Vienen de la tierra de los pastos regados con sangre de diamantes o petróleo, son los
herederos de los blues melancólicos que todavía resuenan por los húmedos
esteros del Mississippi y por los interminables campos de algodón de Louisiana.
Vienen del otro lado del Atlántico, son descendientes de los hombres y mujeres
que pescaban con las manos desnudas en el lago Titicaca y de quienes cantaban
al Rey Sol en las montañas peladas de Cuzco, mientras le rendían tributo de
sangre al cóndor y a la llama.
Vienen
de raza altiva, la de quienes entregaron entre lágrimas las llaves de sus
mejores recuerdos y se fueron cargados de nostalgia de las fértiles huertas de
rosas y naranjos que bañaban las limpias aguas del Darro, en la Andalucía
almohade, hace poco más de siete siglos.
Las
cosas apenas han cambiado, desde entonces, para los hombres que fueron esclavos
del egoísmo del amo blanco en las plantaciones de algodón, o de los crueles conquistadores
de conciencias y riquezas ajenas en una América de selvas e indígenas. Hace
unos siglos, a los mandingas los atrapaban con redes en las orillas de las interminables
playas del Senegal, los encadenaban por el cuello y los metían en las bodegas
de un barco negrero para venderlos como esclavos, en subasta pública, al mejor
postor.
Hoy,
viven igualmente hacinados y con frecuencia se vulneran sus derechos más
elementales. La diferencia más evidente es que, encima, se tienen que pagar
ellos el viaje suicida al falso paraíso
occidental.
El
mundo ha evolucionado mucho en las formas, pero el fondo permanece inalterable
como un estanque helado. Persiste el
derecho a la explotación del débil, de quienes no tienen los recursos
necesarios o no saben usar las herramientas legales para defenderse. Están
atados al duro remo de la galera laboral con grilletes de egoísmo, que es el
sentimiento más generalizado entre la clase dominante, justo el que permite que
en el mundo siga existiendo el hambre, la miseria, las enfermedades infecciosas
y las guerras de exterminio.
En la última década, a España han llegado muchos más inmigrantes de los que este País puede integrar sin traumas laborales. Pero de eso nadie quiere debatir, es políticamente incorrecto hacerlo. Llegaron no por un efecto llamada, sino por un efecto huida de las míseras condiciones de vida que existían y que existen en sus países de origen. Se la jugaron en una ruta suicida en la que muchos encontraron el sufrimiento y la muerte.
En la última década, a España han llegado muchos más inmigrantes de los que este País puede integrar sin traumas laborales. Pero de eso nadie quiere debatir, es políticamente incorrecto hacerlo. Llegaron no por un efecto llamada, sino por un efecto huida de las míseras condiciones de vida que existían y que existen en sus países de origen. Se la jugaron en una ruta suicida en la que muchos encontraron el sufrimiento y la muerte.
Es
probable que hoy haya en España siete millones de emigrantes que rebuscan,
entre los excedentes del sistema, pan, trabajo y libertad. Es una pugna extrema
entre pobres extranjeros y nacionales que no tienen otro recurso que sus manos. Los desheredados
del mundo y los desheredados de aquí unidos por una misma desgracia fatal: la
falta de trabajo.
Los
poderes públicos han creado una situación de tremenda y explosiva fragilidad,
en la que estallidos xenófobos, propiciados por el hambre, pueden aparecer en
cualquier momento. La inmigración masiva no fue una necesidad del sistema
productivo español en un momento determinado, sino que vino propiciada por la expansión
de las multinacionales españolas a países de Sudamérica y de África. Era
cuestión de equilibrio de balanzas de pago y de atar con intereses recíprocos
lo que en realidad era el negocio de unos pocos miles de accionistas.
En España siempre ha habido un 12% de paro estructural. O lo que es lo mismo, una fuerza pasiva de más de dos millones de personas, sin cualificación profesional, que andaban a salto de mata, viviendo del turismo en verano y de las cosechas cíclicas en el sector agrario.
En España siempre ha habido un 12% de paro estructural. O lo que es lo mismo, una fuerza pasiva de más de dos millones de personas, sin cualificación profesional, que andaban a salto de mata, viviendo del turismo en verano y de las cosechas cíclicas en el sector agrario.
Ahora
hay un excedente multitudinario en todos los sectores, para mayor gloria empresarial,
que no sólo puede elegir a los trabajadores, sino reducir los salarios a
conveniencia a quienes no tienen más remedio que aceptar estas ofertas a la
baja. Eso sin tener en cuenta lo que supone integrar en el sistema sanitario, educativo
y de prestaciones no contributivas a siete millones de personas.
Una
verdadera debacle económica de la que nadie habla ni escribe por hipócrita
conveniencia, o por temor a ser tachados de xenófobos. Todo esto ha sido propiciado
por los dos partidos políticos dominantes, Partido Popular y PSOE., dos lastres
para nuestro sistema democrático, que hace agua por todos sitios por culpa de
las decisiones irresponsables de sus representantes políticos.
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