Ante la acción deplorable de un joven marroquí residente dicen que de manera ilegal en Algeciras, al atacar el miércoles 25 de enero de 2023, con un gran machete a feligreses catolicorromanos de tres templos, causó la muerte de un sacristán y heridas a cuatro personas, entre ellas el párroco de una de las iglesias, se han sucedido las naturales muestras de condena por parte de catolicorromanos y mahometanos, evitando las alusiones a las cruzadas medievales ordenadas por los papas catolicorromanos contra los seguidores de Mahoma. Fueron una expresión del fanatismo catolicorromano, que al grito de “¡Dios lo quiere!” pretendió exterminar a los considerados infieles adoradores de Alá.
Entre las condenas del triste
suceso destaca la pronunciada por Alberto Núñez Feijóo, presidente del partido
político que dice ser Popular. Intervino en un coloquio celebrado en el
decadente Círculo Ecuestre de Barcelona, en sus horas bajas, ya que ha
sustituido los caballos por saunas y masajes. Entre otras afirmaciones,
recogidas por las agencias de Prensa, dijo:
“Hay personas que
matan en nombre de un dios o de una religión. Sin embargo, nosotros desde hace
muchos siglos, no ve usted a un católico o a un cristiano matar en nombre de su
religión o de sus creencias.”
Repasemos solamente la
actividad del cardenal Isidro Gomá, arzobispo de Toledo y primado de las
Españas, a favor de los militares sublevados, a los que incitaba a exterminar a
los republicanos calificados con epítetos violento. El 30 de enero de 1937
publicó un alegato en favor de la guerra y de quienes la iniciaron. Titulado
“La cuaresma de España. Carta pastoral sobre el sentido cristiano–español de la
guerra”, se encuentra en el órgano de adoctrinamiento político-religioso a su
servicio, el Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Toledo con fecha del 28 de
febrero. El título advierte sobre sus intenciones propagandísticas, al
encontrar en la guerra un “sentido cristiano-español”.
El 3 de febrero fechó el
prólogo escrito para presentar el folleto Le Glorieux Mouvement Rédempteur
d’Espagne appuyé avec enthousiasme par la Hiérarchie Ecclésiastique Espagnole,
recopilación de cartas pastorales de obispos hispanos a favor de la rebelión
militar. Este folleto demostrativo de la beligerancia de la Iglesia
catolicorromana a favor de los militares rebeldes, fue difundido
internacionalmente con enorme profusión, como arma propagandística de los
sublevados. En su escrito Gomá llamó a toda Europa a combatir junto a ellos
contra el comunismo.
Veinte días después el
infatigable cardenal escribió a los obispos, arzobispos y cardenales españoles,
proponiéndoles redactar una carta colectiva dirigida a los catolicorromanos de
todo el mundo, con un apoyo inequívoco a los militares monárquicos rebeldes. La
idea se la había susurrado el cardenal secretario de Estado del supuesto Estado
Vaticano, el filonazi Eugenio Pacelli, que sería el siguiente papa con el
nombre de Pío XII.
Durante la reunión mantenida el
3 de marzo con el exgeneral Franco le reclamó Gomá la derogación urgente de las
“leyes sectarias” de la República, por parecerle escasas las normas dictadas ya
ordenando el restablecimiento de los privilegios eclesiásticos en el territorio
conquistado. Volvieron a entrevistarse el 10 de mayo en Burgos, y de esa
conversación derivó la redacción de un documento muy importante, la conocida
como Carta colectiva del Episcopado español, con la que el catolicismo romano
en España se convirtió en beligerante declarado en la guerra. Ya tenía bien
demostrada su simpatía con los militares sublevados, pero con ese documento se
convirtió en beligerante activo. Por serlo no podía lamentarse de sufrir bajas
entre sus filas de obispos, curas y frailes, como sucede en todas las guerras.
Una nueva demostración de la
actitud del Vaticano ante la guerra librada en España se produjo el 19 de
marzo. Es la fecha de la encíclica papal Divini redemptoris, en la que Pío XI
se refirió a los motivos religiosos que impulsaron a los rebeldes a sublevarse
para combatir al comunismo ateo. Es una invitación a destruir todo cuanto
representaba la República Española, incluidos sus seguidores. Además de
monárquicos los militares eran frailes consagrados.
El 15 de mayo el primado volvió a escribir a sus colegas del Episcopado, para exponerles la conveniencia de redactar esa carta colectiva, preguntándoles su opinión al respecto. El 7 de junio les escribió de nuevo, para contarles que las respuestas habían sido afirmativas, por lo que les enviaba pruebas de imprenta de la declaración conjunta que debían firmar todos en apoyo de la causa rebelde, nueva demostración de beligerancia en la guerra.
Aunque la carta, fechada el 1
de julio de 1937, fue firmada colectivamente, en realidad tuvo un único
redactor en su integridad, el mismo cardenal Gomá, y un único corrector de
estilo, Leopoldo Eijo y Garay, obispo de Madrid, apodado El Obispo Azul después
de la guerra, por el color de la camisa falangista, debido a su identificación
con los vencedores, que le premiaron su fervor fascista con innumerables cargos
políticos bien remunerados.
Esta Carta colectiva del
Episcopado español constituyó un decisivo apoyo a los miliares sublevados.
Impresa en Pamplona por Gráficas Bescansa, en un folleto de 32 páginas, fue
inmediatamente traducida y editada en los idiomas más hablados del planeta, por
lo que alcanzó una tirada que debió ser enorme: solamente en 1937 llegaron a
imprimirse 36 ediciones. Fue el arma propagandística más poderosa a favor de la
rebelión entre los seguidores del catolicismo romano.
Aparece firmada por dos
cardenales, Isidro Gomá y Eustaquio Ilundain; seis arzobispos, treinta y cinco
obispos, y cinco vicarios capitulares. Negaron su firma el cardenal Francesc
Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona, y Mateo Múgica, obispo de
Vitoria–Gasteiz, exiliados en Italia, por no estar conformes con la letra del
escrito ni juzgarlo oportuno. Al parecer no se tuvo en cuenta al también
exiliado cardenal Pedro Segura, por ostentar un cargo en la Curia vaticana y no
estar adscrito a una diócesis española; sin embargo, Múgica había “renunciado”
también a su diócesis obligado por las amenazas de muerte hechas por los
rebeldes.
De modo que la práctica totalidad de la jerarquía catolicorromana aprobó el golpe de Estado militar, con el que se hallaba conforme y en buena parte había estado alentando desde antes incluso de proclamarse la República. Temían el recorte del poder dejado en sus manos por la monarquía, desde luego en materia religiosa, como única confesión permitida, pero también en el dominio de la enseñanza en todos sus grados. La Carta justificaba la rebelión, y animaba a los fieles de su secta en todo el mundo a colaborar con los rebeldes, para destruir a los republicanos. Su redacción es hedionda. Se empieza por justificar la guerra cuando es
“el remedio
heroico, único, para centrar las cosas en el quicio de la justicia y volverlas
al reinado de la paz. Por esto la Iglesia [catolicorromana], aun siendo hija
del Príncipe de la Paz, bendice los emblemas de la guerra, ha fundado las
Órdenes Militares y ha organizado Cruzadas contra los enemigos de la fe.”
Se les olvidó citar la condena
a morir en la hoguera hecha por el sarcásticamente llamado Tribunal del Santo
Oficio de la Inquisición contra judíos, mahometanos, reformadores
eclesiásticos, traductores o lectores de la Biblia, científicos bien
informados, escritores con ideas propias, homosexuales, brujos, y demás
víctimas inocentes de su fanatismo. La Iglesia catolicorromana es la
institución más criminal habida en la historia de la humanidad, que unas veces
asesinó por sus manos y otras condenó a muerte ejecutada por seglares, siempre
en nombre de un dios implacable.
Tras regodearse todo un capítulo en enumerar los considerados por los firmantes de la Carta colectiva graves daños causados por el comunismo, pasan a describir las dos tendencias políticas enfrentadas en la guerra española según su opinión muy parcial, basada en una interpretación maniquea de la historia, pese a estar condenado por ellos el maniqueísmo como doctrina herética. Así definieron las dos tendencias opuestas:
“la espiritual,
del lado de los sublevados, que salió a la defensa del orden, la paz social, la
civilización tradicional y la patria, y muy ostensiblemente, en un gran sector,
para la defensa de la religión; y de la otra parte, la materialista, llámese
marxista, comunista o anarquista, que quiso sustituir la vieja civilización de
España, con todos sus factores, por la novísima “civilización” de los soviets
rusos.”
La “vieja civilización de
España” era la sometida al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición que
durante siglos impidió el desarrollo de las ciencias en España, debido a
tenerlas dominadas por las explicaciones de la Biblia. Los países en los que
triunfó la Reforma de la Iglesia, como Alemania e Inglaterra, conocieron un
gran avance tecnológico, imposible en las naciones sujetas a la autoridad
incompetente del Vaticano. Siempre se pone como ejemplo de fanatismo iletrado
la condena de Galileo, pero muchos otros científicos fueron quemados vivos por
defender ideas condenadas por la ignorancia de los cardenales que no veían más
allá de la Biblia, como si fuese un tratado de astronomía. Por eso condenaban a
muerte a los traductores e impresores del texto, de modo que el pueblo no
pudiera advertir las tergiversaciones de la manipulación vaticana.
Más adelante añaden los
firmantes que el pronunciamiento militar tuvo un “sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía reducir a
la impotencia a los enemigos de Dios, y como la garantía de la continuidad de
su fe y de la práctica de su religión”. Es decir, que era una cruzada de
los píos cristianos contra los infieles, en el mismo sentido que las medievales
bendecidas por los papas. La manera más completa de “reducir a la impotencia” a los considerados enemigos era matarlos.
Facilita unas cifras de templos destruidos y eclesiásticos muertos mediante violencia que son absolutamente imposibles, y narra historias delirantes cometidas por los “sin—Dios”. Por el contrario, disculpa los “excesos” cometidos por los sublevados, ya que “tiene toda guerra sus excesos”, y añade “que va una distancia enorme, infranqueable, entre los principios de justicia, de su administración y de la forma de aplicarla entre una y otra parte”. La distancia era debida a que en la España republicana los excesos fueron cometidos por elementos incontrolados furiosos por la actuación jerárquica de los militares rebeldes, mientras en la zona conquistada los excesos eran ordenados por los jerarcas militares y sus secuaces civiles, falangistas y requetés.
Y los firmantes rechazaban las
objeciones puestas en alguna publicación catolicorromana europea sobre el
comportamiento de los rebeldes, por considerarlas debidas a la mala información
de los autores, nunca tenían una motivación justificada. Asimismo, reprobaron
la acusación de que la Iglesia española se alineaba con los ricos e ignoraba a
los pobres, lo que había provocado el anticlericalismo de los obreros.
El presidente del partido
autoproclamado Popular miente al negar los crímenes cometidos por los militares
rebeldes y sus auxiliares civiles, contra los ciudadanos fieles a la legalidad
republicana. No ha pasado ni siquiera un siglo desde la abominable intervención
de la Iglesia catolicorromana en lo que sus jerarcas denominaron cruzada
religiosa contra el comunismo. La República Española era burguesa, como lo
fueron sus presidentes, y ni siquiera mantenía relaciones diplomáticas con la
Unión Soviética. Precisamente fue durante la guerra cuando se aproximó a la
Unión Soviética, porque era uno de los dos países, junto con los Estados Unidos
Mexicanos, que la protegieron, en contra del criminal Pacto de No Intervención
firmado por los estados democráticos.
La Iglesia catolicorromana fue
beligerante en el conflicto, alineada con la Alemania nazi, la Italia fascista
y el Portugal salazarista, los estados totalitarios contrarios a las libertades
públicas. Por eso los republicanos hemos de continuar en guerra con ella, el
único régimen totalitario mantenido desde el final de la segunda guerra
mundial.
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