Hay
dos maneras de verlo. O como el suicidio del PSOE, convertido en un partido de
barones corruptos, veleidosos, venales, generales mexicanos de la revolución de
Pancho Villa pero con el riñón cubierto. O reducirlo a lo que un antiguo líder
del partido, hoy marginado voluntario, Josep Borrell, llama el golpe de Estado
planificado por unos sargentos chusqueros.
En
una decisión de consecuencias trascendentales, la cúpula del viejo PSOE, ajado
y desconectado de cualquier posibilidad de cambio, ha apostado por Rajoy y el
partido más corrupto que conoció España en su historia.
Lerroux,
político chanchullero y símbolo de la maniobra y el chalaneo, cuyo Gobierno
cayó durante la II República por una chorrada de maquinita de juego conocida
como straperlo, era un caballero con botines al lado de estos saqueadores del
Estado.
Da
lo mismo. El pacto de golfos en el que ha ido deviniendo la Santísima
Transición está llegando a sus estertores, pero les importa un carajo; aún
creen que queda fondo para tirar unos años, siempre y cuando la sociedad y la
complicidad de los medios de comunicación no dejen de ayudarles y protegerles.
Instalarse en la oposición, después de haber acumulado un suculento patrimonio
y haber traspasado todas las puertas giratorias, no es mal sitio. Da seguridad.
El
soldado Sánchez, otro recluta, les ha puesto frente a las cuerdas, lo cual dice
mucho del talento de sus adversarios... La oficialidad más rimbombante, con el
asesor financiero Felipe González a la cabeza, ha decidido que no se puede ir
tan lejos. ¡Descabalgar a Mariano Rajoy! ¿Acaso están locos estos novatos?
Pocos
gestos políticos como el de Felipe González y sus barones echan tanta luz sobre
la impostura de estos trepadores que engañaron a sus votantes durante tantos
años que hasta ni la fe -y este es un país con mucha fe y demasiados creyentes-
ha podido resistir la engañifa.
El
portavoz de los lectores conservadores que siempre fue el ABC ha sido
desbancado por el grupo Prisa, que, como decía Borrell, que lo sufrió en sus
carnes, es quien decide quién debe ser el secretario general del PSOE.
De
momento, la que más garantías les da es Susana Díaz, porque tiene muy claro
cuál es el enemigo a abatir. Y ese no es otro que Podemos. No hay que echarles
de las instituciones, pero sí colocarles en el lugar sin peligro que les
corresponde, por más que un par de comunidades socialistas se mantengan a su
costa.
No
se dejen engañar por los argumentos de estos cabos furrieles con patrimonio de
caudillos, no están discutiendo sobre si España se rompe o si hay referéndum.
Aquí la cuestión se reduce a algo muy simple: no se puede romper con Mariano
Rajoy y el PP porque eso en las actuales circunstancias sería un terremoto
¡para ellos! Y esa opción pasa por no aceptar el apoyo de Podemos y, por tanto,
el comienzo del desmoronamiento definitivo.
Fuera
de los jóvenes contratados para hacer de fondo en los mítines del PSOE, ¿quién
carajo menor de 30 años y que no es funcionario, o familiar bien avenido,
votaría por el PSOE? Como le ocurre al PP, son partidos de geriátrico; cada vez
reducen sus votos, pero como en cada elección se vota menos, nos hacen creer
que siguen siendo la representación de la ciudadanía.
Están
defendiendo sus privilegios como la nobleza antigua, y serían capaces de todo
con tal de que las alfombras no fueran levantadas. ¡Vaya espectáculo, que por
razones obvias no estará en condiciones de hacer el PP, que le basta y le sobra
con lo suyo!
Ya
hubo en los años veinte y treinta del pasado siglo peleas, incluso sangrientas,
en el seno del PSOE, capitaneadas por Indalecio Prieto, Largo Caballero y el
sinuoso conspirador Julián Besteiro, por citar a los más notorios. Pero aquello
era un partido de la clase obrera, que metía la pata, y mucho, pero no la mano.
Pero
estos son como los vendedores de El Corte Inglés que ofrecen un producto y si
no le gusta, le enseñan otro. De momento no ofertan más que una crisis, sin
otro sentido político que “virgencita, que sigamos como estamos” o iremos de
cabeza al “aventurerismo”. Un partido moribundo donde se asienta gente muy
viva.