“El
odio, la frustración y el miedo son instrumentalizados demagógicamente por
partidos que carecen de programa electoral (el de Vox en Andalucía solo tenía
seis páginas) y que apelan al electorado para que vote y se movilice frente a
esto o contra aquello. Lo preocupante es que el discurso de la extrema derecha
no solo lo han apoyado en las urnas los “convencidos” de antemano, sino que
también ha logrado captar el voto de una significativa y heterogénea masa
crítica andaluza, lo que arroja indicios de que el llamado neofranquismo
sociológico podría convertirse en una importante fuerza electoral ”
(Antoni
Aguiló)
Las
cuatrocientas mil personas que votaron a Vox en las pasadas elecciones
andaluzas no fueron las únicas ni las últimas. Desgraciadamente, “ese partido
con nombre en latín” (en expresión de Isidoro Moreno) ha conseguido más escaños
en más parlamentos. Pero ellos no representan la “España Viva” como dicen en
sus mítines, sino la “España de pandereta”, esa misma que tanto se esforzó el
dictador Franco en mantener, esa misma que representa lo peor de nuestros
pueblos, esa misma que ha exportado al mundo el ridículo más espantoso.
Vox
representa el nacionalismo españolista más intransigente, el racismo más atroz,
la confesionalidad católica del Estado, los ataques más furibundos a la
izquierda transformadora, el rechazo frontal al mundo LGTBI, la cultura del
capitalismo bancario y de las grandes empresas, la adoración al patriarcado y
sus formas más violentas, la destrucción de la Memoria Histórica y Democrática
de nuestros pueblos, así como su derecho a la autodeterminación. Vox es de
nuevo el “ordeno y mando”, el retroceso cultural, el anacronismo de la
Monarquía, la onmipresencia de la Iglesia.
Julio
Anguita, Héctor Illueca y Manolo Monereo explican la base ideológica de nuestra
extrema derecha, muy diferente a la del resto de Europa: "Instalada en el
autismo intelectual de la Contrarreforma, ha tenido su hábitat político en la
permanente alianza entre el Trono y el Altar. La extrema derecha patria ha
sido, y es, la actualizadora del odio al pensamiento libre que instituyera
Fernando VII. Y si es cierto que en la Europa cincelada por la Ilustración, el
Mein Kampf y sus diversas excrecencias trajeron el holocausto, no es menos
cierto que hoy hacer apología del nazismo o del fascismo está prohibido y
penado. Aquí en la piel de toro, los crímenes de la dictadura franquista gozan
de una desmemoria cultivada e interesada. Por no hablar de los permanentes
falseamientos de los hechos históricos e incluso de la Historia de España en su
conjunto ”.
Mediante
la semilla para todo este caldo de cultivo, hemos llegado a la actualidad,
donde el neofranquismo tiene su vía libre para expresarse, tanto en los medios
de comunicación, como en los mítines electorales, como en la propia calle, a
tenor de las múltiples manifestaciones de exaltación del franquismo y del
fascismo en general que venimos soportando.
¿De
qué nos extrañamos cuando, por ejemplo, sigue siendo legal una Fundación como
la Francisco Franco? ¿Qué vamos a esperar cuando son entrevistados en medios de
comunicación personajes fascistas que blanquean la barbarie que representó la
dictadura? En este país no nos hemos tomado en serio el fascismo desde la
muerte del dictador, y ahora contemplamos con estupor el resurgir de la bestia.
Pero
esta “España de pandereta” viene siendo inducida desde hace tiempo por el resto
de actores sociales: “Nada falta: declaraciones de miembros de la jerarquía
eclesiástica congratulándose de los resultados electorales en Andalucía, medios
de comunicación que desde hace bastante tiempo han transformado los
informativos en partes de guerra de los golpistas de 1936. Y, junto a ello,
sentencias judiciales que rezuman las viejas esencias de la misoginia
franquista” (Illueca, Monereo y Anguita).
Sus
teloneros han sido el PP y más recientemente Ciudadanos, lógicamente con la
indiferencia mostrada por el pueblo ante sus fechorías: hoy día los
ciudadanos/as pueden ser perseguidos por participar en una huelga, por grabar a
un policía, por escribir un chiste, por “ofender a los sentimientos
religiosos”, etc.
Es
la “España de pandereta” que vuelve: los medios actúan adormeciendo las
conciencias, embruteciendo al personal, la incultura supina y la inmadurez
política están en la base, los debates se han convertido en zafios y vulgares,
vivimos en el reino del fútbol (una celebración en Madrid de la final de una
copa extranjera paraliza la ciudad, como vimos más de una vez), de las fiestas
populares aberrantes, de la religiosidad política, y de un nivel de estupidez
generalizado que asusta.
Esta
es la “España de pandereta”, la de la añoranza del viejo Imperio Español, la de
las banderas en los balcones, la de los tweets ofensivos y amenazantes, la de
los mensajes en 140 caracteres, la del cultivo desmedido al móvil, la de la
opinión borreguil en masa, la de los idearios enlatados…Sólo queda que Abascal
proclame en alguno de sus mítines: “¡Muera la inteligencia y Viva la muerte!”,
tal como el General Millán-Astray le gritó a Don Miguel de Unamuno en el
Paraninfo de la Universidad de Salamanca, en octubre de 1936.
Es
la “España de pandereta”, la que exporta lo peor de nosotros, la de la
intolerancia, la del “¡A por ellos!”, la que solicita las murallas altas para
que no entren los extranjeros, la del autoritarismo y el conservadurismo más
rancio y trasnochado. Carlos Olalla lo ha expresado magníficamente en su
artículo: “Vivir en la cultura del tweet, del titular, de la idiocia masificada
y globalizada, permite que los esclavos no quieran rebelarse porque se creen
libres y que los ciudadanos no se atrevan a pensar porque tienen miedo. Son el
miedo y la ignorancia inculcados durante décadas los que han provocado todo
esto”. Esta es la “España de pandereta”, la que parece ser que retorna con Vox
y sus secuaces. Esperemos que nos sea leve y que podamos volver a derrotarla.