Vivimos
en un país donde se prostituye continuamente el lenguaje, manoseando las
palabras hasta límites insufribles para nuestros oídos. Donde la derecha rancia
hace suyos vocablos que otrora llenaban el blanco inmaculado de las pancartas
que abrían las manifestaciones (progreso, cambio, etc...), y la izquierda miope
abandonando las trincheras ideológicas, emplea palabras en un afán baldío y
equivocado de monopolizar al conjunto de la sociedad (ciudadanía, reforma,
etc...)
Siendo
muy gráfico, cuasi tan contundente como una viñeta de El Roto, equivaldría a
decir que la derecha con tal de seguir hegemonizando nuestra sociedad sería
capaz de quemar sus naves por captar incluso el voto de los presos políticos
del entorno abertzale, y que la izquierda (al menos una parte sustancial de
ella), no dudaría en gastar toda su artillería pesada con tal de captar el voto
en los aledaños e incluso en las confortables moradas de los Florentinos Pérez,
los Amancios Ortega, Botines, Koplowitzs, y puestos ya, hasta en la mismísima
Zarzuela.
Atrás
quedan, en una orilla, la defensa de la clase "obrera" como bandera
de la izquierda, y en la otra, el respeto de lo que decidan los
"votantes" como seña de identidad en el mensaje martilleante de la
derecha. Por ambos términos, "obrera" y "votantes", ha
pasado como un ciclón el vértigo con que se suceden los acontecimientos
políticos y sociales en nuestro país. Ahora ambos bandos, izquierda y derecha,
en un tótum revolútum, andan a la caza de los respetabilísimos
"ciudadanos". Es la moda que se ha impuesto este último año en la
"Fashion week" de nuestra manoseada política nacional.
Pero
el panorama es más desolador y nauseabundo, si giramos nuestra vista buscando
refugio en los medios de comunicación, ese que dicen cuarto poder, cuyos
periodistas adoctrinados a lo sumo que aspiran es a ser los lacayos y
limpiabotas del capitalismo patrio.
Es
del todo punto de vista infumable, la retahila de sandeces y frases huecas del
coro de grillos que engrosan la caverna mediática (los Inda, los Marhuendas,
los Rojos, los Losantos, los Herreras, las San Sebastian, las Durán, etc...),
con tal de conservar su parcela de privilegios en unos medios de
"desinformación" masiva, que están en manos del poder económico y
financiero más canalla y cruel, que a su vez también es el manijero implacable
que rige los torpes movimientos de un gobierno de la nación acartonado y
petrificado, encantado de haberse conocido.
Entre
la inmensa mayoría que defiende Julio Anguita, con su paciente mensaje buscando
parcelas de convergencia social y política, y la mayoría silenciosa que se
reclama para sí el ínclito Mariano Rajoy, es donde hay que buscar las
respuestas y los resortes para encauzar unas dignas salidas a esta crisis
económica y de valores que aqueja a nuestra sociedad, la cual con las recetas y
paños calientes de la Troika, es incapaz de superar la patología de languidecimiento
crónico que está padeciendo.
Desde
mi humilde punto de vista no son buenos tiempos para ese segmento de la
sociedad que actúa como si con ellos no fuese la cosa, esos miembros de una
clase media que empieza a resquebrajarse, que la única revolución a la que
están dispuestos, es aquella que tienen a su alcance desde el sofá, la mesa
camilla y el refrigerador. Triste muestra lamentable de esa mayoría silenciosa,
que sin mover un dedo están acostumbrados a que otros les saquen las castañas
del fuego.
Tampoco
son buenos tiempos para otro segmento social, que solo alza la voz en las
barras de los bares y en los recintos deportivos de los espectáculos de masas,
pues están cuidadosamente narcotizados con polémicas estériles alentadas por
unos irresponsables medios de comunicación, que con tanto despropósito y
manipulación, inducen a una violencia que a veces tiene como colofón el trágico
resultado acaecido la semana pasada en los aledaños del campo de fútbol del
Vicente Calderón, con un aficionado al que se le ha segado la vida de forma
trágica e injustificable. ¿Qué hacemos con los culpables? La cárcel debiera ser
su único sitio.
En
cambio, si son buenos tiempos para ungirnos con nuestro mejor atuendo de
dignidad, y salir a nuestros barrios, para llenar sus calles de decencia,
justicia y solidaridad. Son unos magníficos tiempos para seguir apoyando sin
fisuras las Marchas de la Dignidad pidiendo algo tan revolucionario como pan,
trabajo y techo. También apoyando a todas las Mareas Ciudadanas que luchan por
el mantenimiento de los servicios públicos en sectores como la sanidad, la educación,
los servicios sociales, la dependencia, etc. Apoyando la plataforma Stop
Desahucios que están al lado de los seres más vulnerables de nuestra sociedad
haciendo una labor colosal.
Todo
lo que sean nuevas estrategias y herramientas de lucha contra la barbarie
capitalista, bienvenidas sean (facebook, twitter, etc...). El fenómeno Podemos
al que sigo con diligencia y entusiasmo, pero también con la exigible y
necesaria distancia, percibo pueda estar cayendo en cierto grado de
autocomplacencia con su imparable militancia virtual (Ágora Voting).
Observo
con preocupación cierto desdén desde las filas de esa militancia virtual hacia
la militancia tradicional, la de las fábricas, la de los tajos de trabajo, la
del surco y el jornal. Pienso que es un error mayúsculo, que confío sepan
atajar a tiempo desde la inteligencia, habilidad y astucia de sus cuadros
dirigentes. Ambas militancias no pueden ni deben estar enfrentadas, sino que
deben retroalimentarse la una de la otra y encajar como las piezas de un
puzzle.
No
hay que sonrojarse ni pedir perdón por estar en las viejas trincheras de la
lucha social. Para nada están obsoletas. Soy de los que piensan que el ser
humano como mejor siente en sus propias carnes los valores de la solidaridad,
la fraternidad, la justicia, la libertad, es cuando camina codo con codo al
lado de su semejante, al lado del que ningunean y esclavizan, al lado del que
desahucian y enajenan, al lado del que arrebatan su dignidad, al lado del que
le embargan hasta sus sueños.
La
militancia virtual sin rostro humano, sin el latir caliente de la sangre, corre
el riesgo de subir como la leche en el fuego, pero también de desmoronarse como
un castillo de naipes. No sabría muy bien donde ubicar este fenómeno social
mediático, sin precedentes en nuestra historia reciente.
Tiene
señas de identidad propias de la mayoría silenciosa que debieran combatir, pero
también está ampliamente impregnado de las singularidades que definen a la
inmensa mayoría. Apuesto firmemente por su encuadramiento y afianzamiento en
esta última. La mayoría silenciosa, mejor dejarla rumiando su cobardía y su
complicidad con el aumento de la pobreza de este país, e incluso con los
muertos que provocan los criminales desahucios. Allá su conciencia, si la
tienen.
Detrás
del teclado de un ordenador es muy fácil demostrar indignación y movilización.
Lo difícil viene siempre cuando desde nuestra vida en precario, casi a precio
de saldo, hay que salir a la calle a mostrarnos cara a cara, a enfrentar a
nuestro banquero, a nuestro jefe, a nuestro alcalde.
Conozco
a muchos gallitos, algunos perros ladradores, a los que a la hora de la verdad
se les va toda la fuerza por la boca, para finalmente en espantada, salir
corriendo con el rabo entre las piernas. Lo difícil es hacer nuestros sin
dobleces, a plena luz del día, con luz y taquígrafos, aquellos versos de
Gabriel Celaya que dicen:
"A la calle que
ya es hora
de pasearnos a
cuerpo,
y mostrar que pues
vivimos
anunciamos algo
nuevo".
¡Ay!,
si en hacer esto último invirtiésemos lo mejor de nosotros. Con toda certeza,
otro gallo cantaría las cuarenta a este sistema capitalista salvaje, criminal y
genocida.
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