En
plenas emociones desatadas por la posible declaración unilateral de
independencia de Cataluña el pasado octubre, Pedro Sánchez propuso a Mariano
Rajoy crear una comisión del Congreso para reformar la Constitución y así
prever y evitar otras crisis como la catalana.
De
entrada parece buena noticia, pero… Siempre hay un pero. O más. Resulta que
Rajoy y Pedro Sánchez han acordado señalar límites a la futura reforma
constitucional en la comisión del Congreso de los Diputados. ¿Qué reforma es
ésa que se recorta antes de empezar a hablar, antes incluso de constituirse esa
comisión?
¿Esa
comisión solo abordará reformas que afecten a la organización territorial? ¿Y
hasta dónde? Lo peor es que Rajoy y Sánchez están de acuerdo en que de ningún
modo la reforma constitucional pueda convertirse en un proceso constituyente.
¡Hasta ahí podíamos llegar!
En
cuanto a la posibilidad de referendos pactados en las comunidades autónomas
(núcleo de la actual crisis política con Cataluña) no será abordada en esa
comisión presuntamente reformista de la Constitución. Porque lo impedirán los
votos de PP y PSOE.
¿Reforma
constitucional? Sinceramente, está por ver incluso en la postura más optimista.
Aunque, vistas las declaraciones de dirigentes del Partido Popular y algunas de
la vieja y rancia guardia del PSOE, parece que todo quedará en juegos de
espejos y sesiones de maquillaje. Como decía Giuseppe di Lampedusa, se cambia
para que todo siga igual.
Qué
poco le ha durado a Pedro Sánchez y a ‘su’ PSOE la voluntad de ser y actuar
como gente de izquierdas de verdad. Aunque no dejen de adornar sus actos y mítines
con la frase de que son la izquierda.
Un
viejo refrán en latín macarrónico asegura que excusatio non petita, accusatio
manifesta; cuando te excusas mucho, en
realidad te acusas. Cuando repites mucho algo es que no estás muy seguro de que
sea.
El
bipartidismo ha vuelto, aunque más complicado y retorcido que en el pasado. Ahí
están Rajoy y Sánchez que ahora se entienden como ‘hombres de Estado’. A ver si
alguien me define de una puñetera vez que quieren decir cuando dicen ‘hombre de
Estado’.
En
fin, nos toca sufrir una situación política mucho más peliaguda que hace unos
meses para cambiar las cosas para bien. Algo que hemos de agradecer a la
estupidez política de los dirigentes independentistas catalanes que sin la
menor duda han contribuido a fortalecer el más rancio e irracional españolismo
cuando parecía haber retrocedido. ¿Cómo pueden marcarse el farol de proclamar
la independencia, luego envainarla, aceptar la aplicación del artículo 155 y
añadir que la independencia no es la única vía para resolver los problemas de
Cataluña?
Un
servidor nunca ha sido nacionalista y mucho menos independentista, sobre todo
si la independencia la ha de conseguir la burguesía catalana (una de las más
peligrosas de Iberia, vista la historia del siglo XX). Y aún menos si esa
independencia pretendía lograrse con la participación de la CUP, que se define
anticapitalista, pero va de la manita del PdeCat que si algo es sin dudarlo es
precisamente muy partidario del capitalismo. Una CUP que participa en las
elecciones del 21 de diciembre, aunque las considera ilegítimas.
Seamos
serios, participa en las elecciones porque no van a renunciar a los privilegios
(incluidos los económicos) que supone lograr unos cuantos diputados. Por mucho
que lo disfracen con frases rimbombantes de responsabilidad política.
Volviendo
al Reino de España, ¿va a haber una reforma constitucional que merezca tal
nombre? ¿Una reforma que abra un horizonte diferente en este reino que debería
dejar de serlo? Harto difícil cuando la misma Constitución impone que “cuando
se propusiere la revisión total de la Constitución o una parcial que afecte al
Título preliminar, al Capítulo segundo, Sección primera del Título I, o al
Título II, se procederá a la aprobación del principio por mayoría de dos
tercios de cada Cámara, y a la disolución inmediata de las Cortes”. Y el nuevo
texto constitucional que se redactara también deberá ser aprobado por dos
tercios de ambas Cámaras. Lo que, vistas las correlaciones de fuerzas y las
vigentes (e injustas) leyes electorales, convierte en misión imposible reformar
de verdad la Constitución de 1978. Especialmente visto el escaso entusiasmo del
PSOE. No olviden que reformar significa ‘cambiar algo para innovarlo y
mejorarlo’.
Lo
que podemos esperar son juegos de ilusionismo: nada por aquí, nada por allá.
¡Ale hop!
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