martes, 21 de abril de 2020

SOMOS PERSONAS, NO FOCOS DE INFECCIÓN


El preámbulo del Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declaró el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19 reza así:

         “Las medidas que se contienen en el presente real decreto son las imprescindibles para hacer frente a la situación, resultan proporcionadas a la extrema gravedad de la misma y no suponen la suspensión de ningún derecho fundamental, tal y como prevé el artículo 55 de la Constitución”.

Nuestros derechos fundamentales no están suspendidos, pero el Gobierno rastrea las redes sociales en busca de quienes expresan “discursos peligrosos”. El problema de este tipo de conceptos, o tal y como se les conoce en Derecho, de conceptos jurídicos indeterminados, es que corresponde a las autoridades de turno determinar qué es un discurso peligroso y la historia demuestra quién sale perdiendo.

Así nos encontramos que desaparecen posts de nuestras redes sociales o se limita la compartición de ciertos mensajes. A sensu contrario la comunidad médica puede hacer, deshacer y decir lo que le parezca, aunque el nivel de evidencia sea cero, incluso, aunque actúen y se expresen en contra de toda la evidencia disponible. Para estas actuaciones no hay límites, no hay fiscalización posible.

No está de más recordar que precisamente estamos confinados porque la medicina alopática no tiene solución hoy por hoy para el coronavirus, y los tratamientos que aplica no tienen evidencia, son experimentales.

Nuestros derechos fundamentales no están suspendidos, pero en España los derechos de reunión, asociación y manifestación son en la práctica, impracticables (mientras tanto siguen manifestándose en Francia, Alemania y Polonia).

Asimismo, aquellas personas que salgan a la calle con el motivo que sea, se enfrentan no sólo a potenciales abusos policiales (y aquellas personas que las presencien y denuncien, a las correspondientes multas gracias a la Ley Mordaza), sino también a una gestapo vecinal en busca de cualquiera que ose cuestionar su confinamiento, no sólo físico, también mental.

Gracias a la militarización y el belicismo promovidos desde los discursos tanto verbales como simbólicos explícitos (esas ruedas de prensa de terror con mandos del ejército al frente), hemos entrado en esta lógica del todos, de la unidad, del enemigo común invisible, etcétera que no puede traer nada bueno
.
          Dice la Constitución española que:

Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. (Capítulo II, Derechos y Libertades, Artículo14).

Nuestros derechos fundamentales no están suspendidos, pero a pesar del principio de no discriminación, en España la infancia se encuentra triplemente discriminada: En relación con el resto de personas adultas de la sociedad, es la única que no goza de ninguna excepción para pisar la calle. En relación con las mascotas, cuyas necesidades sí se han atendido. En relación con el contexto europeo, porque la infancia española es la única que no sale a la calle.

Nuestros derechos fundamentales no están suspendidos, pero en la actualidad en España un gobierno que se dice progresista y de izquierdas importa, de todos los modelos de gestión de la crisis sanitaria posibles, el modelo Chino: un modelo dictatorial.

Por su parte, la ciencia, en un mundo en el que se ha recortado en sanidad (de esto hablaremos en otro momento) pero también en humanidades, anda desbocada, con los máximos representantes en epidemiología promoviendo políticas de control total de la población.

Así, se propone la evolución hacia el supremacismo serológico, un mundo en el que la población se divide entre infectados y no infectados, entre personas y vectores. Las primeras tienen pleno acceso a la ciudadanía, las segundas no.

Es más, este estado serológico será absolutamente público, para satisfacción de la gestapo vecinal. Repartiran carnets, pondrán pulseras, nos obligarán a descargarnos una aplicación del móvil, nos geolocalizarán con fines policiales (por supuesto que de forma individual y no anónima), nos revisarán los discursos en las redes sociales.

Vivimos en una sociedad donde no se identifica a violadores condenados, a pederastas, donde los maltratadores tienen presunción de inocencia. Pero en cuanto al estado serológico dicha presunción de inocencia no se aplica, todos somos sospechosos, todos somos vectores, todos somos potencialmente infecciosos, hasta que no se demuestre lo contrario.

Hemos pasado de tener que clicar veinte veces un consentimiento a cookies para leer una noticia en una web, al chantaje de no poder salir a la calle ni abrazar a nuestros seres queridos si no cedemos nuestros datos especialmente protegidos, como son los de la salud.

Los datos de la salud son especialmente protegidos no por capricho, sino precisamente porque la salud es un bien precioso y que además, nos hace vulnerables y diana de potenciales vulneraciones.

Se ha promulgado el Estado de alarma con el objetivo de proteger la salud frente a una crisis sanitaria. Nos dicen que no salgamos a la calle para proteger a la población de riesgo, principalmente personas ancianas y personas inmunodeprimidas.

¿Les preocupaba la salud de la población anciana cuando la hemos hacinado en residencias, con ratios imposibles, atiborrándolas con medicamentos cuyo efecto secundario precisamente es agravar las neumonías? ¿Es salud permitir que mueran solas y que una vez fallecidas sus cadáveres tarden días en ser retirados? Como sociedad y con las políticas gubernamentales hemos creado las condiciones perfectas para que la población anciana sea extremadamente vulnerable.

En cuanto a las personas inmunodeprimidas, ¿cómo ayuda a su salud acudir a la farmacia y encontrarse con que la medicación que necesitan para vivir o para hacerlo con un mínimo de bienestar no está disponible de un día para otro y sin aviso? No lo está porque ha sido destinada a fines experimentales para buscar una cura para el coronavirus. ¿Pero qué pasa con estas personas entonces
?
¿Les preocupaba nuestra salud esta última década de recortes a la sanidad pública y promoción de la privatización? ¿Les preocupa nuestra salud cuando exponen a profesionales de la salud a infecciones sin equipos de protección individual adecuados y obligándoles a reincorporarse sin llevar a cabo el aislamiento necesario después de mostrar síntomas? ¿Les preocupa nuestra salud cuando condenan a las mismas personas profesionales de la salud a contratos laborales precarios?.

Dicen que estamos confinados para proteger nuestra salud, pero se permite que un gran número de la población esté confinada en condiciones que son una amenaza directa para su salud. Pisos pequeños, insalubres, sin luz natural. La salud mental se ve afectada y también las funciones corporales. Lo que el virus no arrase, ya lo rematarán el sedentarismo y los trastornos mentales derivados del Coronavirus.

No puedes ir a pasear al bosque, ni tan solo en entornos rurales, pero puedes acudir a tu estanco más cercano a comprar tabaco (factor de riesgo importante para el coronavirus). Puedes ir a comprar licor. No puedes abrazar a tu abuela, tampoco despedirla en su entierro, pero sí meterte en un metro lleno de gente para ir a trabajar en condiciones no aptas desde el punto de vista de la salud y los riesgos laborales.

También es importante recordar que para muchas personas sus casas no son un espacio seguro, sino un espacio de violencia, ya sea psicológica, física e inclusive sexual. El confinamiento no hace más que agravar la situación.

La medicina alopática occidental se corresponde a un modo muy concreto de entender la salud y a lo largo de la historia se ha aliado siempre con los poderes fácticos y ha promovido y apoyado las más tremendas violencias contra las personas. (Os recomiendo encarecidamente leer a Barbara Ehrenreich y Deirdre English en "Por tu propio bien", edita Capitan Swing en España).

Podría poner numerosos ejemplos, pero los más sobradamente conocidos son los hechos acaecidos durante la segunda guerra mundial, en la que la medicina y la ciencia colaboraron en las teorías sobre la superioridad de la raza blanca, promoviendo el genocidio. Explica Hannah Arendt cómo los médicos miraban por “curiosidad científica” a través de agujeros dentro de la cámara de gas para ver cómo los “sujetos” morían, así como experimentaban con personas.

En otros momentos la ciencia también ha promovido que las mujeres son inferiores a los hombres, la infancia a la edad adulta, ha promovido que las personas discapacitadas debían ser esterilizadas (eugenesia), ha infectado a propósito a personas negras de sífilis para experimentar con ellas, ha experimentado en esclavas durante operaciones en vivo, y así hasta la saciedad en una lista de abominaciones médicas contra la dignidad humana para la que no tendría espacio en esta página.

P
        Por cierto, esto no es cosa del pasado. No en vano hace unos días hubo un gran escándalo cuando médicos franceses comentaban con normalidad cómo la vacuna del coronavirus iba a ensayarse en personas africanas. O la famosa píldora anticonceptiva hormonal que fue experimentada en mujeres pobres puertorriqueñas.

Es por este motivo que se promulgó la normativa que establece que las personas y su dignidad siempre es superior a los intereses de la ciencia y de la medicina, así como que cada persona tiene derecho a su propia forma de entender la salud y a rechazar cualquier intervención médica que considere. Precisamente para evitar abusos y para que la medicina se expanda desde el convencer a las personas y no desde la represión y la imposición a cualquiera que piense diferente.

Dice el Convenio de Oviedo (1997) que:

El interés y el bienestar del ser humano deberán prevalecer sobre el interés exclusivo de la sociedad o de la ciencia (Artículo 2. Primacía del ser humano).

Salud no es únicamente dividir el mundo entre personas infectadas y no infectadas, salud es una vida digna de ser vivida lo cual necesariamente incluye poder ejercer nuestros derechos y poder relacionarnos con el resto de personas, tejiendo redes de afectos y de cuidados.

Yo personalmente hubiera querido que se decretara un estado de alarma de cuidados, en el que la prioridad fuera que puedas ir a abrazarte con tus seres queridos antes que volver a la oficina, donde la urgencia estuviera en ver cuándo y cómo organizarnos para que la infancia salga a la calle y cómo hacer que nadie se muera en soledad en una uci, antes que pasar el recibo de la cuota íntegra a las personas autónomas.

Considero que es un error y un riesgo para la salud y para la ciudadanía que un Comité de Expertos esté unicamente integrado por burócratas, médicos y militares. Tiene que incluir necesariamente personas expertas en filosofía, bioética, psicología, educación social, y por supuesto cuidadoras y madres.

         Como consolación, recordar que sí hay un derecho que mantenemos operativo y es el de salir a aplaudir al balcón. Pero cuidado, no ejercerlo acarrea sospechas de alta traición.

Por último recordar:

Somos personas, no focos de infección.

Somos personas, no vectores.

Somos personas, no estados serológicos.

Somos personas, no analíticas.

No a la serofobia. No al supremacismo serológico.

sábado, 11 de abril de 2020

DARWINISMO SOCIAL A LA SOMBRA DEL COVID-19


El hispanista y poeta rumano  Darie Novaceanu fue invitado en el año 1985 para dar una conferencia sobre su obra ante el público español en el Instituto de Cooperación Iberoamericana. En esa ocasión recitó un dramático poema titulado “Vejez de Europa” en el que con todo el realismo describía como los cuadros de los niños que se colgaban en la sala de la casa envejecían prematuramente; les salían canas, se les arrugaba la piel, se les caía el pelo, esas bocas desdentadas y los cuerpos encorvados mientras las manos huesudas y callosas sostenían un desgastado bastón.  En ese ambiente frío y mortecino a través de la ventana un espectro miraba su propio cortejo fúnebre. Este poema me iluminó al darme cuenta de cuál sería nuestro futuro.
 
Décadas después inesperadamente estalla la crisis del coronavirus en el que un 80% de las víctimas son ancianos que superan los setenta años, es decir, los más vulnerables y débiles. El gobierno español no supo prevenir lo que se venía encima y esta estúpida decisión ha desencadenado un verdadero holocausto. No se cerraron los aeropuertos, los puertos ni las fronteras y se siguieron celebrando manifestaciones y eventos deportivos en una actitud suicida difícil de comprender. Hubieran podido seguir el ejemplo de Japón, Singapur o Corea del Sur, pero se durmieron en los laureles. Es la clásica soberbia de nuestros prepotentes líderes: ¡Como le va a pasar esto a España, un país europeo del primer mundo! Reacción lenta y torpe que ha tenido unas catastróficas consecuencias. El 31 de enero del 2020 la OMS ya había declarado la emergencia sanitaria global por el coronavirus.

A causa de la agenda diaria del trabajo tan vertiginosa y trepidante no hay tiempo para atender a los ancianos. Estamos agotados y el estrés nos vence, llegan los recibos de las deudas, los préstamos o los créditos o los problemas familiares y casi ni se puede disfrutar del tiempo de ocio. Situaciones embarazosas que apenas dejan unos cuantos minutos para llamar a los padres y abuelos por los teléfonos celulares y mandarles un saludo de cumplido.  Esos “viejos decrépitos” deben recluirse en sus residencias o asilos para que no molesten ya que muchos tienen problemas de salud (enfermedades crónicas terminales, demencia senil o alzheimer) Son dependientes y necesitan ayudas de enfermeros o asistentes.
   
Quien sobrepase los 60 años de edad ya puede considerarse un cacharro inservible que se esconde en el desván. Los viejos ya han cumplido ejemplarmente su cometido en la cadena de producción, han dado los mejores años de su vida contribuyendo al crecimiento de la sociedad del bienestar y gracias a sus cotizaciones a la seguridad social gozan de una merecida jubilación.

Para no ser tan duros y despectivos a los ancianos en términos eufemísticos se les llama “la tercera edad”, “edad avanzada”, “la edad de oro”, “adultos mayores”.  Son equiparados con menores de edad porque han visto mermadas sus capacidades físicas y mentales. No son más que un estorbo y voluntariamente o por decisión de sus familias, deben ser confinados en esos parkings en que se han convertido las residencias o asilos. En eso guetos podrán relacionarse con otros viejos y darse consuelo y cariño. No les queda otra que matar el tiempo sentados en la sala de televisión contemplando películas, partidos de fútbol, o jugar a los naipes o el domino antes de iniciar su viaje definitivo al más allá.

La senilidad que debería ser una etapa armónica y equilibrada, el descanso del guerrero, para la civilización tecnológica industrial representa una maldición. Es el principio del fin pues se atrofian el cuerpo, se pierden a la visión, la audición, se anula la sexualidad y el placer se convierte en dolor o depresión. Solo se vislumbra en el horizonte el invierno gélido que precede a la muerte.

A raíz de la pandemia del coronavirus muchos ancianos han sido condenados a una infernal agonía; están muriendo a solas, abandonados sin ningún contacto con sus familiares. Se les considera un peligroso foco de infección y nadie puede acercarse a ellos sino se cuenta con un sofisticado equipo de aislamiento EPI. ¡Vaya tragedia más espantosa! ¡No se les puede ni tocar!

Los iconos de la sociedad hedonista y narcisista imperante son los jóvenes; hombres y mujeres bellos o bellas, sanos musculosos o de cuerpos sensuales y atractivos. Este es el ideal supremo que transmite la propaganda de la sociedad de consumo capitalista. Hay pánico a envejecer porque el mundo le pertenece a los más fuertes ya que el sistema exige eficiencia y productividad.  El fascismo neoliberal desprecia y humilla a esos ancianos decadentes y estériles que no son más que un cero a la izquierda. El dilema que han planteado algunos políticos como Donald Trump es el de “¿qué es mejor: que se mueran unos cuantos ancianos o que se vaya a pique la economía?” Al final se aplicará el método de la inmunidad de la manada y que caiga quien caiga.

La Europa contemporánea atraviesa una desgarradora crisis demográfica a causa de la baja natalidad. El envejecimiento de la población es un fenómeno que impactará muy gravemente en un futuro no muy lejano.  Las parejas ya no quieren tener hijos sino perros, mascotas o animales de compañía pues prevalece el egoísmo y el individualismo. Los ancianos crean problemas y son muy fastidiosos así que lo mejor es que se retiren al “cementerio de elefantes”

En la época antigua de Grecia o Roma el anciano representaba la sabiduría y la experiencia imprescindible para tomar decisiones en todos los ámbitos del poder y por lo tanto el estado asumía su protección; eran reverenciados y se les rendía un gran respeto.   Como sucede igualmente entre los países musulmanes donde ocupan el centro de la familia nuclear y encarnan la sapiencia y la autoridad. Por el contrario, la sociedad capitalista occidental los ancianos son confinados en asilos pues no tiene compasión de los seres “inútiles e improductivos”. O sea, se les trata como objetos desechables.

En el Tercer Reich los viejos eran considerados un obstáculo para el desarrollo del estado nacional-socialista.  Por eso no es de extrañar que el Reichstag diera la orden a los médicos de deshacerse de los ancianos inútiles, enfermos, minusválidos o retrasados mentales con “métodos apropiados” (inyección de “ascensión” para enviarlos al cielo) La eutanasia hitleriana tenía la finalidad de ahorrar costos, comida y medicamentos tan escasos durante la II Guerra Mundial. Este fue el cruel destino de 70.000 internos en los establecimientos psiquiátricos alemanes eliminados por el decreto supremo (secreto) del Estado Nazi (compadecidos por su sufrimiento) Sus familiares lo aceptaron resignados pues no podían contradecir las patrióticas directrices del fuhrer. El ideal supremo del Tercer Reich era la eugenesia, es decir, la creación de una raza pura aria, sana, joven y poderosa que se supone dominaría el mundo con su vigor y fuerza sobrenaturales.

Estamos viviendo en una sociedad brutalmente materialista, las personas mayores viven solas y no se les dirige la palabra porque los ciudadanos están más preocupados por las comunicaciones cibernéticas a través de sus teléfonos celulares, iPod, SmartPhone, ordenadores o tablets; abducidos por completo por la realidad virtual de Instagram Telegram o Twitter o Facebook. Enviciados por el virus neurótico del ego supertecnológico que castra por completo las relaciones sociales.

Esos viejos ingresados en los hospitales y residencias hacen parte de la generación que construyó este país destruido por la guerra civil, una generación que hizo frente al hambre y la ruina de la posguerra y, para colmo, también a la represión de la dictadura franquista. Y estamos dejando morir a quienes trabajaron 14 horas diarias para levantar a este país. Si el paciente está muy grave a causa del coronavirus y tiene más de 75 años, se le deshecha, ya no interesa cuidarlos y les dejan morir. Porque “la medicina tiene que escoger quién tiene una vida útil por delante”. Son las leyes no escritas del darwinismo social donde los seres humanos no son más que números de las estadísticas.  “Están muriendo como moscas nuestros ancianos y desde el gobierno se repite hasta la extenuación que tenemos una Seguridad Social increíble, la mejor del mundo, pero muchas veces el personal sanitario no tiene ni guantes que ponerse».

A las personas muertas por el coronavirus se les introduce en un sudario especial, un saco de color crema con un aislamiento externo que impide cualquier fuga. La cremallera se sella con un pegamento especial de manera que jamás pueda abrirse de nuevo. Una vez metido el cadáver en el ataúd este se higieniza con una solución de agua y lejía para eliminar cualquier resto del virus. Está prohibido hacer autopsias o recoger muestras del cuerpo. El féretro se apila en cámaras frigoríficas hasta que sea trasladado a los hornos crematorios. Aunque existe una larga lista de espera y este proceso puede durar varios días pues hay que cumplir cierto papeleo administrativo de rigor. Los familiares no los pueden velar o, quizás, por clemencia, se permite a algún miembro de la familia -vestido con un traje especial- que les ponga una corona de flores. No vale la pena enterrarlos así que la mejor alternativa es cremarlos (contradiciendo incluso la voluntad del fallecido) pues pueden ser foco de expansión del coronavirus. Con todo el dolor del alma hay que desaparecer todo rastro del “apestado” sobre la faz de la tierra. Los sepultureros no dan abasto, el negocio de las funerarias es el más favorecido con la pandemia y los muy usureros y especuladores aprovechan la tragedia y llegan a cobrar más de 4.000 euros por encima del precio normal. Ante el colapso a los servicios funerarios el ayuntamiento de Madrid- foco principal de la pandemia en España- ha tenido que habilitar el Palacio de Hielo como morgue improvisada.

A los causantes de esta pandemia anunciada se les debe exigir tanto responsabilidades políticas como penales. Porque existen unos culpables que cobardemente no quieren dar la cara y evaden cualquier pregunta capciosa. No han sabido velar por la salud del pueblo como reza en la Constitución monárquica.  La coalición gobernante PSOE-Unidas Podemos intentan infructuosamente desentenderse de este holocausto que hasta el momento ha causado casi 6.000 muertos- aduciendo que “los virus no conocen de fronteras”.  Pero da la casualidad que los expertos epidemiológicos, que debieron anticiparse a su propagación del coronavirus, fueron nombrados por ellos mismos.

Este virus desenmascara toda la miseria moral de quienes ostentan el poder de decisión que se inhibieron, prevaricaron por proteger sus propios intereses tanto partidistas como económicos. En España el sector turístico recibe anualmente más de 80.000.000 visitantes del mundo entero que dejan 92.200 millones de euros. ¡Cómo iban a alarmar  a los turistas con insignificante virus! Ahora las consecuencias no solo van a ser los miles de muertos sino también el colapso del sistema de salud y la ruina económica que será aún más terrible que la propia pandemia.

domingo, 22 de marzo de 2020

LA OPORTUNIDAD DE LA PANDEMIA


        La pandemia por el covid-19 puede ser un experimento natural extraordinario para construir una sociedad más justa y solidaria, una economía más productiva e inclusiva y una política más orientada al bien común que al interés partidista. Pero, por las razones que diré más abajo, no estoy seguro de que sepamos aprovechar esta oportunidad. En cualquier caso, permítanme señalar cuatro razones por las que pienso que la pandemia es un experimento natural extraordinario para construir una sociedad mejor.

La pandemia pone en valor la importancia de disponer de sistemas sanitarios públicos universales. Hay que esperar que a partir de ahora nadie, por ideología o interés privado, ponga en riesgo el sistema público de salud. Frenar la pandemia exige la movilización de todos los recursos sanitarios disponibles, tanto humanos como técnicos, públicos y privados. Hay que invertir en pruebas rápidas para identificar quién está enfermo y dónde ha contraído la infección. Equipos para atender a los pacientes graves. Ampliar la telemedicina para que los pacientes no graves no tengan que ir a los servicios hospitalarios y puedan quedarse en casa. Contratar a nuevo personal sanitario y llamar a médicos y enfermeras retirados, así como médicos militares. Estamos en una economía de guerra.

La pandemia exige una medicina económica que evite una crisis gemela, sanitaria y económica. La experiencia de la crisis de 2008-2013 nos enseña que es mejor y menos costoso evitar la caída de la actividad económica y del empleo que tener que salir después al rescate de los bancos, las empresas y los parados. La crisis actual es más compleja. Viene por el lado de la demanda y por el de la oferta. Hay que evitar que las empresas cierren por falta de liquidez. Hay que dar cobertura de ingresos a los empleados desde el primer día en que queden temporalmente sin trabajo. Y hay que hacer llegar ingresos adicionales a las familias que ven cómo aumentan sus gastos por el cierre de escuelas y atención a los familiares. Todo eso incrementará el gasto público. Pero es mejor endeudarse para evitar la enfermedad que para curarla.

La pandemia introduce un sentido de peligro colectivo frente al que la sociedad responde de forma solidaria. Algunos expertos y políticos creen que ante una gran catástrofe la gente se comporta de forma asustadiza, indisciplinada y egoísta. No es cierto. La mayoría se comporta de forma solidaria, dando prioridad a los demás antes que a sí mismos. Y está dispuesta a cambiar las normas sociales, tanto interpersonales como relacionadas con el ocio y el medio ambiente. No es cierto que solo las sociedades totalitarias como China sean más capaces de aceptar medidas drásticas como las cuarentenas. Las sociedades liberales pueden hacerlo con un mejor equilibrio entre restricciones y respeto a las libertades y los derechos humanos.

Y la cuarta. La pandemia permite construir empresas más productivas e inclusivas. El cambio hacia normas sociales más solidarias y sostenibles tiene que producirse también en el seno de las empresas. Los directivos y accionistas tienen una oportunidad de oro para mostrar su orientación al bien común. No se trata de salvar solo las empresas, sino todos los interesados en su mantenimiento y rentabilidad a largo plazo. Es necesario negociar una mayor flexibilidad sin romper la relación laboral, acompañada de un mayor compromiso colectivo. Algunos temen que surjan muchos 'free-riders' ('gorrones'). Pero la evidencia que tenemos los economistas no apoya ese temor. De esta forma, la crisis económica durará lo que dure la sanitaria. De otra forma, volveríamos a tener otra década perdida.

¿De qué depende de que se materialice esta oportunidad que trae la pandemia para construir una sociedad mejor? Del funcionamiento de la política, tanto de la nacional como de la europea. Y es aquí donde el escepticismo reta mi esperanza.

En el plano nacional, tenemos una hornada de políticos jóvenes e inexpertos que hasta ahora han estado peleando para ver quién es el más listo de la clase. La pandemia es una oportunidad para que pongan el bien común por delante de sus intereses partidistas y personales. De momento, parece que aprueban este examen.

En el ámbito europeo, veo que el Banco Central Europeo está por la labor, pero no advierto en los dirigentes políticos conciencia del sentido de urgencia. Siguen bajo la nebulosa mental de la austeridad y dentro del corsé de las reglas del déficit y la deuda. Es la última oportunidad que tienen las autoridades de la zona euro para diseñar una medicina económica que evite otra recesión y dar lugar a otros 'brexits'. Si no cambian, al Gobierno español no le quedará más remedio que forzar más allá del límite las cláusulas de excepcionalidad del pacto de estabilidad y crecimiento. Pero mantengo una esperanza escéptica de que la política europea entienda el sentido de urgencia del momento.

martes, 18 de febrero de 2020

50 AÑOS DE INFAMIA


El año pasado, 2019, tuvo lugar un aniversario que todos pasamos por alto. Uno de los gordos, de números redondos: CINCUENTA AÑOS desde que Franco nombró a Juan Carlos de Borbón como sucesor en la jefatura de Estado, el 22 de junio de 1969. Al día siguiente, Juan Carlos juró «fidelidad a los principios del Movimiento Nacional y a las Leyes Fundamentales del Reino».

En aquel momento, Juan Carlos hizo estas declaraciones en una entrevista para la televisión francesa:
«El general Franco es verdaderamente una figura decisiva históricamente y políticamente para España. Él es uno de los que nos sacó y resolvió nuestra crisis de 1936. Después de esto, actuó políticamente para sacarnos de la Segunda Guerra Mundial. Y por esto, durante los últimos treinta años, él ha sentado las bases para el desarrollo de hoy día […]. Para mí es un ejemplo viviente, día a día, por su desempeño patriótico al servicio de España y, por esto, yo tengo por él un gran afecto y admiración».
(Entrevista concedida en 1969 en los jardines del Palacio de La Zarzuela para la televisión francesa)

Juan Carlos no fue proclamado rey de España hasta el 22 de noviembre de 1975 (dos días después de la muerte de Franco y tres años antes de la constitución). El acto de coronación tuvo lugar unos días después, el 27 de noviembre de 1975.

Que se nos haya olvidado a todos su nombramiento como sucesor de Franco en 1969 no es casual. La monarquía y todos los poderes que la protegen y a quienes protege en perfecta y lucrativa simbiosis, llevan años transmitiendo un discurso que liga su origen a la Constitución, como si se hubiera decidido la restauración borbónica en ese momento, omitiendo premeditadamente cualquier mención a su origen franquista.

El nombramiento por Franco en 1969 y la coronación del rey en 1975 no solo se obvia en el relato en general, sino también en los manuales de Historia de bachillerato, con el claro fin de que las nuevas generaciones desconozcan el origen franquista de la monarquía en España.

En un esfuerzo por reconstruir nuestra historia y rescatarla del silenciamiento, habría que felicitar al rey por ese aniversario, aunque sea con unos meses de retraso. Quizás alguien esté pensando al leer esto que no hay que felicitar al rey, Felipe VI, sino a su padre. Cierto. Solo que la frase está bien dicha, felicito al rey Juan Carlos I, porque Juan Carlos sigue siendo oficialmente rey de España, no vaya a ser que pierda la impunidad y se le pueda juzgar por alguno de sus varios desmanes.

Somos el único país del mundo con dos reyes. Incluso la sacrosanta constitución, que tanto se cita cuando conviene, se refiere —como es obvio— al rey de España, en singular. Tener dos reyes es anticonstitucional.

Ya es hora de que se retire la condición de rey a Juan Carlos, es lo mínimo que las instituciones deberían hacer en coherencia con el propio sistema que defienden.

Y ya es hora también de que la historia de España se cuente a las jóvenes generaciones y al público en general tal y como fue. La restauración borbónica en España fue impuesta por Franco, mucho antes de la constitución, y los manuales de bachillerato deberían reflejarlo.

22 de junio de 1969. Ahí queda este aniversario silenciado, esta fecha en la que una decisión de Franco determinó —y sigue determinando hoy en día— la forma de nuestro Estado y quién está a su cabeza.