Cada
10 de Diciembre se celebra el de los Derechos humanos, y ocho días después, el
día del Migrante. A poco que lo pensemos, ambos eventos parecen pensados a
propósito para mofa de unos y otros de los destinatarios, porque el mundo está
que arde en las periferias de los países ricos, tanto en el muro que se
expandirá más de EEUU contra México y
en el muro judío contra Palestina, como en los muros de espino de Europa
contra los inmigrantes. Allá donde unos que se creen privilegiados y superiores
y desprecian la vida de otros, levantan
un muro.
Sin
embargo, cada muro es hijo del miedo. Se tiene miedo a ser invadido por los
pobres, a que los pobres mermen sus riquezas, exijan derechos y justicia, o –lo
que es peor- quieran vengarse de las
guerras contra ellos. Y es que este mundo está asolado por guerras devastadoras organizadas por los ricos que se promueven con absoluto
desprecio al derecho a la vida de los pobres y de sus propios soldados en
el frente.
Cuando
el derecho a la vida está en cuestión, ¿para qué hablar de la distancia que nos
separa de la igualdad, fraternidad,
libertad, unidad y justicia?
Derechos todos ellos que, de cumplirse, definirían otro mundo, pero que no vemos en parte alguna de este. En su lugar
crecen los muros como un monumento despiadado al desamor, a la codicia y a la
ambición de poder de unos pocos contra los demás.
Según
los últimos datos que aporta Oxfam Internacional, ocho mil personas poseen la
misma riqueza que 3 mil quinientos millones. Escalofriante. Pero no crean
que están conformes. Desean más, y
organizan guerras para tenerlas: comerciales, políticas y sangrientas. Todo les
vale para intentar conseguirlo todo,
incluido – y ojo que esto es bien serio-
el poder sobre nuestras emociones y nuestra conciencia, el último peldaño de lo
demoniaco para tomar proveedores de energía en este mundo y al otro lado de
este mundo una vez dejado el cuerpo físico.
El
desprecio a la vida de quienes poseen tanto poder y riquezas, no solo se concreta en que de continuo hacen caer
bombas sobre algún país donde haya algo que ganar, sino que levantan
muros para evitar que lleguen sus víctimas. En el caso de Europa sus gobiernos colaboran en las guerras de Oriente, y al mismo tiempo
cierran cuanto pueden las puertas de
salida a los que huyen y les niegan refugio a los que llegan. Entre tanto dicen: “Celebremos el Día de los Derechos
Humanos” o “Celebremos el día del
Refugiado”. .. Y miles naufragan en el Mediterráneo y decenas mueren congelados
en el Este de Europa esperando que alguien
les deje pasar.
Y
uno se pregunta: ¿Cuáles son los derechos de quienes gritan pidiendo paso
desesperados frente a las
alambradas, ante la pasividad de los
guardias que custodian las fronteras y la
indiferencia de quienes dan las órdenes desde los despachos del poder?… ¿Será
que han sido excluidos de la humanidad
y por eso no les reconocen? ¿O no será que quienes les excluyen serán seres satánicos y los verdaderos humanos, y con todos los
derechos a ejercer su humanidad serán sus víctimas? ¿Serán humanos de verdad con todos sus derechos los
niños, los enfermos, los ancianos que
lloran desesperados ante las puertas hostiles de esta deshumanizada
Europa? ¿Tendrán derecho a todo
lo que todos tenemos como algo natural? No parece; pues quienes
gobiernan los prefieren muertos antes que huéspedes con derechos.
¿Dónde
está la conciencia de quienes dirigen el timón de este barco y se dicen
cristianos con tal desfachatez? ¿Dónde
el cacareado civismo y la
cacareada cultura europea? Sus leyes no permiten la pena de muerte, pero
no dudan en causar penas y muertes a quienes están al otro lado de sus
alambradas, en sus países o aquí mismo, por acción o por omisión del deber de
socorro.
Esto
de la cristiana Europa es cinismo en estado puro, hipocresía a raudales.
¿Y
los pueblos de Europa, tan bien educados en colegios y universidades para ser
tolerantes, cultos y pacíficos? ¿Dónde está su voz multitudinaria? Lástima que los pueblos de Europa no fueran
educados para ser compasivos, empáticos y altruistas, pues ¿para qué sirve la
cultura sin la conciencia? Cultos son quienes dan las órdenes desde los
despachos; cultos sus disciplinados
ejecutores; y con toda su cultura no les
tiembla el pulso para firmar órdenes de guerra con perfecta caligrafía. .
Resulta que lo satánico cultiva la cultura…la suya, la de la destrucción.
Esa
falta de lo que podríamos llamar una
cultura de la conciencia desde
las aulas y en los hogares es la única explicación que encuentro del por qué los pueblos europeos y del mundo no nos levantamos masivamente para
exigir abrir las puertas a quienes las golpean
para acogerles con amor. Pero, ay,
las masas populares de Europa y del mundo entero son indiferentes, conformistas y miedosas,
poseídas por una especie de resignación fatalista.
Es
hora de que en tribunas y parlamentos, se exijan leyes
protectoras y refugio acogedor a los maltratados hijos de aquello a quienes muchos llamamos
Naturaleza y otros Dios. Él nos propone
cumplir la gran ley universal: Amor al prójimo; ayudar a los que piden
ayuda si es legítima su petición. ¿Cabe mayor legitimidad que abrir las puertas
a estos hermanos que lo han perdido todo y claman misericordia?
Mientras
existan esos muros que nos separan, es imposible que haya paz. No solo en el
mundo, sino en las conciencias de quienes los diseñan, de quienes dan las
órdenes, de quienes los levantan sumisos, de quienes los custodian.
Y
por lo que respecta a la responsabilidad personal en esta discordia, ¿estaría
mal hacernos la pregunta de si en nuestro interior hemos edificado alguna clase
de muro que nos separa de alguien a quien no estimamos y hasta odiamos? Porque un sí, es una piedra para el muro, la aportación personal a
la construcción de las barreras que nos separan a unos de otros. Sin nuestra
aportación individual, los muros tendrían una piedra menos, un metro menos de
alambrada. ¿Somos o no, constructores de muros?.
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