En
1938 José Herrera Petere, escritor republicano y comunista, publicó la novela
Acero de Madrid. La escribió en las trincheras de la guerra civil y fue
galardonada con el Premio Nacional de Literatura ese mismo año. En esa novela,
un propagandista de la Falange Española de las JONS, “cuya sola enunciación
-escribe el autor- es ya de por sí una palabrota de las más groseras”, gritaba
sus consignas por todas partes. Predicaba el propagandista faccioso la urgente
salvación de la Patria ante el “marxismo asiático”. Y esa lucha había que
hacerla “con un estilo nuevo, con un estilo juvenil, renovador. La salvación de
España tiene que ser ante todo un movimiento juvenil y un movimiento español”.
Unas líneas después, seguía con su encendida soflama: “Yo os aseguro que la
Falange es la única fuerza capaz de aplastar definitivamente el movimiento
marxista español”.
Aquí
hago un inciso y los invito a ustedes a cambiar la palabra Falange por la
palabra Ciudadanos.
¿Qué,
cómo les ha quedado el cambio de una palabra por otra? ¿Ha cambiado mucho el
significado de la frase o se ha quedado prácticamente igual, sólo que con una
diferencia de ochenta años entre aquella España que contaba José Herrera Petere
y la de ahora mismo?
Hace
más de cuarenta años que llegó la democracia. Una democracia frágil, llena de
miedos a que puediera convertirse en una democracia con hegemonía de la
izquierda. Miedo en la izquierda y miedo en la derecha.
Parece
imposible hacer en este país una política de izquierdas. Lo dices, dices sólo
que quieres hacer una política de izquierdas y te cortan el cuello. Aquí sólo
te ponen una medalla -o te regalan un máster- si eres de derechas. Aquí sólo
puedes llegar al gobierno si te pliegas a las exigencias de los que no se han
presentado a las elecciones: los amos del dinero. Y el dinero ya se sabe lo que
trae consigo: el estercolero de la corrupción.
“La
política tiene raíces morales”, escribe Ignacio Sánchez Cuenca en ese libro
magnífico que se titula La superioridad moral de la izquierda. Por eso, porque
la política ha cortado de cuajo esas raíces morales, la distancia entre la
gente de la calle y la política es cada día más grande, como dice en el bolero “La
retirada” ese gran poeta de la borrachera que fue José Alfredo Jiménez. La
desconexión social con el mundo de la política es preocupante.
Cuando
nos abstenemos de todo, cuando nos pasamos la vida viendo la tele, cuando nos
parece que a nosotros nunca nos van a desahuciar o a despedirnos del trabajo
que mantenemos sujeto con los alfileres de la precariedad, cuando pensamos que
lo malo siempre les va a pasar a los otros, cuando pensamos todo eso y más
cosas que no caben en este artículo es que, aunque pensemos que somos de
izquierdas, en realidad somos de derechas o estamos a punto de serlo. O aún
peor: cuando la gente se separa radicalmente de la política es que estamos
apenas a un paso del fascismo.
Ese
es el paisaje de un pensamiento crítico devastado en el que entra a saco
Ciudadanos. El PP está amortizado para los amos del dinero. Los que mandan de
verdad, los que gobiernan de verdad, ya han encontrado repuesto.
Y
las grandes empresas mediáticas también. Los mundos oligárquicos de la economía
y de la prensa se juntan en esa vasta operación de sustitución del PP por
Ciudadanos y, al menos en las encuestas, la gente pasará de la tele a las urnas
con el ánimo cautivo, con el convencimiento de que Albert Rivera es ese
salvador valiente que la Patria corrupta y degenerada necesita.
Ahí
estaban ellos, Rivera y Ciudadanos, gritando en el procés catalán “a por ellos”,
como si fueran los fascistas que hace más de ochenta años empujaban a las
huestes reaccionarias contra los avances de la II República y después en la
guerra y la dictadura franquista.
Ahí
están ellos, Rivera y Ciudadanos, gritando que sólo ellos pueden regenerar un
país en bancarrota económica, política y moral, que sólo ellos y nada más que
ellos representan la solución a todos nuestros problemas, sean cuales sean y
vengan de donde vengan esos problemas.
Ahí
están ellos, Rivera y Ciudadanos, atornillando la Ley Mordaza, votando -ellos
que van de incorruptos- al corrupto PP para gobernar en la Asamblea de Madrid,
votando con el PP contra las exhumaciones de fosas republicanas y negándose a
las movilizaciones feministas del 8 de marzo.
Ahí
están ellos, Rivera y Ciudadanos, para con la ayuda del Ibex 35 desbancar en
las próximas elecciones -pasándolos por la extrema derecha- a sus padres
políticos e ideológicos.
Las
raíces morales de la política han sido sustituidas por el dinero. El negocio
del capitalismo necesita títeres que lo gestionen en nombre de sus auténticos
dueños. Hasta ahora el títere que mejor hacía esa faena sucia era el PP. A
partir de ahora -si se confirmaran las encuestas- esos títeres a sueldo del
mundo financiero para salvar a la Patria, o sea sus negocios, serán Albert
Rivera y Ciudadanos. ¿Lo dudan ustedes? Pues si lo dudan, repasen estas dos
líneas que recupero del primer párrafo de este artículo: “La salvación de
España tiene que ser ante todo un movimiento juvenil y un movimiento español”.
Ya
he dicho que Herrera Petere se refería a la Falange cuando escribió eso en
1938. Yo creo que, si tuviéramos que escribir hoy ese párrafo, podríamos
hacerlo de la siguiente manera: “La salvación de España tiene que ser ante todo
un movimiento juvenil y un movimiento español. Y aquí está Ciudadanos para
iniciar con heroísmo y entrega patriótica esa operación de salvamento”. Si
además le añaden a Marta Sánchez cantando el himno de España en la última
reunión de Ciudadanos, la fanfarria patriótica de ese falangismo con apariencia
de moderno la tenemos servida y bien servida. ¡Qué país, dios, qué país!
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