El
preámbulo del Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declaró el
estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada
por el COVID-19 reza así:
“Las
medidas que se contienen en el presente real decreto son las imprescindibles
para hacer frente a la situación, resultan proporcionadas a la extrema gravedad
de la misma y no suponen la suspensión de ningún derecho fundamental, tal y
como prevé el artículo 55 de la Constitución”.
Nuestros
derechos fundamentales no están suspendidos, pero el Gobierno rastrea las redes
sociales en busca de quienes expresan “discursos peligrosos”. El problema de
este tipo de conceptos, o tal y como se les conoce en Derecho, de conceptos jurídicos
indeterminados, es que corresponde a las autoridades de turno determinar qué es
un discurso peligroso y la historia demuestra quién sale perdiendo.
Así
nos encontramos que desaparecen posts de nuestras redes sociales o se limita la
compartición de ciertos mensajes. A sensu contrario la comunidad médica puede
hacer, deshacer y decir lo que le parezca, aunque el nivel de evidencia sea
cero, incluso, aunque actúen y se expresen en contra de toda la evidencia
disponible. Para estas actuaciones no hay límites, no hay fiscalización
posible.
No
está de más recordar que precisamente estamos confinados porque la medicina
alopática no tiene solución hoy por hoy para el coronavirus, y los tratamientos
que aplica no tienen evidencia, son experimentales.
Nuestros
derechos fundamentales no están suspendidos, pero en España los derechos de
reunión, asociación y manifestación son en la práctica, impracticables
(mientras tanto siguen manifestándose en Francia, Alemania y Polonia).
Asimismo,
aquellas personas que salgan a la calle con el motivo que sea, se enfrentan no
sólo a potenciales abusos policiales (y aquellas personas que las presencien y
denuncien, a las correspondientes multas gracias a la Ley Mordaza), sino
también a una gestapo vecinal en busca de cualquiera que ose cuestionar su
confinamiento, no sólo físico, también mental.
Gracias
a la militarización y el belicismo promovidos desde los discursos tanto
verbales como simbólicos explícitos (esas ruedas de prensa de terror con mandos
del ejército al frente), hemos entrado en esta lógica del todos, de la unidad,
del enemigo común invisible, etcétera que no puede traer nada bueno
.
Dice la Constitución
española que:
Los
españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación
alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra
condición o circunstancia personal o social. (Capítulo II, Derechos y
Libertades, Artículo14).
Nuestros
derechos fundamentales no están suspendidos, pero a pesar del principio de no
discriminación, en España la infancia se encuentra triplemente discriminada: En
relación con el resto de personas adultas de la sociedad, es la única que no
goza de ninguna excepción para pisar la calle. En relación con las mascotas,
cuyas necesidades sí se han atendido. En relación con el contexto europeo,
porque la infancia española es la única que no sale a la calle.
Nuestros
derechos fundamentales no están suspendidos, pero en la actualidad en España un
gobierno que se dice progresista y de izquierdas importa, de todos los modelos
de gestión de la crisis sanitaria posibles, el modelo Chino: un modelo
dictatorial.
Por
su parte, la ciencia, en un mundo en el que se ha recortado en sanidad (de esto
hablaremos en otro momento) pero también en humanidades, anda desbocada, con
los máximos representantes en epidemiología promoviendo políticas de control
total de la población.
Es
más, este estado serológico será absolutamente público, para satisfacción de la
gestapo vecinal. Repartiran carnets, pondrán pulseras, nos obligarán a
descargarnos una aplicación del móvil, nos geolocalizarán con fines policiales
(por supuesto que de forma individual y no anónima), nos revisarán los
discursos en las redes sociales.
Vivimos
en una sociedad donde no se identifica a violadores condenados, a pederastas,
donde los maltratadores tienen presunción de inocencia. Pero en cuanto al
estado serológico dicha presunción de inocencia no se aplica, todos somos
sospechosos, todos somos vectores, todos somos potencialmente infecciosos,
hasta que no se demuestre lo contrario.
Hemos
pasado de tener que clicar veinte veces un consentimiento a cookies para leer
una noticia en una web, al chantaje de no poder salir a la calle ni abrazar a
nuestros seres queridos si no cedemos nuestros datos especialmente protegidos,
como son los de la salud.
Los
datos de la salud son especialmente protegidos no por capricho, sino
precisamente porque la salud es un bien precioso y que además, nos hace
vulnerables y diana de potenciales vulneraciones.
Se
ha promulgado el Estado de alarma con el objetivo de proteger la salud frente a
una crisis sanitaria. Nos dicen que no salgamos a la calle para proteger a la
población de riesgo, principalmente personas ancianas y personas inmunodeprimidas.
¿Les
preocupaba la salud de la población anciana cuando la hemos hacinado en
residencias, con ratios imposibles, atiborrándolas
con medicamentos cuyo efecto secundario precisamente es agravar las neumonías?
¿Es salud permitir que mueran solas y que una vez fallecidas sus cadáveres
tarden días en ser retirados? Como sociedad y con las políticas gubernamentales
hemos creado las condiciones perfectas para que la población anciana sea
extremadamente vulnerable.
En
cuanto a las personas inmunodeprimidas, ¿cómo ayuda a su salud acudir a la
farmacia y encontrarse con que la medicación que necesitan para vivir o para
hacerlo con un mínimo de bienestar no está disponible de un día para otro y sin
aviso? No lo está porque ha sido destinada a fines experimentales para buscar
una cura para el coronavirus. ¿Pero qué pasa con estas personas entonces
?
¿Les
preocupaba nuestra salud esta última década de recortes a la sanidad pública y
promoción de la privatización? ¿Les preocupa nuestra salud cuando exponen a
profesionales de la salud a infecciones sin equipos de protección individual
adecuados y obligándoles a reincorporarse sin llevar a cabo el aislamiento
necesario después de mostrar síntomas? ¿Les preocupa nuestra salud cuando condenan
a las mismas personas profesionales de la salud a contratos laborales
precarios?.
Dicen
que estamos confinados para proteger nuestra salud, pero se permite que un gran
número de la población esté confinada en condiciones que son una amenaza
directa para su salud. Pisos pequeños, insalubres, sin luz natural. La salud
mental se ve afectada y también las funciones corporales. Lo que el virus no
arrase, ya lo rematarán el sedentarismo y los trastornos mentales derivados del
Coronavirus.
No
puedes ir a pasear al bosque, ni tan solo en entornos rurales, pero puedes
acudir a tu estanco más cercano a comprar tabaco (factor de riesgo importante
para el coronavirus). Puedes ir a comprar licor. No puedes abrazar a tu abuela,
tampoco despedirla en su entierro, pero sí meterte en un metro lleno de gente
para ir a trabajar en condiciones no aptas desde el punto de vista de la salud
y los riesgos laborales.
También
es importante recordar que para muchas personas sus casas no son un espacio
seguro, sino un espacio de violencia, ya sea psicológica, física e inclusive
sexual. El confinamiento no hace más que agravar la situación.
La
medicina alopática occidental se corresponde a un modo muy concreto de entender
la salud y a lo largo de la historia se ha aliado siempre con los poderes
fácticos y ha promovido y apoyado las más tremendas violencias contra las
personas. (Os recomiendo encarecidamente leer a Barbara Ehrenreich y Deirdre
English en "Por tu propio bien", edita Capitan Swing en España).
Podría
poner numerosos ejemplos, pero los más sobradamente conocidos son los hechos
acaecidos durante la segunda guerra mundial, en la que la medicina y la ciencia
colaboraron en las teorías sobre la superioridad de la raza blanca, promoviendo
el genocidio. Explica Hannah Arendt cómo los médicos miraban por “curiosidad
científica” a través de agujeros dentro de la cámara de gas para ver cómo los
“sujetos” morían, así como experimentaban con personas.
En
otros momentos la ciencia también ha promovido que las mujeres son inferiores a
los hombres, la infancia a la edad adulta, ha promovido que las personas
discapacitadas debían ser esterilizadas (eugenesia), ha infectado a propósito a
personas negras de sífilis para experimentar con ellas, ha experimentado en
esclavas durante operaciones en vivo, y así hasta la saciedad en una lista de
abominaciones médicas contra la dignidad humana para la que no tendría espacio
en esta página.
P
Por cierto, esto no es cosa del pasado. No en vano hace unos días hubo un gran escándalo cuando médicos franceses comentaban con normalidad cómo la vacuna del coronavirus iba a ensayarse en personas africanas. O la famosa píldora anticonceptiva hormonal que fue experimentada en mujeres pobres puertorriqueñas.
Por cierto, esto no es cosa del pasado. No en vano hace unos días hubo un gran escándalo cuando médicos franceses comentaban con normalidad cómo la vacuna del coronavirus iba a ensayarse en personas africanas. O la famosa píldora anticonceptiva hormonal que fue experimentada en mujeres pobres puertorriqueñas.
Es
por este motivo que se promulgó la normativa que establece que las personas y
su dignidad siempre es superior a los intereses de la ciencia y de la medicina,
así como que cada persona tiene derecho a su propia forma de entender la salud
y a rechazar cualquier intervención médica que considere. Precisamente para
evitar abusos y para que la medicina se expanda desde el convencer a las
personas y no desde la represión y la imposición a cualquiera que piense
diferente.
Dice
el Convenio de Oviedo (1997) que:
El
interés y el bienestar del ser humano deberán prevalecer sobre el interés
exclusivo de la sociedad o de la ciencia (Artículo 2. Primacía del ser humano).
Salud
no es únicamente dividir el mundo entre personas infectadas y no infectadas,
salud es una vida digna de ser vivida lo cual necesariamente incluye poder
ejercer nuestros derechos y poder relacionarnos con el resto de personas,
tejiendo redes de afectos y de cuidados.
Yo
personalmente hubiera querido que se decretara un estado de alarma de cuidados,
en el que la prioridad fuera que puedas ir a abrazarte con tus seres queridos
antes que volver a la oficina, donde la urgencia estuviera en ver cuándo y cómo
organizarnos para que la infancia salga a la calle y cómo hacer que nadie se
muera en soledad en una uci, antes que pasar el recibo de la cuota íntegra a
las personas autónomas.
Considero
que es un error y un riesgo para la salud y para la ciudadanía que un Comité de
Expertos esté unicamente integrado por burócratas, médicos y militares. Tiene
que incluir necesariamente personas expertas en filosofía, bioética,
psicología, educación social, y por supuesto cuidadoras y madres.
Como consolación,
recordar que sí hay un derecho que mantenemos operativo y es el de salir a
aplaudir al balcón. Pero cuidado, no ejercerlo acarrea sospechas de alta traición.
Por
último recordar:
Somos
personas, no focos de infección.
Somos
personas, no vectores.
Somos
personas, no estados serológicos.
Somos
personas, no analíticas.
No
a la serofobia. No al supremacismo serológico.