible, claro está, en universal la perspectiva de opresor por deleite,
convicción o ambición, pero no una escasez física sino moral y existencial,
pues lo contrario sería tachado de abuso.
De
este modo se puede bailar entre una pretendida justicia y el papel ínfimo,
prescindible, incluso despreciable que desempeña el humillado, maltratado o
asesinado. Y si eso resulta poco correcto hoy en día, entonces se añaden
palabras como respeto y amor. Hacia el muerto, digo.
La
tauromaquia trae consigo lo peor del pasado y del presente alegando enarbolar
los principios que todo crimen disfrazado jura defender. Y puede que tendamos a
establecer categorías según las víctimas pero no nos engañemos, la empatía, la
preocupación, no son tanto en función de la especie o de la magnitud como de la
proximidad.
A
mucha gente le perturba en mayor medida una puñalada en su barrio que cientos
de asesinados en una mezquita de Yemen, y si tiene perro, le indigna mucho más
la aparición de salchichas con estricnina en su parque que el secuestro y
violación de niňas por parte de Boko Haram.
Pero
claro, no somos toros ni lo seremos nunca, y tampoco tenemos a uno tumbado a
nuestro lado en el sofá mientras vemos la tele. De ese modo y sumada a la
educación y a adaptación, la distancia biológica y espacial se difumina la
violencia en nuestra conciencia hasta tal punto que dejamos de verla como tal.
Es
más, en el caso de la tauromaquia se llega a creer que al toro no le duelen sus
heridas o que está aquí para eso, y a elevar a quienes se las causan al rango
de héroes.
Hemos
visto cosas así a lo largo de la historia. Hoy muchas nos parecen atrocidades
impensables, pero mientras no lo extendamos a todas las que siguen ocurriendo,
cada día, muy cerca de nosotros, publicitadas y subvencionadas como es el caso,
seguiremos arrastrando parte de lo peor de nuestra especie. Y no tratar de
impedirlo cuando esa opción está al alcance de nuestra mano no deja de ser una
forma de colaborar.