En
los últimos días han corrido ríos de tinta entre los que intentaban entender
las negociaciones y predecir sus resultados. Como muchas veces, acabamos de
comprobar que en política los pronósticos rara vez se cumplen, y a falta de lo
que pueda pasar en los próximos días, queda claro que la mayor parte de los
análisis sobreestimaron a Sánchez.
Sobreestimaron
su valentía para enfrentarse a los barones socialistas, su valentía para
escuchar a las bases y su valentía para negociar con Podemos. Lo sobreestimamos
también en la calle, todos los que pensábamos que esa valentía se explicaba por
saber que estaba del lado de la justicia, y que aunque era evidente que se
estaba jugando su futuro en el partido, estaba apostando por la dignidad de la
izquierda.
Queríamos pensar que las negociaciones con Ciudadanos no eran más
que una distracción para sus barones, un ganar tiempo para forjar un verdadero
pacto de gobierno de izquierdas. Sin embargo, la letra del acuerdo firmado con
Ciudadanos, parece echar por tierra estas suposiciones.
Las
formas en política son fondo, por lo tanto, es inaceptable que Sánchez quiera
vender esto como un pacto de izquierdas. Sería inaceptable en cualquier
momento, pero menos ahora, donde la maldita-bendita hemeroteca nos recuerda que
hace apenas dos meses era él mismo quien acuñaba a Ciudadanos como las
derechas.
Pero
si vamos al fondo, es aún menos justificable. Obviamente pactar es ceder, pero
no es menos cierto que el pacto no puede ser un fin en sí mismo y que no puede
pasar por encima de unas mínimas líneas programáticas y unos valores éticos y
políticos.
La
propia ordenación del texto da buena medida de sus preferencias, así, empresas
y autónomos ocupan el primer lugar, cuestión de prioridades, debe ser, cuando
dejan para el cuarto capítulo la emergencia social.
Bajando
a las medidas concretas la incredulidad aumenta. Especialmente en lo referido a
dos temas fundamentales del acuerdo: la reforma laboral, que ya no se
eliminará, y la atención a la situación de emergencia social.
En
lo que respecta a la reforma laboral, pese a que en la rueda de prensa
inmediatamente posterior a la firma del acuerdo, Sánchez se apuró en decir que
se iba a eliminar, en el texto no se explicita en ningún caso. En su lugar, sí
que se hace evidente la adaptación de la propuesta de corte neoliberal del
contrato único, convertido ahora en contrato estable y progresivo para la
cobertura de puestos de trabajo de duración determinada, un eufemismo delicioso
con el que se abre la puerta al contrato único.
Tal
y como dice el propio texto, el despido de este contrato tendrá un coste de 12
días el primer año, que se transforman en 16 días el segundo, una cifra
ligeramente inferior a los 20 que en la actualidad contempla el despido
objetivo. Un modelo contractual que el PSOE nunca había contemplado y que sólo
puede verse como un gran triunfo de las políticas neoliberales ansiadas por los
mercados. Una medida que, en definitiva, no hace sino profundizar en la
disminución de las garantías por despido establecidas en la actualidad que nos
alejan, cada vez más, de los derechos que los trabajadores teníamos en España
antes de la crisis.
Por
el lado de las medidas sociales, más sorpresas, de manera que nos encontramos
con que la cantidad que el PSOE pretendía destinar a una renta mínima vital,
ahora tendrá que repartirse entre este concepto y el complemento salarial
garantizado, otra de las medidas estrella de Ciudadanos y verdadera piedra de
toque del ideario neoliberal.
Además
de no saber el recorte que se asume para la renta mínima vital, meter ambos
conceptos en el mismo apartado supone una especie de engaño a toda la
ciudadanía. En ningún caso ambas medidas pueden considerarse equivalentes, sino
que encarnan dos formas contrapuestas de entender la atención social: derechos y
justicia vs beneficencia.
El
complemento salarial garantizado, fuertemente criticado incluso por el PSOE en
campaña, supone, de facto, cargar sobre el Estado un deber que corresponde al
lado de los empresarios, el de pagar unos salarios dignos. La dignidad de los
salarios es un derecho de los trabajadores que se debe garantizar a través del
salario mínimo y no como un subsidio estatal, lo que sólo es un parche de
consecuencias negativas indeseables, además del perjuicio que supone para los
cálculos de la prestación por desempleo, jubilación, etc.
Pero
no sólo se trata de su propia definición conceptual, la realidad de los países
en los que funciona demuestra que esta medida, si no va vinculada a una subida
real del salario mínimo como proponía Podemos, ni tiene efectos redistributivos
ni de lucha contra la pobreza. Ni los tuvo en el siglo XIX en Inglaterra,
cuando apareció esta propuesta por vez primera, ni en la actualidad de los
Estados Unidos. Los datos de que disponemos, por el contrario, apuntan a una devaluación
salarial continua, toda vez que se subvencionan y perpetúan, con dinero de
todos, los empleos de bajos salarios.
De
derogación de la Ley Mordaza o del artículo 135 ni rastro. Tampoco una
verdadera reforma electoral, apenas un par de líneas generales y un ya lo
estudiaremos.
Como
descafeinada queda también la propuesta en materia de igualdad de permisos de
maternidad y paternidad iguales e intransferibles o la prohibición de las
puertas giratorias.
Sin
embargo, la unidad de España y la oposición al referéndum catalán, bien alto y
claro, un auténtico escudo del Partido Socialista contra Podemos pero que no
oculta que eran otros los temas que le hicieron preferir un pacto con la
derecha. La economía, siempre la economía.
Es
cierto que Sánchez se encontraba en una situación difícil y que el pacto con
Podemos incluía un peligro cierto para el futuro del PSOE toda vez que ambos
compiten por el mismo electorado. Que estuviera buscando un pacto con Rivera
era comprensible, por lo tanto, como una forma de contrapeso a las aspiraciones
del partido morado. Intentar vender como de izquierdas un pacto con quien él
mismo acuñó como las derechas es, simplemente, una tomadura de pelo.
Intentar
cargar sobre los hombros de Podemos tener que ir a unas nuevas elecciones
parece menospreciar la inteligencia del electorado. Del mismo modo, la ambigua
redacción de la pregunta que el PSOE ha hecho a su militancia para que apoyen
sus acuerdos, sin concretar el que ni los quien, resulta una burda jugada de
trileros.