Una
formación atrapalotodo o “partido escoba”, y un líder a su imagen y semejanza.
Eso es Podemos tras el rotundo veredicto emitido por las urnas electrónicas el
pasado sábado 15 de noviembre: el partido de Pablo Iglesias. Salvo Santiago
Carrillo, cuando el 14 de abril de 1977 impuso la aceptación de la Monarquía a
la cúpula del Partido Comunista de España (PCE), nunca antes en la España
democrática un dirigente político había concentrado tanto poder en su mano. Y
en el caso de la organización de Pablo Iglesias, con el valor añadido de
presentarse como el “partido de la gente”.
Por
unánime decisión de sus activistas, Iglesias ha sido investido secretario
general de Podemos, haciendo al mismo tiempo de los principales órganos de
decisión del partido una caja de resonancia de su liderazgo. Desde el Comité de
Coordinación (CdC), que estará integrado por 10 personas, hasta la Comisión de
Garantías Democráticas (CGD), pasando por el más coral Consejo Ciudadano (CC),
constituido por 62 delegados netos, todo en el organigrama ejecutivo de Podemos
ha sido diseñado en clave presidencialista.
Un
caso inédito en la reciente historia de la partidocracia española, sobre todo
teniendo en cuenta que Podemos aún carece de presencia parlamentaria en las
instituciones del país, limitándose su currículum a los cinco eurodiputados
obtenidos en las elecciones europeas del pasado 25 de mayo. Curiosamente,
sirviéndose en aquella ocasión de un programa-reclamo del que solo seis meses
después la cúpula de Podemos reniega en sus aspectos más radicales, como lo concerniente
a la denuncia integral de la deuda soberana por ilegítima o el tema del
cuestionamiento del euro.
Y
todo ello en medio de una galopada de entusiasmo popular y mediático sin
precedentes. Porque, contradiciendo toda prudencia política, a cada órdago
monopolizador lanzado por Pablo Iglesias y su equipo las bases han respondido
con una entrega sin condiciones. Eliminó la posibilidad de una dirección
colegiada echando mano del viejo discurso caudillista; implantó sus coordenadas
programáticas con la amenaza de dimitir si no eran aceptadas; estigmatizó al
competidor proponiendo que las minorías se automarginaran, y acaba de culminar
su paseo triunfal logrando lo nunca visto en democracia: que los de abajo cedan
“orgullosamente” todo el poder a los de arriba.
La
fidelidad al líder demostrada por los “pablistas” que han entrado a formar
parte de los “círculos” de poder de Podemos recuerda, mutatis mutantis, al
elenco de “senadores de designación real” con que se armó el tinglado con que
echó a andar la primera legislatura de la transición. Ni el “asambleario”
Consejo Ciudadano, máximo órgano entre congresos, ni el elitista Consejo de
Coordinación, escapan a la lógica atrapalotodo que identifica a la marca
Podemos. El staff del CC ha sido elegido votando la plana ofertada en exclusiva
por el equipo de Pablo Iglesias, “Claro que Podemos”, reproduciendo así en los
hechos a las denostadas listas cerradas y bloqueadas de los partidos del
régimen, y además los integrantes del CdC han sido también elegidos de una única
lista propuesta por el secretario general.
De
la magnitud de la inquebrantable adhesión al pablismo da idea la cuantía de
votos obtenidos por el cabeza de lista oficial (Claro que Podemos) y su
equivalente alternativo para los distintos órganos. Secretario General: Pablo
Iglesias el 96,87% de los votos; Pablo Monge el 1,01%. Consejo Ciudadano: Íñigo
Errejón el 89,54% de los votos, Cristina Oliván el 5,25%. Comisión de Garantías
Democráticas: Gloria Elizo el 86,12% de los votos, Cristina Oliván el 5,02%.
Todo, democráticamente atado y bien atado.
Dicen
las crónicas que entre los invitados a la asamblea constituyente que se ha
propuesto liquidar el bipartidismo dinástico había, entre otros, representantes
de Izquierda Socialista (IS), el ala izquierdista del PSOE, y que en su
discurso de clausura está vez Iglesias ha omitido críticas al partido que
lidera Pedro Sánchez. Un gesto congruente con los fichajes realizados
recientemente por Podemos para la fontanería del partido. Los últimos han sido,
el economista Juan Torres, antiguo secretario general de Universidades de la
Junta de Andalucía y el politólogo Vicenc Navarro, un famoso académico que
colaboró en la confección del programa electoral del anterior presidente de
gobierno José Luis Rodríguez Zapatero.
Hay
otros socialistas desenganchados que forman parte de la vieja guardia de
Podemos desde sus orígenes, como el jurista Carlos Jiménez Villarejo, ex fiscal
especial anticorrupción durante los años de plomo del felipismo. Catalán de
nacimiento, el eurodiputado dimisionario Villarejo, tío de la exministra
socialista de Asuntos Exteriores Trinidad Jiménez, publico un artículo en el
diario El País el pasado 7 de noviembre, con el título de Una consulta
antidemocrática, donde negaba toda legitimidad al 9-N, en línea con las tesis
prohibicionistas del Tribunal Constitucional ante el ejercicio del derecho a
decidir.
Concluido
el maratón constituyente, la nomenklatura de Podemos se centrara en las
elecciones autonómicas y generales del 2015 para proseguir su larga marcha a
través de las instituciones. Una vez descartada la participación en los
comicios municipales, al menos en las pequeñas localidades donde la cuota de
poder a ganar es casi nula. Y si las encuestas continúan siendo favorables a la
nueva organización, llegará el momento de los pactos para gobernar, escenario
que muy probablemente culminara tomando de consorte al PSOE, uno de los dos
partidos factótum de la crisis y del sistema.
Tamaña peregrinación
frustrada de abajo-arriba (del horizontalismo al verticalismo y de la
democracia deliberativa a la democracia plebiscitaria), caso de consumarse,
recordaría lo sucedido en Alemania con Los Verdes (Die Grüne) en su particular
asalto a los cielos. Una formación de raíz profundamente contestaría que en
1998 entró a gobernar con el PSD de Gerhard Schröder y cinco años después, en
marzo de 2003, sancionó la Agenda 2010, un paquete de medidas para
“flexibilizar la economía alemana” en aspectos como trabajo, salud, pensiones e
inmigración (entre otras medidas de marcado talante ecológico). Una hoja de
ruta “rojiverde” que ha inspirado a la troika (CE, FMI y BM) para lanzar su
arsenal de políticas austericidas que Podemos ha prometido derogar
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