Un
rayo luminoso y radiante rompió el horizonte y deslumbró a un compungido y
derrotado trabajador
-¡Usted es un gandul!
¡A trabajar, desgraciado!, retumbó la poderosa y omnipotente voz del E.V.I.
(Equipo de Valoración de Invalidez).
Aquel
pobre infeliz clavó sus mustios ojos en el suelo recién lavado del despacho del
todopoderoso. Permaneció tímido primero, después derrotado. Aguantó el llanto,
era un macho. Macho y desde pequeñito, en verano y en invierno al puto tajo,
con frío o calor; cargar, cargar, acarrear como un jodido burro. Se había
ganado su puñetera vida, nunca mejor dicho, con el sudor de su alma y ahora, al
paro, cuando llegaban los cincuenta largos años que pesaban toneladas.
-Es que eres un
flojucho -le dijeron entre risotadas en la barra del bar:
-¿Para qué coño
quiere un empresario a un obrero analfabeto y averiado como tu?, continuó el
cachondeito cabrón.
Tomó
el último sorbo del carajillo y con el insignificante resuello que le quedaba
de su asmático pecho, protestó:
-Pa mi esas risitas
ni puñetera gracia me “jacen”, que con la enfermedad del prójimo no se juega
caballeros.
Pero
qué cojones le quedaba, había transcurrido un año de baja y le citaron por
correo certificado, con todo tipo de advertencias, como si fuera un peligroso
delincuente. Llegó derrotado, se plantó tímido ante el Equipo de Valoración de
Invalidez (EVI) y ni le dejaron sentar.
Comprendió
que la gente educada, entre la que creía estar, lo consideraban un mierdecilla
sudado, un paria de la tierra. Ya el abogado en el sindicato le dijo que
llevara todos los certificados médicos, las radiografías y resonancias que
demostraban que su espalda, extremidades superiores e inferiores eran pura
fosfatina, puritita mierda y sus pulmones hechos pulpa.
Sorpresa:
Pepe el peón no halló Equipo alguno, sólo una escuálida mujercilla de cara
ruin, que decía ser doctora. Parecía más un guardia civil de esos de Franco, -
de aquellos que por menos de nada te aflojaba un bofetón en comisaría, con
aquella frasecita: “¡Usted se calla bobomierda! Y habla cuando le autoricen,
maleducado,” - que una servidora pagada con el dinero que a él le llevan
descontando desde que tiene uso de razón; desde que, con apenas doce años, le
sacaran de la escuela para que acompañara a su viejo a trabajar en la
construcción.
Repuesto
del susto y al ver que no le miraban, ni le preguntaban, ni le tomaban sus
certificados, radiografías, resonancias, ingenuo preguntó:
-Señorita ¿Dónde está
el Equipo “paer” que vine “paque” me vieran?
Y,
con toda la mala leche del mundo bramó Dios:
-Yo soy el Equipo, el
EVI, tres en uno, como el desatascador, un médico, un inspector de trabajo y un
psicólogo en uno, y deje de darme la lata con esos papeles, que ya he decidido
sobre su futuro. Pero hombre quite esas resonancias y esas radiografías de mi
mesa que yo lo sé todo sobre usted. Que nosotros conocemos lo que pretenden los
que como usted quieren vivir de la caja común. Un informe completo obra en mi
ordenador. Esté tranquilo que enseguida le arreglamos el pelo.
-Pero Señorita si
este “certificao” del traumatólogo es nuevo, me lo dieron ayer y yo soy peón de
la construcción.
-Deje de molestar,
salga ¡jolín! que tengo mucho trabajo. Ya le comunicará el Equipo su
resolución, pero me temo –dijo por lo bajini con ironía- que el tajo le espera,
que todavía sólo ha cotizado treinta y seis años y le restan seis para su
jubilación que la caja común no se ha hecho para gandules.
-Pero Señora Equipo;
si es que no me puedo ni poner los zapatos y “la mujé” me tiene que asear todos
las mañanitas.
-No me de la lata.
¿Se va –reprimió palabras gruesas- o llamo al segurata? Todavía le quedan
muchos sacos de cemento, muchos baldes de mezcla, muchas escaleras retorcidas
que subir cargado como una bestia. Para que esta sociedad funcione tenemos que
evitar a los gandules.
Y
bajó Dios a la tierra y aquel desgraciado a mamarla, que a su mismísimo hijo,
al mismo hijo de Dios, a Jesucristo lo jodieron a gusto por pedir justicia y lo
crucificaron por mucho menos que a Pepe el peón.