jueves, 23 de mayo de 2013

YAY@FLAUTAS CON ACNÉ... REVOLUCIONARIO


 
NO HAY un detonante exacto, ni una fecha singular, que marque el ocaso de los dioses políticos españoles y el nacimiento de la todavía gestante revolución ética ciudadana. Y es que el pozo ciego y vomitivo de la corrupción, que ha contaminado nuestra convivencia y comprometido nuestro bienestar, no ha surgido por ensalmo o arte de  birlibirloque, sino que más bien se incubó en las secretas ciénagas donde el poder asienta sus reales posaderas, justo sobre las gruesas moquetas que ensordecen las cautelosas pisadas de las aves carroñeras y que ponen un voto conventual de castidad y silencio a las intrigas y puñaladas palaciegas.
Insisto en que la descomposición política se ha extendido como una silente enfermedad vírica, como una imparable pandemia de despropósitos y abusos que ha terminado infectando a todo el sistema democrático. Y lo más grave es que los actores secundarios (el pueblo) de está drama bufo, de este timo de opereta, no se han dado cuenta del engaño hasta que Europa les ha exigido que abonen la factura pendiente de la bacanal política y económica.
En este escenario tan negro que hace una década no podíamos ni siquiera imaginar, con la cuantía de las pensiones y la calidad de la sanidad y la educación en franco deterioro, y con los trabajadores firmando contratos basura y soportando canallescos despidos y recortes, hay miles de ciudadanos con la salud seriamente tocada y entrados en años que, con la vida resuelta y el horizonte del retiro despejado, han enarbolado la bandera de la rebeldía, la justiciera espada de la agitación, y se han lanzado a las calles coreando consignas revolucionarias.
         Y lo han hecho para  apoyar las justas reivindicaciones de una juventud  profundamente insatisfecha con un sistema tan permisivo con la corrupción, tan proclive a recurrir al despilfarro para comprar voluntades y votos y tan interesada en mantener sus privilegios políticos, una juventud, digo, pues, que en muchos casos eran sus propios hijos, nietos y sobrinos. Hasta tres generaciones se han juntado en las calles y plazas de las ciudades de España, coreando gritos de unánime repulsa y de desprecio hacia una clase dirigente que se ha visto envuelta en continuos escándalos de saqueo de las arcas públicas.
  
Nadie ignora a estas alturas que nuestros representantes políticos han traicionado sus ideales políticos y a su electorado, y han herido de muerte el propio sistema democrático, tal como hoy está concebido. En el ejercicio de sus competencias, han cometido los siete pecados capitales políticos: prostituir la economía, permitir el abuso especulativo de grandes grandes empresarios y financieros, y amparar y colaborar en la quiebra contable y artificiosa de entidades financieras y bancos. Y lo han hecho desde la más absoluta impunidad legal, porque existe un pacto no escrito de silencio entre políticos, con el que se protegen unos a otros del fuego cruzado de denuncias y querellas.
Este vergonzoso acuerdo verbal está garantizado por el equilibrio de intereses y privilegios en juego, de modo que ningún cargo público desenterrará el hacha de guerra para denunciar a los corruptos, salvo en casos muy esporádicos o puntuales, y en fechas muy justificadas y concretas, como son los períodos electorales. Después todo vuelve a la normalidad envenenada de siempre, al esgrima verbal floreado entre Partidos políticos, a la moderación argumental en las declaraciones a los medios, todo bajo un prisma ideológico muy correcto y juicioso, de falsa ejemplaridad.
Pero esta imagen está desvirtuada por las continuas y variadas rapiñas financieras, y hoy el descrédito de los políticos es tan acentuado que el propio sistema democrático se está resquebrajando como un castillo de arena azotado por las olas y por los vientos del pueblo. Los confiados ciudadanos han perdido su inocencia democrática, porque se han dado cuenta que han sido víctima de una estafa económica y política monumental.
         Y en este dantesco escenario de creciente paro, desahucios, hambre, miseria, estafas financieras, recortes, subidas de impuestos y rescate salvajes de bancos, es en el que aparecen los personajes principales de esta historia, nuestros hombres y mujeres próximos a la tercera edad que, cansados de abusos políticos y engaños financieros, han abandonado la mecedora, el televisor y la telenovela de las cuatro, se han calzado sus botas y su chaqueta de cuero, y han puesto de nuevo en marcha el reloj de la historia personal de cada uno. Y con el alma llena de renovadas erupciones revolucionarias se han lanzado a las calles y plazas para dejar testimonio de su compromiso social, de su indudable indignación ciudadana, y para decirles a los jóvenes que no están sólo en su lucha solidaria y en su  imparable revolución ética.
 
Les impulsa la incontestable certeza de que los trúhanes políticos y financieros, que aún se pavonean de poder sacarnos de esta crisis demencial, han laminado el bienestar de su familia, convertido a sus hijos en esclavos de la usura internacional, y le han sacado un billete sin retorno para el tren de la emigración, como única salida posible a una precariedad laboral que durará décadas, en el mejor de los caso.   

Este análisis frío y lúcido de la situación, es el que ha incendiado su corazón de náufragos de la dictadura y de supervivientes en el islote desierto de la democracia imperfecta, y el que los ha llevado hasta el límite del infarto revolucionario.


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