Corría
el año 1880 y hacía siglos que los británicos eran dueños de Irlanda. El
capitán, Charles Boycott administraba las fincas de un terrateniente absentista
inglés en el Condado de Mayo. Mr. Boycott vivía aquellos días con sorpresa e
inquietud en su caserón de campo: Hacía semanas que era incapaz de conseguir
que alguien trabajara sus tierras, además los comercios no le vendían comida y
el cartero dejó de llevarle el correo.
Boycott
había llegado a esta situación por su comportamiento abusivo y despótico. El
viejo capitán se negaba a rebajar los alquileres que los paupérrimos jornaleros
pagaban a su señor en Inglaterra, y la Liga Agraria Irlandesa emprendía esta
serie de acciones de corte pacífico para hacerlo ceder en su tiranía.
El
viejo capitán, que era tremendamente testarudo, contrató a jornaleros del
Ulster y a un pequeño ejército de agentes de la policía real irlandesa que los
protegiera, para recolectar sus cosechas; cosa que consiguió, pero el collar le
costó más que el perro. El terrateniente absentista le retiró su confianza
desde London y Boycott tuvo que volver a Inglaterra con la lección bien
aprendida y su victoriano rabo entre las piernas.
El
ya por entonces prestigioso periódico londinense The Times se hizo eco de la
derrota de Boycott y usó su apellido para describir la novedosa medida de
acción política.
El
boicot, una pacífica forma de lucha, totalmente legal y como se demostró en la
India de Gandhi o en la lucha contra el Apartheid surafricano, poderosamente
efectiva.
Sin
embargo, me resulta curioso observar cómo las izquierdas ni por asomo han
considerado esta medida de presión, ante la fiebre neoliberal que nos asola.
Sabemos que el núcleo duro de los países que abrazan la dichosa “austeridad”
como forma de relación con el sur de Europa son: Austria, Finlandia y Holanda
con Alemania al frente, como reina y capitana absoluta.
Porque
es así amigos, nuestra antigua amiga teutona es ahora la del pacto
socialista-conservador (SPD-CDU), una auténtica forofa de la austeridad hacia nosotros
los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y Spain); de hecho, tres de cada cuatro
miembros del Bundestag (el 80% de sus parlamentarios) nos quieren “austeros” y
lejanos. Nuestra vieja amiga germana representa en la actualidad ese norte que
nos ahoga económica y socialmente. A nosotros, pobres dependientes sureños que
“reconvertimos” hace tiempo nuestra producción
industrial, agraria y pesquera por amor a la UE.
Este
núcleo duro europeo, esta Alemania family que interviene nuestras “inocentes” democracias
meridionales, nos condena a la hostelería precaria (con suerte) y humilla
despiadadamente a pueblos imprescindibles como el griego.
Resulta,
cuando menos, chocante que la segunda balanza comercial más deficitaria que
padece el estado español es la que afecta a nuestro comercio con Alemania,
nuestro principal acreedor (-10.051,6 millones de euros en 2014); y esto es
porque le compramos mucho, muchísimo, una barbaridad: Sólo en 2014 nos gastamos
cerca de 36.000 millones de euros en productos alemanes. Imaginaos si a esto
sumamos nuestros depósitos e hipotecas en el Deutsche Bank o en el fresquísimo
banco holandés ING Direct.
Este amor material por nuestros verdugos
evidencia la falta de información de la ciudadanía y a mi entender, la
admiración tradicional de la España diestra por la cosa teutona y el respeto
ancestral de la zurda hispana a la Alemania sesuda, representa hoy en día por
Merkel y su todopoderoso sanedrín.
El
caso es que las izquierdas peninsulares difícilmente llamarán a boicotear la
compra de productos provenientes de Austria, Holanda, Finlandia, Alemania... Me
temo que, incluso después de lo sucedido en Grecia, seguirán basando sus
acciones en timoratas políticas keynesianas recogidas en un programa de
“gobierno desde la oposición”.
La
izquierda no se atreve a contestar de manera contundente al foco neoliberal del
terror impuesto. No esgrime las armas que aún permite a la gente de a pie
combatir todo este despropósito, esta afrenta diaria al sentido del bien común.
Los
neocons vienen pisando fuerte, deshumanizadamente y sin contemplaciones para
con los ciudadanos del sur, que aún creen que eligen a sus gobiernos
soberanamente. Pienso que es hora de apuntar al “nido de las águilas” de la
austeridad y atacar dónde más les duele: sus productos, su cartera.