martes, 21 de abril de 2020

SOMOS PERSONAS, NO FOCOS DE INFECCIÓN


El preámbulo del Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declaró el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19 reza así:

         “Las medidas que se contienen en el presente real decreto son las imprescindibles para hacer frente a la situación, resultan proporcionadas a la extrema gravedad de la misma y no suponen la suspensión de ningún derecho fundamental, tal y como prevé el artículo 55 de la Constitución”.

Nuestros derechos fundamentales no están suspendidos, pero el Gobierno rastrea las redes sociales en busca de quienes expresan “discursos peligrosos”. El problema de este tipo de conceptos, o tal y como se les conoce en Derecho, de conceptos jurídicos indeterminados, es que corresponde a las autoridades de turno determinar qué es un discurso peligroso y la historia demuestra quién sale perdiendo.

Así nos encontramos que desaparecen posts de nuestras redes sociales o se limita la compartición de ciertos mensajes. A sensu contrario la comunidad médica puede hacer, deshacer y decir lo que le parezca, aunque el nivel de evidencia sea cero, incluso, aunque actúen y se expresen en contra de toda la evidencia disponible. Para estas actuaciones no hay límites, no hay fiscalización posible.

No está de más recordar que precisamente estamos confinados porque la medicina alopática no tiene solución hoy por hoy para el coronavirus, y los tratamientos que aplica no tienen evidencia, son experimentales.

Nuestros derechos fundamentales no están suspendidos, pero en España los derechos de reunión, asociación y manifestación son en la práctica, impracticables (mientras tanto siguen manifestándose en Francia, Alemania y Polonia).

Asimismo, aquellas personas que salgan a la calle con el motivo que sea, se enfrentan no sólo a potenciales abusos policiales (y aquellas personas que las presencien y denuncien, a las correspondientes multas gracias a la Ley Mordaza), sino también a una gestapo vecinal en busca de cualquiera que ose cuestionar su confinamiento, no sólo físico, también mental.

Gracias a la militarización y el belicismo promovidos desde los discursos tanto verbales como simbólicos explícitos (esas ruedas de prensa de terror con mandos del ejército al frente), hemos entrado en esta lógica del todos, de la unidad, del enemigo común invisible, etcétera que no puede traer nada bueno
.
          Dice la Constitución española que:

Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. (Capítulo II, Derechos y Libertades, Artículo14).

Nuestros derechos fundamentales no están suspendidos, pero a pesar del principio de no discriminación, en España la infancia se encuentra triplemente discriminada: En relación con el resto de personas adultas de la sociedad, es la única que no goza de ninguna excepción para pisar la calle. En relación con las mascotas, cuyas necesidades sí se han atendido. En relación con el contexto europeo, porque la infancia española es la única que no sale a la calle.

Nuestros derechos fundamentales no están suspendidos, pero en la actualidad en España un gobierno que se dice progresista y de izquierdas importa, de todos los modelos de gestión de la crisis sanitaria posibles, el modelo Chino: un modelo dictatorial.

Por su parte, la ciencia, en un mundo en el que se ha recortado en sanidad (de esto hablaremos en otro momento) pero también en humanidades, anda desbocada, con los máximos representantes en epidemiología promoviendo políticas de control total de la población.

Así, se propone la evolución hacia el supremacismo serológico, un mundo en el que la población se divide entre infectados y no infectados, entre personas y vectores. Las primeras tienen pleno acceso a la ciudadanía, las segundas no.

Es más, este estado serológico será absolutamente público, para satisfacción de la gestapo vecinal. Repartiran carnets, pondrán pulseras, nos obligarán a descargarnos una aplicación del móvil, nos geolocalizarán con fines policiales (por supuesto que de forma individual y no anónima), nos revisarán los discursos en las redes sociales.

Vivimos en una sociedad donde no se identifica a violadores condenados, a pederastas, donde los maltratadores tienen presunción de inocencia. Pero en cuanto al estado serológico dicha presunción de inocencia no se aplica, todos somos sospechosos, todos somos vectores, todos somos potencialmente infecciosos, hasta que no se demuestre lo contrario.

Hemos pasado de tener que clicar veinte veces un consentimiento a cookies para leer una noticia en una web, al chantaje de no poder salir a la calle ni abrazar a nuestros seres queridos si no cedemos nuestros datos especialmente protegidos, como son los de la salud.

Los datos de la salud son especialmente protegidos no por capricho, sino precisamente porque la salud es un bien precioso y que además, nos hace vulnerables y diana de potenciales vulneraciones.

Se ha promulgado el Estado de alarma con el objetivo de proteger la salud frente a una crisis sanitaria. Nos dicen que no salgamos a la calle para proteger a la población de riesgo, principalmente personas ancianas y personas inmunodeprimidas.

¿Les preocupaba la salud de la población anciana cuando la hemos hacinado en residencias, con ratios imposibles, atiborrándolas con medicamentos cuyo efecto secundario precisamente es agravar las neumonías? ¿Es salud permitir que mueran solas y que una vez fallecidas sus cadáveres tarden días en ser retirados? Como sociedad y con las políticas gubernamentales hemos creado las condiciones perfectas para que la población anciana sea extremadamente vulnerable.

En cuanto a las personas inmunodeprimidas, ¿cómo ayuda a su salud acudir a la farmacia y encontrarse con que la medicación que necesitan para vivir o para hacerlo con un mínimo de bienestar no está disponible de un día para otro y sin aviso? No lo está porque ha sido destinada a fines experimentales para buscar una cura para el coronavirus. ¿Pero qué pasa con estas personas entonces
?
¿Les preocupaba nuestra salud esta última década de recortes a la sanidad pública y promoción de la privatización? ¿Les preocupa nuestra salud cuando exponen a profesionales de la salud a infecciones sin equipos de protección individual adecuados y obligándoles a reincorporarse sin llevar a cabo el aislamiento necesario después de mostrar síntomas? ¿Les preocupa nuestra salud cuando condenan a las mismas personas profesionales de la salud a contratos laborales precarios?.

Dicen que estamos confinados para proteger nuestra salud, pero se permite que un gran número de la población esté confinada en condiciones que son una amenaza directa para su salud. Pisos pequeños, insalubres, sin luz natural. La salud mental se ve afectada y también las funciones corporales. Lo que el virus no arrase, ya lo rematarán el sedentarismo y los trastornos mentales derivados del Coronavirus.

No puedes ir a pasear al bosque, ni tan solo en entornos rurales, pero puedes acudir a tu estanco más cercano a comprar tabaco (factor de riesgo importante para el coronavirus). Puedes ir a comprar licor. No puedes abrazar a tu abuela, tampoco despedirla en su entierro, pero sí meterte en un metro lleno de gente para ir a trabajar en condiciones no aptas desde el punto de vista de la salud y los riesgos laborales.

También es importante recordar que para muchas personas sus casas no son un espacio seguro, sino un espacio de violencia, ya sea psicológica, física e inclusive sexual. El confinamiento no hace más que agravar la situación.

La medicina alopática occidental se corresponde a un modo muy concreto de entender la salud y a lo largo de la historia se ha aliado siempre con los poderes fácticos y ha promovido y apoyado las más tremendas violencias contra las personas. (Os recomiendo encarecidamente leer a Barbara Ehrenreich y Deirdre English en "Por tu propio bien", edita Capitan Swing en España).

Podría poner numerosos ejemplos, pero los más sobradamente conocidos son los hechos acaecidos durante la segunda guerra mundial, en la que la medicina y la ciencia colaboraron en las teorías sobre la superioridad de la raza blanca, promoviendo el genocidio. Explica Hannah Arendt cómo los médicos miraban por “curiosidad científica” a través de agujeros dentro de la cámara de gas para ver cómo los “sujetos” morían, así como experimentaban con personas.

En otros momentos la ciencia también ha promovido que las mujeres son inferiores a los hombres, la infancia a la edad adulta, ha promovido que las personas discapacitadas debían ser esterilizadas (eugenesia), ha infectado a propósito a personas negras de sífilis para experimentar con ellas, ha experimentado en esclavas durante operaciones en vivo, y así hasta la saciedad en una lista de abominaciones médicas contra la dignidad humana para la que no tendría espacio en esta página.

P
        Por cierto, esto no es cosa del pasado. No en vano hace unos días hubo un gran escándalo cuando médicos franceses comentaban con normalidad cómo la vacuna del coronavirus iba a ensayarse en personas africanas. O la famosa píldora anticonceptiva hormonal que fue experimentada en mujeres pobres puertorriqueñas.

Es por este motivo que se promulgó la normativa que establece que las personas y su dignidad siempre es superior a los intereses de la ciencia y de la medicina, así como que cada persona tiene derecho a su propia forma de entender la salud y a rechazar cualquier intervención médica que considere. Precisamente para evitar abusos y para que la medicina se expanda desde el convencer a las personas y no desde la represión y la imposición a cualquiera que piense diferente.

Dice el Convenio de Oviedo (1997) que:

El interés y el bienestar del ser humano deberán prevalecer sobre el interés exclusivo de la sociedad o de la ciencia (Artículo 2. Primacía del ser humano).

Salud no es únicamente dividir el mundo entre personas infectadas y no infectadas, salud es una vida digna de ser vivida lo cual necesariamente incluye poder ejercer nuestros derechos y poder relacionarnos con el resto de personas, tejiendo redes de afectos y de cuidados.

Yo personalmente hubiera querido que se decretara un estado de alarma de cuidados, en el que la prioridad fuera que puedas ir a abrazarte con tus seres queridos antes que volver a la oficina, donde la urgencia estuviera en ver cuándo y cómo organizarnos para que la infancia salga a la calle y cómo hacer que nadie se muera en soledad en una uci, antes que pasar el recibo de la cuota íntegra a las personas autónomas.

Considero que es un error y un riesgo para la salud y para la ciudadanía que un Comité de Expertos esté unicamente integrado por burócratas, médicos y militares. Tiene que incluir necesariamente personas expertas en filosofía, bioética, psicología, educación social, y por supuesto cuidadoras y madres.

         Como consolación, recordar que sí hay un derecho que mantenemos operativo y es el de salir a aplaudir al balcón. Pero cuidado, no ejercerlo acarrea sospechas de alta traición.

Por último recordar:

Somos personas, no focos de infección.

Somos personas, no vectores.

Somos personas, no estados serológicos.

Somos personas, no analíticas.

No a la serofobia. No al supremacismo serológico.