En
unos pocos días de septiembre las páginas de economía se han convertido en
secciones necrológicas por el fallecimiento sucesivo del primer banquero del
país (Emilio Botin), el propietario del mayor grupo de distribución (Isidoro
Álvarez) y un exministro de Economía que pilotó los primeros años de la
internacionalización de la economía española (Miguel Boyer). Los ditirambos que
la prensa “seria” ha dedicado a los finados sonrojan de vergüenza. (Aunque ya
se sabe que los mejores elogios los recibimos cuando nos morimos, todos
quisieramos ser Tom Sawyer y presenciar nuestro entierro). Algo esperable
cuando los que han fallecido son los verdaderos “amos” del país (el propietario
de la mayor empresa, el dueño del lider en gasto publicitario) o han jugado un
papel inestimable en la conversión de la izquierda al neoliberalismo. Pero
insoportable cuando estos panegíricos tratan de impedir que enjuiciemos el
verdadero papel de estas figuras.
En
anteriores ocasiones he tratado de hacer un esbozo de cuáles son a mi entender
las claves para situar una parte de los graves problemas sociales. Una de ellas
es el papel que juegan las élites en la configuración de las políticas y en el
tipo de actividades económicas que impulsan. Y en este sentido los tres
personajes constituyen una representación de una buena parte de la cúpula
dirigente del país.
Botín
el banquero resumiría por sí solo el núcleo del capitalismo español de las
últimas décadas. De una banca que salvó la primera gran crisis bancaria con
fuertes ayudas públicas. Ayudas que llegaron por vías diversas: directas a
entidades que compraban bancos en crisis (el Santander lo hizo con Banesto),
nacionalización de las empresas eléctricas quebradas (Fecsa, Sevillana) que
permitieron a la banca salvar sus inversiones en ellas, reconversión industrial
que “liberó” a la banca de parte de su cartera industrial... Una banca que se desentendió de su apoyo al
sector productivo y que ha sido un protagonista básico del pelotazo
inmobiliario.
Una
banca que protagonizó una fuerte internacionalización que le ha permitido
escapar del estrecho marco del espacio económico español (habrá que hacer un
balance de su elevada rentabilidad en sus actividades latinoamericanas,).
Una
banca que ha utilizado a fondo todos los mecanismos especulativos del moderno
sistema financiero, incluido el recurso sistemático a paraísos fiscales.
Una
banca que cuando ha tenido problemas de financiación ha contado con el sustantivo
soporte del Banco Central Europeo, que le ha permitido sortear sin problemas
sus tensiones de liquidez mientras Estados y particulares recibían un trato
diferente.
Una
banca que no ha parado de conspirar para evitar una regulación hipotecaria y de
quiebras que impidiera el drama social de los desahucios y el endeudamiento
perpetuo de la gente corriente.
Una
banca que se ha convertido en la mayor promotora del neoliberalismo (como es el
caso del Santander con su extensa red de intervención en el sistema
universitario latinoamericano).
Es
esta banca —la que está en el núcleo de la financiarización económica, de la
insensibilidad social, de la depredación pura y dura— la que representaba como
nadie Emilio Botin y la que toma ahora en herencia su hija. La banca que no nos
merecemos.
Isidoro
Álvarez es, en este sentido, una figura menor. Pero no insignificante. El Corte
Inglés es sin duda el mejor icono del consumismo hispano. Pero es también mucho
mas. Es una empresa cuyo capital está en manos de una Fundación, una mera forma
de escabullir responsabilidades y ahorrarse impuestos, aunque no esconde que se
trata de un mero patio familiar (Álvarez “heredó” la empresa de su tío Ramon
Areces, el creador del emporio, y un sobrino suyo lo hereda de él).
Es
el modelo de un grupo que por una parte invierte grandes cantidades de dinero
en publicidad y por otra es uno de los más opacos a cualquier investigación.
Es, sobre todo, un modelo de gestión laboral avanzado al neoliberalismo: con
sus sindicatos amarillos controlados por cuadros intermedios, con sus políticas
antisindicales, por su uso sistemático de empleos temporales, por su
tradicional segregación sexual (las mujeres siempre en la escala inferior).
Es
el grupo empresarial más activo en presionar en pro de la eliminación de
derechos laborales y la desregulación horaria que protege la calidad de vida de
trabajadores asalariados y comerciantes autónomos. Sin olvidar los diferentes
procesos urbanísticos en los que la empresa ha conseguido imponer sus intereses
frente a regulaciones locales que le resultaban onerosas. Si algo representa el
Corte Inglés es la prevalencia ostentosa del interés privado por encima de la
sociedad. Un abuso de poder sistemático que se esconde tras los oropeles de la
pulsión consumista.
Lo
de Miguel Boyer es más evidente. Fue el primer ministro “socialista” que
implantó el neoliberalismo en España. El conductor de la economía española
hacia la desindustralización. El promotor de una ley sobre vivienda que
bastante tiene que ver con desastres posteriores. Uno más de los habituales en
las puertas giratorias. Es evidente que el desastre actual proviene de cómo se
hicieron las cosas en el pasado. Y que si hemos llegado hasta aquí en la forma
que estamos, bastante tiene que ver la acumulación de políticas neoliberales
aplicadas, con mayor o menor dosis, con una u otra modulación, en todo este
tiempo.
Miguel
Boyer representa en España el abandono definitivo de todo intento serio de
“domar” al capitalismo más feroz mediante políticas socialdemócratas.
La
herencia que nos dejan a la sociedad (sus familias por lo que se ve quedan bien
servidas, pues en el ámbito de las grandes élites la historia de la promoción
meritocrática queda aparcada) es la de una economía descontrolada, injusta,
depredadora, insostenible. En lugar de tener que aguantar el homenaje obsceno,
lo que nos merecíamos era una reflexión crítica de adónde lleva tanta
desregulación financiera, tanta pérdida de derechos sociales, tanto poder para
los ricos; de qué modelo debe cambiarse y de qué personas necesitamos para que
nuestro mundo sea deseable, sostenible para la inmensa mayoría.
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